La ECM de Suicide
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Descripción de la experiencia:

Después de 38 años, el dolor, el terror y la conmoción de aquella trascendental noche de octubre de 1960 todavía me atormentan. Más difícil de explicar es el conocimiento de la ilimitada misericordia y el perdón de Dios que siguió a mi intento de suicidio y ha continuado hasta el presente día. Lo que me dispongo a relatar, definitivamente no es una alucinación ni un autoengaño. Describo lo que sucedió, y espero poder ayudar a alguien en algún lugar a reconocer y acoger en su propia vida la presencia de Dios en un momento en el que la muerte pudiera parecer el único escape. Si hace 38 años alguien me hubiera dicho que andaría por el traicionero sendero de la fe perdida hasta llegar a las profundidades del infierno, me hubiera reído.

Me había casado en 1948 con una hermosa mujer llamada Pat. Ella era una chica popular, y me sentía muy privilegiado de haberla conseguido. Estaba ocupado tratando de lograr mis objetivos como contador, y estaba tan absorto admirando el oropel que ni siquiera notaba los nubarrones de tormenta que se aproximaban. En los siguientes años, mis esperanzas, sueños y brillantes perspectivas se fueron disipando. Anteriormente bebía de manera moderada y ocasional, ahora comenzaba a beber cada vez más, y antes de darme cuenta de lo que había sucedido había cruzado la línea hacia un grave abuso del alcohol. Era un infierno de fe perdida, miedo, impotencia y autocompasión.

Después de sólo siete meses de lo que yo creía el matrimonio perfecto, descubrí que mi esposa me engañaba, y eso me hundió aún más en el aislamiento y la bebida. Yo también fui culpable de la destrucción de nuestro matrimonio. Después de eso, cada vez que salía a la luz un nuevo amorío, ya fuera una corta aventura o un romance de un año, yo le decía muchas cosas hirientes y hacía todo lo posible para que se sintiera culpable. Aún así, ella estaba en una cita con otro hombre cuando finalmente decidí hacer algo respecto a lo que veía como una situación completamente deteriorada y desesperada.

Pat estaba fuera de la casa, y probablemente no regresaría en toda la noche. Acosté a nuestros dos chicos y a nuestra niña pequeña y escuché sus oraciones. En aquel momento, las oraciones me parecían superficiales y sin sentido. Yo no encontraba ninguna seguridad ni esperanza en la oración. Me había convertido en un ateo dedicado. Cuando los niños se quedaron dormidos, reuní los materiales de lo que consideraba mi “escape final": dos frascos de somníferos y un frasco de medicina por receta del botiquín, tranquilizantes que de los que me había aprovisionado. Junto con tres botellas alcohol, pensaba que tenía todo lo que necesitaba para mi gran escape. Recuerdo que el médico me había dicho que no mezclara bebidas alcohólicas con esas píldoras, porque podrían matarme. En aquel entonces, yo no deseaba morir, sin embargo, la conversación había plantado la semilla de la idea del suicidio.

Escribí una nota de suicidio y saqué del frasco cinco tranquilizantes. Mezclé la bebida con el licor, e hice un brindis hacia la silla vacía de mi esposa. "Brindo por nada, es decir, por la nada.” Las cápsulas se deslizaron por mi garganta fácilmente y la falsa calidez del alcohol me invadió. “Ya voy en camino,” pensé, y ya no había vuelta atrás.

Con mi segundo trago me acabé los tranquilizantes, y empecé a sentir un hormigueo en las puntas de los dedos de las manos y los pies. "Bueno, quizá las píldoras no van a funcionar después de todo," me dije a mí mismo. No me sentía ebrio, solamente un poco lánguido y aturdido. Tenía un persistente temor de fallar en mi intento, como había fallado en todo lo demás que había llegado a considerar importante, de manera que me tomé otro puñado de somníferos. Aún tenía la mano firme cuando me serví el último whisky. “¿Qué puedo hacer, qué voy a hacer si esto no funciona?” Sentí una sensación de creciente ardor en el estómago.

Mi hábito de beber se había hecho tan fuerte que un par de tragos con el almuerzo, otro en el camino a casa, y dos quintos de galón vodka o whisky al final de la tarde, apenas si eran suficientes para calmar mi dolor y mi frustración. No me quiero despertar simplemente con otra resaca y con todos mis problemas todavía carcomiéndome. No quiero despertarme nunca. Me acabé todo el alcohol y las píldoras, y empecé a ver una especie de nube oscura que venía atravesando el techo de mi cocina, se acercó a mí y me envolvió.

Sentí que me desplazaba por un túnel a una gran velocidad. Vi una luz al final del túnel y me pregunté ese era el destino al que me dirigía. No sabía si estaba vivo o muerto en ese momento, pero sí recuerdo que miré hacia atrás y me vi a mí mismo desmayado en el piso de la cocina. Estaba tirado allí, completamente inconsciente de esta otra parte de mí que parecía dirigirse hacia algo. “¿Es esto la muerte?” Me pregunté.

“¡No!” Llegó la respuesta desde algún lugar.

Quedé asombrado al ver a un ser de una belleza increíble, que irradiaba un gran amor, una gran compasión y calidez. Era un ser de luz blanca, brillante y hermosa, que tenía hilos de plata emanando del centro. Yo vacilé, considerando decir algo, y entonces me di cuenta de que este increíble ser de luz estaba leyendo mis pensamientos.

"¡No!" Repitió otra vez. "Esto no es la muerte. Ven, te mostraré."

Recuerdo flotar con él sobre una especie de foso que contenía una escena muy deprimente, un paisaje desprovisto de belleza, desprovisto de vida, donde las personas deambulaban de un lado a otro, cabizbajas y con los hombros inclinados hacia adelante, con una apariencia deprimida y resignada. Se mantenían cabizbajos y mirando hacia los pies, desplazándose sin ningún objetivo, tropezaban unos con otros ocasionalmente, pero seguían caminando.

Me aterraba pensar que yo iba a ser arrojado con estas almas perdidas y confundidas, pero la voz pareció entender mi terror y me consoló con las siguientes palabras:

"Esto es un Infierno de tu propia creación. Finalmente tendrías que volver a la tierra y experimentar una nueva vida desde el principio, enfrentando las mismas dificultades que enfrentaste en esta vida. Permanecerás con estas almas perdidas y confundidas hasta entonces. El suicidio no es una escapatoria."

Se me mostró una vista panorámica de mi vida. Los últimos cinco años, en los que había abusado tanto del alcohol, fueron lo más doloroso, los recuerdos más desgarradores que jamás podría haber imaginado. Se me mostró una imagen del efecto que el alcohol había tenido en la vida de mis pequeños hijos, y el efecto que tendría en su futuro. Vi la tristeza que mis hijos sentirían por la pérdida de su familia y de mí. Me mostraron que su madre no los cuidaría bien, y que finalmente terminarían en un hogar de acogida.

También se me mostró un anticipo de cómo mi alcoholismo influiría sobre la vida de mis hijos si yo continuaba bebiendo como acostumbraba, y si seguía con esa relación familiar. Vi que los tres chicos, dos niños y una niña, seguirían mi mal ejemplo y todos llegarían a usar el alcohol para escapar de las presiones cotidianas hasta convertirse también en alcohólicos. La imagen de mi preciosa hijita creciendo, casándose con otro alcohólico que la golpearía y tendría relaciones incestuosas con sus cuatro hijas, fue más de lo que podía soportar. Fue como si me hubieran dado una bofetada, una clarísima perspectiva de la realidad.

Vi que si enmendaba mi vida y empezaba a comportarme como un padre responsable y un modelo a seguir, los tres niños llegarían a ser adultos felices y productivos. Eso no significa que estarían completamente libres de las dificultades de la vida cotidiana, pero tendrían la oportunidad de abrirse su propio camino, sin recurrir al abuso de las sustancias adictivas.

Vi cómo mi hijo mayor llegaría a ser una persona influyente en su tiempo si yo me quedaba y me comportaba como un padre de verdad. Vi lo negativo de este futuro si yo seguía relacionándome con él como un padre débil y borracho: finalmente se entregaría a las drogas y terminaría en la cárcel por los delitos que cometería para conseguir dinero para las drogas. Fue algo aterrador, y decidí en ese instante que esto no era lo que yo quería para mis hijos o para mí mismo. Se me mostró que si continuaba siendo un borracho desmoralizado y patético, no podría escapar. Tendría que volver a vivir todas las pruebas y los traumas que me habían conducido al punto del suicidio, y enfrentarme a ellos nuevamente en otra vida, y esto me parecía más aterrorizante de lo que yo mismo quería admitir. Lloré.

El ser de luz pareció entender que yo estaba lleno de remordimiento, compasión y amor. Con una voz severa, que sin embargo era como la voz de un padre que habla con su hijo, dijo “Tu vida no es para hacer con ella lo que te plazca. ¿Te creaste a ti mismo, te diste la vida a ti mismo? No. Tampoco puedes escoger la muerte”.

Yo no podía hablar, no podía pensar, lloré aún más. Esta presencia en voz debe ser el Espíritu Santo que se me ha enviado, pensé. La voz, ahora más suavemente, continuó, “No he terminado contigo, tu trabajo no ha concluido, regresa y haz lo que estabas destinado a hacer”.

Lo primero que vi cuando me desperté fue el alivio que inundaba la cara de mi hija. Nancy se había despertado durante la noche y había luchado en vano para mantener una chispa de vida ardiendo dentro de mí. "Oh, papi," dijo ella, “Yo tenía tanto miedo de que te perdiéramos. Estabas tan frío, y yo ni siquiera sentía el latido de tu corazón."

En la cocina, mi esposa estaba haciendo el almuerzo. "Vengan a comer, chicos,” dijo, “y tú también puedes comer algo si puedes tambalearte hasta la mesa, borracho,” agregó sarcásticamente. Me sentía completamente exhausto y con mucha hambre, pero no sentía efectos de borrachera o resaca en absoluto. Por alguna extraña razón, no tenía el dolor abdominal desgarrador que había sentido la noche anterior, después de tomarme la sobredosis de píldoras. Lo mejor de todo es que todavía sentía el amor, la paz interior y el cariño que había experimentado la noche anterior.

Sería agradable contar que la vida desde entonces ha sido perfecta, pero eso sería una mentira. La separación y el divorcio fueron muy dolorosos, aunque sí me quedé con los niños. Yo quería a los niños y ellos me querían a mí, y el novio de mi esposa no los quería. Dejé mi trabajo de contador y llegué a ser profesor en una universidad local, y fue bastante difícil.

Utilicé todos mis ahorros y el fondo de la jubilación para pagar las facturas y mantener a la familia intacta durante un mes que estuve buscando trabajo, y esto me costó la seguridad que podía haber tenido. Aprender nuevas habilidades de trabajo fue un reto, y a veces también fue aterrador. Sin embargo, la paz y el consuelo que descubrí inicialmente cuando estaba al borde del infierno nunca me han abandonado, ni han permitido que perdiese mi renovada fe y confianza. Algunos amigos no entienden por qué no me siento amargado; la mejor respuesta está en el Salmo 23: “Aunque pase por el valle de la sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque Tú estás conmigo; Tu vara y Tu cayado me infunden aliento.”

Desde mi experiencia, he descubierto que ya no temo a la muerte, que tengo una perspectiva mucho más espiritual, y ahora me tomo la responsabilidad de criar a mis hijos muy seriamente. Yo estoy allí para ellos, y estoy orgulloso de anunciar que su vida es mejor ahora que he llegado a ser el padre que yo siempre debía haber sido. He encontrado y me he casado con una hermosa mujer, hermosa por dentro, que me da la fuerza y el valor para superar todas las aflicciones y tribulaciones de la vida. Nunca olvidaré mi experiencia al borde del Infierno y lo que ésta me ha enseñado.

La experiencia cercana a la muerte negativa no es realmente negativa si de ella surge algo bueno. Ahora soy consejero pastoral, y como complemento hago algo de trabajo de contabilidad para pequeñas empresas. Mis hijos ya se valen por sí mismos y tienen vidas felices, ocupadas y productivas. Yo me siento en paz.