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Descripción de la experiencia

Registros Akásicos

Voltaire - Tratado sobre la tolerancia

Voltaire - Discurso sobre la libertad

Entrevista de Voltaire con un Ángel

Evento espiritual registrado por Voltaire

Voltaire sobre el Dogma



Descripción de la experiencia:

Tuve una experiencia cercana a la muerte a la edad de 25 años durante una cirugía menor. Me desperté de la operación cegado por un río de luz blanca. Creí que era un efecto secundario de la anestesia general. Pensé que era extraño que aquello hubiese traspasado mi nervio óptico y hubiese difundido por todo mi cuerpo. Me puse inmediatamente de pie y miré a la enfermera que me había ayudado a incorporarme. No era una enfermera. Estaba vestida de luz y era extraordinariamente bella y amorosa. Era la mujer más hermosa que jamás vi y casi lloro cuando lo pienso. Me enamoré de ella en cuanto la vi. Yo estaba en éxtasis. Vestía un vestido blanco suelto que despedía luz. Su luz era blanca y dorada. Era delgada, rubia, con cabellera hasta el hombro. Medía alrededor de 1’70 metros y tenía la tez clara con tonos dorados. Definitivamente, era una hembra pero irradiaba poder e inteligencia al igual que amor y atención. Se la sentía responsable y emanaba una fuerte autoridad.

Miré hacia atrás y vi mi cuerpo dormido aún en una zona de reposo postoperatorio.

Ella dijo que no me preocupara, que yo no estaba muerto. Mi corazón aún latía. Podía ver dentro de él. A ella le preocupaba mi respiración. Dijo que la anestesia había sido demasiado fuerte para mi sistema nervioso central y que me estaba deprimiendo la respiración. Ella estaba allí para estabilizar mi respiración y ocuparse de mí.

Ninguna palabra fue pronunciada, toda la comunicación fue por pensamientos y sentimientos compartidos.

Me dijo que mi vida era demasiado importante como para correr cualquier riesgo concerniente a mi supervivencia y que por eso estaba ella allí. Tenía que ser protegido. Era demasiado importante para correr riesgos.

Me llevó a un lado y me di cuenta de que estábamos mirando mi cuerpo dormido desde otra habitación a través de un muro. Después de tranquilizarme, lo que no le llevó mucho tiempo, me mostró algunas vistas maravillosas. Había una cortina de luz a su alrededor, un velo de energía detrás de ella. No se me permitía pasar a través de ese velo. Yo estaba en un área de reposo entre mundos. A nuestros lados había un halo multicolor de brillantes luces con formas geométricas. Parecían cargadas eléctricamente, en movimiento, y brillando cual desgarrada frontera entre su mundo y el mío. Observábamos el mundo físico a través de una especie de bruma.

Me sentía maravillosamente bien y no demasiado sorprendido, no era ésta la primera vez que me encontraba a alguien como ella. Su luz era una firma que la identificaba y yo ya había visto esta luz antes. Verla era enamorarse de ella inmediatamente. No quería dejarla nunca. Ella sintió que quizás las circunstancias proporcionaban una injusta comparación con mi mujer. Me mostró algunos detalles relativos a mis hijos y me reveló la visión de otra mujer mucho más amable y deseable todavía, la mujer con la que me había casado. Entonces me dijo que era hora de volver, que mi respiración se había estabilizado y que mi sistema nervioso era capaz de trabajar solo.

La gente me dijo que fue una alucinación causada por las drogas. Ya había tomado pentotal sódico antes y nunca había tenido este tipo de experiencia. De hecho, la primera vez que la tuve no fue agradable. Mi mujer estaba muy asustada por las palabras que hablé cuando reingresé en mi cuerpo. Cuando desperté en sus brazos, la luz seguía fluyendo a través de mi cabeza y retirándose lentamente de mí. Le balbuceé a mi mujer, algunas expresiones de amor y admiración rayanas en la adoración y ella dijo que estaba muy conmovida y asustada por lo intenso de mis palabras. “Nunca sería capaz de estar a la altura de lo que ves en mí”: dijo.

Otras experiencias:

He tenido otras experiencias parecidas a ésta, sólo que no tan intensas ni ligadas a parada respiratoria. Durante ellas estuve despierto y me acuerdo bien de los detalles. No estuvo implicada ninguna droga ni hubo falta de oxígeno en el cerebro. Tuve una a los 16 años, dos a los 19, una a los 21 y una muy poderosa a los 23 años. La luz era tan brillante, que un sol tropical de verano a su lado palidecería como una débil luz.

REGISTROS AKÁSICOS, Mayo del 2001

Yo estaba visitando un Ashram situado entre tres reservas indias. Estábamos en un hermoso valle oculto a la vista. La comunidad que nos rodeaba era antigua. Los españoles habían plantado allí su bandera en 1536.

Mi anfitrión y yo discutíamos acerca de la consciencia de Krishna y del cultivo espiritual. Yo estaba intentando sentir el espíritu del lugar y sincronizar mi propio espíritu con el suelo bajo mis pies. Derivé a otro mundo mientras mi anfitrión hablaba de un camino espiritual más avanzado que podría abrir nuevas percepciones y cultivar una nueva consciencia.

Pregunté: “¿Puede usted ver el pasado y leer los registros akásicos del suelo?” Él respondió: “Había algunos grandes maestros en la India que eran capaces de hacerlo pero hace algunos años que murieron. Sin embargo, les hicieron falta muchos años de estudio para alcanzar ese nivel”.

“¿Cuál es la historia espiritual de este trozo de tierra?”

En su opinión, yo no estaba prestando atención a la importancia de lo que él estaba tratando de decirme. Vi niños corriendo a lo lejos persiguiéndose unos a otros y riendo libremente. Estaban descalzos. Vestían ropas que los protegían del sol y llevaban sus largos cabellos negros atados tras sus hombros marrones. El sol estaba caliente. Sus madres estaban cerca de mí, a pocos pies de distancia, conversando acerca de las tareas del día y de la comida que estaban preparando a base de harina de bellota, alforfón y arrurruz. También preparaban calabazas. Estaban arrodilladas, inclinadas, moliendo los granos y la harina a mano sobre una piedra de moler.

Los niños habían muerto hacía 150 años, habían partido. No era triste, era el orden natural de las cosas. No era su espíritu lo que yo estaba viendo, sino sólo una sombra de sus vidas grabada en el suelo en un día feliz.

De nuevo, le pregunté a mi anfitrión: “¿Encontráis muchos objetos indios en la tierra en este lugar?”

“Sí, a menudo”: replicó.

“¿Piedras de amolar o utensilios usados en la recolección y preparación de los alimentos?”: pregunté.

Y el apartó una rama baja del árbol más próximo al sitio donde estábamos y allí a mis pies estaba la piedra de amolar que vi que usaron las mujeres para preparar la harina para la cena.

Voltaire – Tratado sobre la Tolerancia

Información biográfica

Voltaire nació en París en 1694 bajo el nombre de François Marie Arouet. Murió en 1778 a la edad de 84 años, dos años antes de que se firmase la Declaración de Independencia en Filadelfia.

Benjamín Franklin, embajador de los Estados Unidos y uno de los admiradores de Voltaire, fue a verlo poco antes de su muerte. Una alianza se hizo ese año entre los Estados Unidos de América y Francia. Nueve años más tarde, se firmaría la Constitución Americana.

En el momento del nacimiento de Voltaire, su padre era consejero del rey. Alejandro Dumas, en su libro “Los tres mosqueteros” hace una auténtica descripción literaria de lo que fue la vida en Francia en aquella época. La película "Los Cuatro Mosqueteros" transmite muy bien el sentimiento de aquellos tiempos.

Como dramaturgo de éxito, Voltaire ofendió frecuentemente a la Iglesia y a la aristocracia. Más de una vez fue encarcelado en la Bastilla por su franca conducta.

Voltaire fue entrenado por los jesuitas en las artes de la lógica: aprendió las herramientas de la semántica para demostrar que lo negro era blanco y lo blanco negro. Hizo buen uso de estas habilidades como Fiscal Adjunto de la Corona de Francia.

Llegó el día en que declaró que no podía seguir viviendo consigo mismo: “No quería ser una “consideración” que se compra” por lo que dimitió y tomó un empleo como bibliotecario de una duquesa.

En aquellos días, si una mujer del común poseía un libro herético se la quemaba junto a su libro. Pero una duquesa estaba por encima de la ley y podía tener y leer el libro que quisiese. Aquélla lo hacía. Su biblioteca incluía las enseñanzas de Buda, los dichos de Confucio, el Gita, los argumentos protestantes y una larga lista de otros libros que habrían sentenciado a las llamas de la Inquisición a cualquier persona de baja extracción. Voltaire, como autorizado bibliotecario suyo, los leyó todos.

Una noche, la duquesa perdió la biblioteca en una apuesta jugando a las cartas con la reina. Le pidió a Voltaire que empaquetase los libros, y él perdió los estribos. “¿Sabe? ¡Ha estado usted jugando con imbéciles!” Insultar a la realeza se castigaba con la horca y Voltaire no esperó a ver qué haría la duquesa. Huyó para salvar su vida y no paró hasta que estuvo en Inglaterra donde un caballero cuáquero se hizo cargo de él. Aprendió inglés y procedió a leer todo lo que el país tuviese, desde Shakespeare a Newton. Escribió cartas sobre cada aspecto de la cultura inglesa (ver “Letras filosóficas”). Empezó a escribir una enciclopedia sobre las religiones del mundo.

A los 44 años de edad, Voltaire tuvo una visión o visita de un ser celestial de luz. Una visión es una experiencia transformadora y esta transformación empezó por su escritura y se extendió a sus actividades legales y políticas. Poco a poco empezó a escribir contra la opresión religiosa hasta casi romper la empresa que la Iglesia Católica tenía en Europa. Vivió exiliado en la frontera suiza.

En esta visión, un ser de luz le explicó que la libertad es un derecho divino inalienable dado por Dios a toda la humanidad para su felicidad. Además, se le dijo que todas las personas eran hijos de Dios. Se le informó de que el camino más corto y seguro para la felicidad es compartir sus dones con los demás y trabajar para su felicidad. El visitante celestial le aconsejó evitar discusiones con los tiranos y los fanáticos religiosos, compadecerlos y vivir su fe en soledad si fuera necesario.

A continuación, dio ejemplos de cómo la libertad permitía a los hombres actuar en contra de la voluntad de Dios. Libertad que debe ser un regalo que permita a hombres y mujeres buscar la felicidad. La cosa más dolorosa a los ojos de Dios es ver a los fanáticos religiosos matarse los unos a los otros por desacuerdos sobre la mejor manera de adorar a Dios.

Al final de la visión, Voltaire estaba a punto de preguntarle sobre el asunto espiritual, el asunto físico, la estructura del universo y la naturaleza de la luz, pero el ser de luz lo interrumpió con este consejo: “Sé feliz”. Y volvió a los cielos.

Voltaire escribió una serie de documentos sobre los temas de la libertad, Dios, la virtud, la tolerancia, la tortura, la tiranía, y sobre las formas de mejorar la condición humana. Por ejemplo, escribió una sobre el monasterio, donde describe al sacerdote como un hombre que vive del trabajo de los hombres pobres y los gobierna mediante el miedo y domina mientras exista la ignorancia. Durante el apogeo de su fama, Thomas Jefferson y Benjamín Franklin, por turnos, vivieron en Francia. Ambos fueron influenciados por los escritos de Voltaire.

Cuando alcanzó los 83 años, y su salud comenzó a fallar, volvió a París para morir. Benjamín Franklin fue a su habitación de hotel para encontrarse con él. Franklin trajo consigo a su nieto. Pidió a Voltaire que le diera a su nieto una bendición de filósofo. Voltaire puso su mano sobre la cabeza del muchacho y dijo: "Consagra tu vida a Dios y a la libertad”.

Calas fue un protestante acusado por la Inquisición católica de haber asesinado a su hijo por ingresar en la Iglesia Católica. Una prueba posterior mostró que su hijo se había ahorcado tras la quiebra de su negocio. El hijo pesaba más de 90 kilos, y el anciano padre era demasiado artrítico para vencerlo o levantarlo hasta el nudo corredizo. Pero la Inquisición confiscó todos los bienes de la familia Calas y lo condenó a morir en la “rueda”, un método de tortura.

Voltaire se ocupó de la defensa de la familia e hizo un llamamiento por escrito a las autoridades. Cuando esto resultó ineficaz, comenzó una campaña de publicidad en contra del juicio. Escribió editoriales en los periódicos, panfletos y cartas hasta que la gente provocó disturbios callejeros. Los magistrados reintegraron a la familia Calas, por temor a la gente.

He aquí uno de los últimos llamamientos de Voltaire en el juicio de Calas:

De la Tolerancia Universal

Obras Filosóficas (Larousse) p. 53-54, en el Proceso de Calas

¡Oh sectarios de un Dios clemente! ¡Qué cruel corazón tenéis!; si, adorando a aquél cuya única ley eran estas palabras: “Ama a Dios y a tu prójimo”, habéis sobrecargado esta ley pura y santa de sofismas y disputas incomprensibles; si habéis encendido la discordia, a veces por una nueva palabra, a veces por una sola letra del alfabeto; si habéis asociado penas eternas a la omisión de algunas palabras, de algunas ceremonias que otros pueblos no podían conocer, os diré, derramando lágrimas sobre el género humano: “Transportaros conmigo al día en que todos los hombres serán juzgados, y cuando Dios recompensará a cada uno según sus obras”.

“Veo a todos los muertos de los siglos pasados y del nuestro comparecer en su presencia. ¿Estáis completamente seguros de que nuestro Creador y nuestro Padre dirá al sabio y virtuoso Confucio, al legislador Solón, a Pitágoras, a Zaleucus, a Sócrates, a Platón, a los divinos Antonins, al buen Trajano, a Tito, las delicias del género humano, a Epícteto y a tantos otros hombres, los modelos de los hombres: “¡Iros, monstruos, iros a sufrir castigos infinitos en intensidad y en duración; que vuestro suplicio sea eterno como yo! Y vosotros, mis bien amados Jean Chatel (intentó asesinar a Enrique IV), Ravaillac, Damiens, Cartouche, etc. (una lista de asesinos) que habéis muerto con las fórmulas prescritas, compartid para siempre a mi derecha mi imperio y mi felicidad”?

Retrocedéis horrorizados ante estas palabras. Y, tras pronunciarlas, no tengo nada más que deciros.

Oración a Dios

Ya no me dirijo, pues, a los hombres; sino a Ti, Dios de todos los seres, de todos los mundos, y de todos los tiempos: si se les permite a débiles criaturas perdidas en la inmensidad, e imperceptibles al resto del universo, osar pedirte algo, a Ti que todo lo has dado, a Ti cuyos decretos son tan inmutables como eternos, dígnate mirar con piedad los errores ligados a nuestra naturaleza; que estos errores no constituyan más nuestras calamidades. Tú no nos has dado un corazón para odiarnos, ni manos para degollarnos; haz que nos ayudemos mutuamente a sobrellevar la carga de una vida penosa y pasajera; que las pequeñas diferencias entre los vestidos que cubren nuestros débiles cuerpos, entre todos nuestros insuficientes lenguajes, entre todas nuestras ridículas costumbres, entre todas nuestras leyes imperfectas, entre nuestras insensatas opiniones, entre todas nuestras condiciones tan desproporcionadas a nuestros ojos, y tan iguales ante ti; que todos estos pequeños matices que distinguen los átomos llamados hombres no sean señas de odio y persecución; que quienes encienden velas en medio del día para celebrarte toleren a los que se contentan con la luz de tu sol; que los que cubren su ropa con una tela blanca para decir que hay que amarte no odien a los que dicen lo mismo bajo un manto de lana negra; que sea igual adorarte en un dialecto formado de una antigua lengua, o en un dialecto más nuevo; que aquellos cuyo hábito está teñido de rojo o de violeta, que dominan sobre una pequeña parcela de un pequeño montón del lodo de este mundo, y que poseen algunos fragmentos redondos de cierto metal, disfruten sin orgullo de lo que llaman grandeza y riqueza y que los otros los vean sin envidia: pues tú sabes que no hay en estas vanidades ni qué envidiar, ni de qué enorgullecerse.

¡Ojalá puedan todos los hombres acordarse de que son hermanos! Que les horrorice la tiranía ejercida sobre las almas; del mismo modo que les horroriza el robo que priva por la fuerza de los frutos del trabajo y de la industria pacífica. Si los azotes de la guerra son inevitables, que no nos odiemos, que no nos desgarremos los unos a los otros en el seno de la paz, y empleemos el instante de nuestra existencia para bendecir por igual en mil lenguas distintas, desde Siam a California, tu bondad que nos ha dado este instante.

Entrevista de Voltaire con un Ángel -- 1733

Temas: los Derechos Inalienables de la Vida, la Libertad y la Búsqueda de la Felicidad.

Discurso de la Libertad

Escrito en 1738 (Voltaire tenía 44 años)

En el transcurso de nuestros años, estrecho y corto pasaje,

Si la felicidad que se busca es el premio del verdadero sabio,

¿Quién podría darme este precioso tesoro?

¿Depende de mí mismo? ¿Es un don de los cielos?

Al igual que el espíritu, la belleza y la cuna,

¿Es parte independiente de la humana prudencia?

¿Soy, en efecto, libre? ¿O son mi cuerpo y mi alma

De otro agente los ciegos resortes?

Por último, mi voluntad, que me mueve, que me guía,

En el palacio del alma ¿es esclava o reina?

Oscuramente sumido en esta duda cruel,

Mis ojos, llenos de lágrimas, se volvieron hacia el cielo Cuando uno de esos espíritus que el soberano Ser Colocó cerca de su trono, y hecho para conocerle, Que respiran en Él, que se queman con sus fuegos, Descendió hasta mí de la bóveda de los cielos;

Pues se ve a veces a estos hijos de la luz Iluminar de un mundano el alma simple y grosera,

Y rehuir obstinadamente todo orgulloso doctor Quien en su silla sentado cree estar por encima de ellos,

Y, trastornado el cerebro con los vapores de un sistema,

Toman estas espesas nieblas por la claridad del cielo mismo.

“Escucha, me dijo, pronto a consolarme,

“Aquello que puedes oír y que se puede revelar.

Tengo piedad de tu problema; y tu alma sincera,

Puesto que sabe dudar, merece ser iluminada.

Sí, el hombre sobre la Tierra es tan libre como lo soy yo.

Es el más hermoso presente de nuestro rey común.

La libertad, que Él da a todo ser que piensa,

Constituye la vida y la esencia incluso de los menos dotados espiritualmente.

Quien concibe, quiere, actúa, es libre actuando:

Es el divino atributo del Ser todopoderoso.

Él lo comparte con sus hijos que ama.

Nosotros somos sus hijos, sombras de Él mismo.

Él concibió, Él quiso y el universo nació:

De igual modo, cuando tú quieres, la materia obedece.

Soberano sobre la tierra, y rey mediante el pensamiento,

Tú quieres, y la naturaleza es forzada bajo tus manos.

Tú mandas en los mares, en el soplo de los céfiros,

En tu propio pensamiento, e incluso en tus deseos.

¡Ah! ¿Qué serían, pues, nuestras almas sin libertad?

Móviles agitados por invisibles llamas,

Nuestros deseos, nuestras acciones, nuestros placeres, nuestras repugnancias,

De nuestro ser, en una palabra, nada sería nuestro:

Impotentes máquinas de un artesano supremo.

Autómatas pensantes, movidos por manos divinas,

Estaríamos ocupados de mentira para siempre,

Viles instrumentos de un Dios que nos habría engañado.

¿Cómo, sin libertad, seríamos sus imágenes?

¿Qué sacaría de tales obras brutas?

No se podría, pues, ni complacerle ni ofenderle;

No tendría nada que castigar, nada que premiar.

En los cielos, sobre la tierra, no habría más justicia.

Pucelle (honesto estadista) carecería de virtud,

Desfontaines (un impostor) carecería de vicio.

El destino nos conduciría a nuestras horribles inclinaciones,

Y este caos de mundo estaría hecho para los malos.

El opresor insolente, el avaro usurpador,

Cartouche (famoso bandido), Miriwits (famoso asesino) u otro bárbaro parecido,

En fin, más culpable que ellos, el calumniador

Diría: “Yo no he hecho nada, Dios es su único autor;

“No soy yo, es Él quien falta a mi palabra,

Quien golpea a través de mis manos, quema, roba, viola”.

Y así, el Dios de la justicia y la paz

Sería el autor del problema y el Dios de los fraudes.

Los tristes partidarios de esta horrible doctrina,

¿Dirían algo más si adorasen al diablo?”

Yo estaba ante este discurso tal como un hombre ebrio

Que, iluminado por un gran día, despierta sobresaltado,

Y cuyo débil y entornado párpado

Apenas le permite distinguir la luz.

Finalmente, me atreví a responder con una tímida voz:

“Sagrado intérprete de leyes eternas,

Si el hombre es libre ¿por qué tiene tanta debilidad?

¿De qué le sirve la llama de su vana sabiduría?

La sigue y se pierde; y, siempre combatido,

Amando la virtud abraza el crimen.

¿Por qué este rey del mundo, tan libre, tan sabio,

Sufre tan a menudo tan dura esclavitud?”

El consolador espíritu repuso a estas palabras:

“¿Qué injusto dolor agobia tu espíritu?

Dices que a veces tu libertad te es arrebatada.

¿Dios te la debía inmutable, infinita,

Igual en todo estado, en todo tiempo, en todo lugar?

Tus destinos son los de un hombre, y tus deseos son los de un Dios.

¡Qué! Este átomo que nada en este océano

Diría: “La inmensidad debe ser mi parte”.

“No; todo es débil en ti, cambiante y limitado,

Tu fuerza, tu espíritu, tus talentos, tu belleza,

En todo sentido, la naturaleza tiene límites prescritos;

¡Y sólo el poder humano carecería de ellos!

Pero, dime, cuando tu corazón, formado de pasiones,

Cede a pesar de sí mismo a sus impresiones,

Que siente en sus combates su libertad vencida,

Entonces la tenías en ti, puesto que la has perdido.

Una fiebre ardiente ataca tus resortes,

Viene con pasos desiguales a minar tu débil cuerpo:

¡Pero qué! Por este peligro derramado sobre tu vida,

Tu salud no está para siempre aniquilada;

Se te ve regresar de las puertas de la muerte,

Más firme, más contento, más templado, más fuerte.

Conoce mejor el feliz don que tu pena reclama:

La libertad en el hombre es la salud del alma.

Se la pierde a veces; sed de grandeza,

La cólera, orgullo, un amor sobornador,

Los engañosos arrebatos de un curioso deseo.

¡Oh! ¡Cuántas enfermedades tiene el corazón!

Pero contra sus asaltos serás reforzado:

Coge ese libro sensato, consulta a ese amigo

(Un amigo, regalo del cielo, es el verdadero bien del sabio);

He aquí a Helvetius, Silva, Vernage (tres famosos físicos franceses),

Que el Dios de los humanos, listo para socorrerles,

Se ha dignado enviarlos a punto de morir.

¿Existe un solo mortal cuya alma insensata,

Piense en otra cosa, cuando él está en peligro?

Fíjate en este enemigo amotinado de la libertad,

Ciego partidario de un ciego destino:

Escucha cómo consulta, aprueba, delibera;

Escucha de qué reproche cubre a un adversario.

Mira cómo busca vengarse de un rival,

Cómo castiga a su hijo, y quiere corregirlo.

¿Lo creía, pues, libre? Sí, sin duda, y él mismo

Desmiente a cada paso su funesto sistema;

Le mentía a su corazón queriendo explicar

Este dogma absurdo de creer, absurdo de practicar:

Reconoce en sí mismo el sentimiento que él desafía;

Actúa como libre y habla como esclavo.

Seguro de tu libertad, devuelve a su autor,

Este regalo que su bondad hizo para tu felicidad

Ordena a tu razón que evite esas querellas,

Inmortales disputas de los tiranos del espíritu;

Firme en tus sentimientos, y simple en tu corazón.

Ama la verdad, pero perdona al error;

Huye de los transportes de un celo atrabiliario;

Este mortal que se ha perdido es un hombre, es tu hermano:

Sé sabio para ti solo, compasivo con él;

Finalmente, crea tu felicidad mediante la felicidad del prójimo.

Así hablaba la voz de ese sabio supremo.

Sus discursos me elevaron por encima de mí mismo;

Iba a preguntarle, indiscreto en mis deseos,

Secretos reservados a la gente del cielo;

Lo que era el espíritu, el espacio, la materia,

La eternidad, el tiempo, el resorte, la luz:

Extrañas preguntas, que confunden a menudo

Al profundo S’Gravesande (célebre físico) y al sutil Mairan (Secretario de la Academia de Ciencias de Paris),

Y que en vano explicaba en sus doctas quimeras

El autor de torbellinos (Descartes) a quien ya apenas se cree.

Pero ya, escapando a mi fascinado ojo,

Volaba a la residencia donde luce la verdad.

No había bajado hasta mí para enseñarme

Los secretos del Altísimo que yo no podía comprender.

Mis ojos habrían sido heridos por una más brillante luz:

Me dijo: “¡Sé feliz!”. Me había dicho lo suficiente.

Evento Espiritual registrado por François Marie Arouet (Voltaire), en 1763

Del Diccionario Filosófico (Obras Filosóficas) por Voltaire, una entrada escrita en 1765, titulada simplemente: Dogma.

Nota de Steve T.:

En una visión de este tipo, la conversación típicamente tiene lugar mediante una transferencia directa e instantánea del conocimiento. Estudios de visiones similares indican que la mayor parte del tiempo de la entrevista es utilizado por el ser de luz para tranquilizar y consolar al atónito testigo mientras espera que este último se adapte a esta nueva experiencia. Una vez que ambas mentes se vuelven una, la transferencia real de información toma mucho menos tiempo que el que se tarda en leer este relato. “Conversación telepática” es el término común más aproximado para denominar este proceso, pero es mucho más que la telepatía. Una tremenda cantidad de conocimiento puede ser transferida en una de estas experiencias, mucho más de lo que el amable lector pueda tener el tiempo y la paciencia de leer. Así que, probablemente, Voltaire tuvo que abreviar y articular los sentimientos, intenciones y emociones en su propio idioma y expresarlos en el estilo popular de la época.

Cambios energéticos y estructurales ocurren dentro de la persona durante este proceso. No se sale de esta experiencia siendo la misma persona. Puede que se reasuma una personalidad que precedió billones de años al nacimiento.

Voltaire tenía 69 años cuando ocurrió este suceso. He aquí el contexto de la vida del autor en aquella época:

Voltaire había pasado por un período de mala salud y desilusión en sus años 50 y 60. Su amante, Lady Chatelet, perdió por entonces todo interés por él. Hacia los 39 años de edad, tomó un joven amante, un soldado atlético, y murió dando a luz a su hijo (1749). Experimentando una aguda pérdida de amor y ausencia de objetivo, Voltaire se fue a Prusia (1750) a trabajar como asesor de Federico II que se declaraba a sí mismo como pacifista. No mucho después (1756) Federico II invadió Silesia, bajo un muy débil pretexto, y se inició la Guerra de los Siete Años (1756 – 1763). Mientras Voltaire servía de intermediario entre Federico II y el gobierno francés para negociar la paz, Federico quemaba y asolaba aldeas. Sus soldados iban dejando una estela de atrocidades y destrucción mientras Federico agradecía a Dios sus victorias. Voltaire estaba horrorizado por todo esto y sus sentimientos hacia Federico II empeoraron con el tiempo. Finalmente, Voltaire abandonó su servicio sin pedir permiso y se fue a Ferney en 1758.

Entre 1762 y 1764, Voltaire asumió la defensa de un comerciante protestante llamado Calas que había sido falsamente acusado del asesinato de su hijo católico. Calas fue muerto en tortuosa ejecución por la Iglesia Católica en 1762. No se encontraron en absoluto pruebas contra Calas. Voltaire aplicó su tiempo, su reputación y sus capacidades de escritor para defender a su familia. Incitó un tan severo clamor público contra la sentencia que la Iglesia anuló la condena. Esto significaba que se restituían las tierras, las cuentas bancarias y las posesiones confiscadas por la Iglesia a la viuda y a los hijos supervivientes del hombre ejecutado.

La Iglesia Católica estaba en el apogeo de su riqueza y de su poder. Las autoridades religiosas habían torturado y matado sin pruebas ni fundamento jurídico al hombre que él defendía. Él sabía que desafiaba la autoridad de un potente y mortal enemigo, sin más armas que su pluma y la fuerza de su razón. En medio de este período, Voltaire tuvo la siguiente experiencia:

El 18 de febrero del año 1763 de la era vulgar, con el sol entrando en el signo de Piscis, fui transportado al cielo, como lo saben todos mis amigos.

No fue la yegua Borac de Mahoma la que me sirvió de montura; ni fue el carro inflamado de Elías el que me sirvió de vehículo; no fui llevado ni por el elefante de Sammonocodom, el Siamés, ni sobre el caballo de San Jorge, patrón de Inglaterra, ni sobre el cerdo de San Antonio: confieso con ingenuidad que no sé cómo se hizo mi viaje.

En realidad, creerán que sufrí un mareo; pero lo que no creerán, es que vi juzgar a todos los muertos. ¿Y quiénes eran los jueces? Eran, no os disgustéis, todos aquellos que hicieron el bien a los hombres, Confucio, Solón, Sócrates, Tito, los Antonins, Epícteto, Charron (1541-1603) (autor del Ensayo en Sabiduría, amigo de Montaigne), De Thou (amigo de Cinq-Mars, decapitado con él en 1642), el canciller del Hospital; todos los grandes hombres que, habiendo enseñado y practicado las virtudes que Dios exige, parecían ser los únicos con derecho a pronunciar sus decretos.

No diré nada sobre en qué tronos estaban sentados, ni cuántos millones de seres celestes estaban prosternados ante el arquitecto de todos los mundos, ni qué muchedumbre de habitantes de esos innumerables mundos compareció ante los jueces. No daré cuenta aquí más que de algunas pequeñas particularidades totalmente interesantes que me impresionaron.

Me di cuenta de que cada muerto que alegaba su caso y que exhibía sus buenas intenciones, tenía a su lado a todos los testigos de sus actos. Por ejemplo, cuando el cardenal de Lorena (Charles de Guise, cardenal de Lorena, 1524-1574) alardeaba de haber hecho adoptar algunas de sus opiniones por el Concilio de Trento (1535-1565), y que, como premio de su ortodoxia, reclamaba la vida eterna, inmediatamente aparecían a su alrededor veinte cortesanas o señoras de la corte llevando todas sobre la frente el número de sus citas románticas con el cardenal. Se veían a aquellos que habían ayudado al cardenal a sentar las bases de la Liga (conspiración para derrocar al rey Enrique III, 1576); todos los cómplices de sus perversos designios venían a rodearle.

Frente al cardenal de Lorena estaba Jean Chauvin (Juan Calvino, teólogo francés, 1509-1564), que se jactaba, en su jerga grosera, de haber pateado al ídolo papal, después de que otros lo hubieran abatido.

“He escrito contra la pintura y la escultura”: decía. “Demostré que las buenas obras no sirven para nada en absoluto, y probé que era diabólico bailar el minueto: sacad rápido al cardenal de Lorena fuera de aquí, y ponedme junto a San Pablo”.

Mientras hablaba, se vio junto a él una pira encendida; un espantoso espectro, llevando al cuello una fresa española a medio quemar, salió de en medio de las llamas con horribles gritos. “¡Monstruo!”: gritaba. “¡Monstruo execrable! ¡Tiembla! Reconoce a este Servet (Miguel Servet, ejecutado en 1553) que hiciste morir por el más cruel de los suplicios, porque disputó contra ti sobre cómo tres personas pueden formar una sola sustancia”. Entonces, todos los jueces ordenaron que el cardenal de Lorena fuera echado en el abismo, pero que Calvino sería castigado más rigurosamente.

Vi una prodigiosa multitud de muertos que decían: “Creí, creí” Pero en sus frentes estaba escrito: “Hice” y eran condenados.

El jesuita Le Tellier (confesor de Luis XIV desde 1709, famoso por su odio al Jansenismo, al que su edicto “Unigénito” condenó en 1713) apareció orgullosamente, con la bula Unigenitus en la mano. Pero a sus lados, se levantó de golpe un montón de dos mil cartas de sello (cartas de autorización de tortura por la Inquisición). Un Jansenista le pegó fuego: Le Tellier fue quemado hasta los huesos, y el Jansenista, que no había intrigado menos que el jesuita, tuvo su parte de la quema.

Vi llegar a izquierda y derecha legiones de faquires, talapoins (monjes budistas ascetas de Ceilán, Siam,…), bonzos, monjes blancos, negros y grises, que se habían todos imaginado que para hacerle su corte al Ser supremo, hacía falta o cantar, o flagelarse, o andar completamente desnudos. Oí una terrible voz que les preguntó:

¿Qué bien les habéis hecho a los hombres?

A esta voz siguió un profundo silencio; ninguno se atrevió a responder, y todos fueron llevados a las pequeñas-casas (cárceles) del Universo; es uno de los mayores edificios que se puedan imaginar

Uno gritó: “Es en las metamorfosis de Xaca en lo que hay que creer”. Otro: “Es en las de Sammonocodom”. Otro decía: “Baco paró el sol y la luna”. Aquel otro dijo: “Los dioses resucitaron a Pelops (mitología griega)”. “He aquí la bula “In Coena Domini” (donde figuraban los nombres de los católicos que nunca podrían ser perdonados mientras vivieran)”: dijo un recién llegado. Y el ujier de los jueces gritó: “¡A las pequeñas-casas, a las pequeñas-casas (cárceles)!

Cuando todos estos procesos terminaron, escuché entonces promulgar este decreto: “De parte del Eterno, Creador, Conservador, Remunerador, Vengador, Perdonador, etc., etc., que lo sepan todos los habitantes de cien mil millones de mil millones de mundos que nos apeteció crear, que nunca juzgaremos a ninguno de dichos habitantes por sus ideas huecas, sino únicamente por sus acciones: pues tal es nuestra justicia”.

Confieso que fue la primera vez que oí un tal edicto: todos los que había leído (como abogado de la corona) en el pequeño grano de arena donde nací terminaban con estas palabras: “Pues tal es nuestro placer (última línea de todos los edictos reales en Francia por aquel entonces)”.

Nota de Steve T: posible ECM

Esto puede que sea una completa ECM. Sugiere que lo fue, que estuvo fuera del cuerpo y que fue transportado al cielo. Menciona que vio y experimentó muchas cosas, pero sólo reporta una en particular: la forma en que el cielo llevará a cabo el juicio de los muertos. En la época en que tuvo la experiencia, estaba pleiteando con la Inquisición, o fundamentalmente, en su mente, demandando al diablo por vidas humanas.

Había visto a un muchacho de 17 años torturado, cortada la lengua, quemados los pies, por cantar canciones de bar ridiculizando a los sacerdotes. Voltaire también pasó algún tiempo en la Bastilla por algo que dijo, por lo que puede que sintiera que su vida corría algún grado de riesgo y ciertamente su alma estaba en juego.

Su principal cliente ya había muerto durante el interrogatorio, lo habían partido en la rueda, o sea atado cada miembro a un caballo de tiro y descuartizado. Seguía teniendo que proteger a la viuda del hombre y a los huérfanos, cuyas ciudadanías habían sido revocadas, sus tierras y cuentas bancarias confiscadas y se les había prohibido ejercer cualquier honorable comercio.

Durante el proceso, una duquesa le ofreció un oficio de cardenal y una importante suma de dinero, sólo por dejar el caso. El caso cobró intensidad y él estaba en los sesenta, con mala salud, cuando se desmayó y se encontró delante del trono de Dios.

Él quería saber desesperadamente cómo elegían las autoridades celestes a sus jueces y bajo qué criterios juzgaban a un alma humana. La respuesta fue: “No en base a lo que decían que creían, sino a lo que en verdad hicieron… lo bueno que hicieron por sus semejantes”. Pertenecer al movimiento religioso correcto o dar crédito a la doctrina correcta no les excusa de sus actos.

En esta época de su vida ha fijado sus actitudes y sabe quién es, está muy confiado. Tiene 73 años y ha vivido mucho y bien. Tuvo una experiencia de luz a los 44 años, por lo que le tenía poco miedo a la muerte y por entonces se le dijo que (lo que ahora llamamos) los derechos humanos provenían de la autoridad divina, y no les estaba permitido a reyes o papas manipularlos.

Por lo que escribió sin remordimientos que había visto a Dios, que había visto los esplendores arquitectónicos del cielo, y comprendido que había trillones de mundos habitados como éste, y todos estaban poblados con gente a la que se le preguntaría: “¿Qué has hecho de bueno por tu prójimo?”

Tenga en cuenta que aquellos que torturaron a la gente cuya búsqueda espiritual no se conformaba a sus estándares, y aquellos que incitaron a hacer guerras santas, fueron confinados en una inmensa prisión y no se les dejó reunirse de nuevo con la humanidad.

Cuando leí la historia por primera vez, hice una lista de los nombres que Voltaire mencionaba como jueces de la humanidad: Confucio, Epícteto, los Antonins y así sucesivamente. Leí sus notas biográficas en la enciclopedia Larousse y, más tarde, compré ejemplares de sus obras maestras.

-Marco Aurelio (Antonin): “Meditaciones”. Emperador romano que gobernó sin ambición ni codicia de poder.

-Epícteto: “Arte de vivir”. El principal maestro de la escuela estoica.

-Confucio: “Analectas” (Conversaciones).

Se trata de una lista que vale la pena leer. Eran verdaderos santos, y como señaló Voltaire, muchos nacieron fuera de la “buena Iglesia”.

1 .Concilio de Trento (1535- 1563)

El 19º concilio ecuménico fue convocado en Trento, Italia, como un movimiento para contrarrestar la reforma protestante y reforzar las normas y tradiciones católicas. El Consejo trató de la reforma de la venta incontrolada de indulgencias por los sacerdotes locales, y de la normalización de ciertos dogmas. Entre otras cosas, sostuvo que la tradición se declaraba igual a la Escrituras como fuente de conocimiento espiritual. El Consejo elaboró un Índice de Libros Prohibidos, que fueron considerados heréticos. Este índice fue aplicado por la Inquisición y siguió vigente hasta el Concilio Vaticano II, de 1962 - 1965. Este concilio también mantuvo la venta de indulgencias, pero puso controles más estrictos sobre la práctica. Fue el abuso de la venta de indulgencias lo que motivó que Martin Lutero publicara sus 95 tesis en contra del sacerdocio católico.

2. La Liga Católica


Enrique III fue el último rey Valois de Francia. Cuando hizo la paz con los hugonotes (protestantes), una facción católica fanática se formó bajo el liderazgo de la Casa de Guise (François y Charles). Charles de Guise, el Cardenal de Lorena, y su hermano fundaron la Liga Católica, que obligó al rey a prohibir de nuevo la religión protestante en 1585. Ellos trataron de impedir que Enrique de Navarra (Enrique IV) accediera a su trono a causa de sus creencias protestantes. A continuación, para deponer a Enrique III, incitaron una revuelta que lo alejó de París. En represalia, Enrique III hizo asesinar al Cardenal y a su hermano. La Liga, y el Papa más tarde, declararon a Enrique III depuesto. Enrique III formó una alianza con Enrique de Navarra, y marchó sobre París en 1589. Fue asesinado en Saint Cloud por un católico fanático llamado Jacques Clément...

3. Miguel Servet


Teólogo español, médico y abogado (1509 - 1553), publicó una tesis llamada "Christianismi Restitutio", que fue condenada por católicos y protestantes por cuestionar la doctrina de la Trinidad. Fue arrestado por la Inquisición por su escrito, y escapó a Ginebra, en busca del refugio de Juan Calvino. Calvino ordenó su detención. Fue juzgado y quemado como hereje.

4. Jansenismo


Cornelio Jansen, obispo flamenco de Ypres, escribió una carta, que fue publicada póstumamente, sobre sus ideas teológicas. Él creía en la predestinación absoluta, y que los seres humanos son incapaces de hacer el bien sin la no solicitada gracia de Dios. Sólo unos pocos escogidos se salvan. Esto dividió a la Iglesia católica. Los jesuitas fueron encarnizados enemigos de los Jansenistas y consideraron sus ideas peligrosas para la fe católica. Los de la facción Jansenista se consideraban a sí mismos buenos católicos. Su doctrina sobre la predestinación era la misma que la de Juan Calvino.

El Jansenismo fue apoyado por varios intelectuales y nobles franceses. Su centro de aprendizaje espiritual se encontraba en Port-Royal-des-Champs. Defendían una austera forma de piedad y un rigor moral puritano. En 1713, bajo la intensa presión ejercida por el Rey LUIS XIV, el Papa CLEMENTE XI emitió la bula Unigenitus condenando las 101 propuestas de un tratado de otro francés Jansenista, Pasquier Quesnel (1634-1719). El rey francés cerró Port-Royal-des-Champs en 1709. Y lo arrasó en 1710.