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Descripción de la experiencia:

Un Miércoles por la noche de febrero de 2002, cuando era una niña sana y activa de doce años, me puse muy enferma de repente con meningitis por coccidioidomicosis, o meningitis fúngica (La meningitis es la inflamación de las membranas protectoras que cubren el cerebro y la médula espinal, conocidas comúnmente como las “meninges.” De Wikipedia).

Unos meses antes había sido mal diagnosticada con neumonía, pero desde entonces habían cambiado ese diagnóstico a la “fiebre del valle”, la cual es causada por la coccidioidomicosis. No estoy del todo segura de cómo funciona, pero esencialmente, el fungi -hongos- (organismos que viven descomponiendo y absorbiendo el material orgánico en que crecen) había tomado mi cuerpo, se había introducido en mi tronco cerebral, y estaba causando que mi cuerpo no funcionara correctamente. Por ejemplo, era hipercalcémica, y las células proteicas en mi cerebro eran más novecientas. Uno de los mayores problemas fue la inflamación de mi cerebro, pero los hongos también estaban creando un exceso de líquido cefalorraquídeo, tanto que la presión estaba dañando mi nervio óptico. El dolor era bastante insoportable, y era extremadamente sensible tanto al ruido como a la luz. Para permitirme la mayor comodidad, me instalé en una habitación aislada en el hospital. En un par de meses, los doctores le dijeron a mi madre que si vivía, me quedaría probablemente ciega, sorda, con una potencial discapacidad mental, y en una silla de ruedas. Para combatir el dolor, me administraron una gran cantidad de analgésicos y tranquilizantes, los cuales me mantenían básicamente inconsciente. No podía hablar, moverme o incluso reaccionar a lo que ocurría a mi alrededor durante días.

Fue durante esta época que tuve mi experiencia. Mi experiencia puede parecer un poco rara, ya que no recuerdo mucho lo que vi, pero recuerdo exactamente cómo me sentí. Esto es lo que mi madre vio y escuchó: en mitad de la noche, de repente me senté y empecé a hablar. Había estado llevando múltiples parches y vendas en mis ojos, y me los quité todos. Le seguía diciendo lo bonito que era, y diciendo, “Mamá, ¡tienes que dejarme ir!” Ella, por supuesto, ¡me estaba animando a lo contrario! En cuanto a mí, no recuerdo haber estado fuera del cuerpo, tal y como usted describe, pero recuerdo no tener sensación de mi cuerpo. Durante mi experiencia, ¡Estaba rodeada de una luz brillante, cálida y pura! Me sentí completamente envuelta en esta luz. ¡Estaba sumergida en ella! Había estado semanas en la oscuridad, pero esta luz no llevaba dolor. De hecho, el mismo concepto de “dolor” parecía no existir. Esta idea no se me ocurrió en ese momento, claro, pero ahora que estoy tratando de describirlo, parece ser la mejor forma. Todos los miedos, todo el dolor emocional y físico se había ido. Todo se sentía tan bien, ¡Tan perfecto! También me parecía saber que me encontraba en presencia de Dios (o de Jesús). ¡Recuerdo experimentar el gozo más indescriptible! De las características cercanas a la muerte que han mencionado, estas estaban presentes: la maravillosa y envolvente luz, las intensas emociones de júbilo, mi sensación de la presencia de Dios y, finalmente, el retorno a mi cuerpo. (Sobre retornar a mi cuerpo, creo que no me dieron elección). Como seguí contándole a mi madre lo bonito que era aquello y que necesitaba que “me dejase ir”, deduzco que no quería regresar. Sin embargo, recuerdo una voz muy cálida, reconfortante y llena de amor que me decía “Resiste”.

Esta parte de “Resiste” es importante, porque fue la siguiente mañana muy temprano, sobre las cinco y media o las seis, cuando mi doctor entró en mi habitación del hospital y anunció a mi madre que había tenido justo un sueño sobre cómo curarme. Esto ocurrió, por supuesto, la misma noche de mi experiencia. Sólo un par de horas más tarde, estaba en la sala de operaciones donde colocaron un depósito de Ommaya. Un recipiente en forma de cúpula con un catéter que sale de él. Fue quirúrgicamente implantado debajo del cuerpo cabelludo en la parte superior de la cabeza. Me perforaron un pequeño agujero en el cráneo, a través del cual el catéter administra la medicación a un área ventricular del líquido cefalorraquídeo en el cerebro, desde donde circula a todas las áreas cerebrales. El tratamiento con medicación antifúngica que fueron capaces de introducir en mi cerebro a través del catéter, y la cual bañó las meninges y el tronco encefálico infestados, fue lo que salvó mi vida.