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Descripción de la experiencia:

En 1977-1978, después de haber terminado mis estudios en Inglaterra, trabajaba como asistente del médico jefe de un reconocido hospital en Tegernsee.

Este hospital se especializa en el tratamiento de pacientes que sufren de cáncer terminal.Esas personas, por supuesto, no visitan el Tegernsee por su hermoso paisaje, pero si debido a nuestra capacidad de ayudar a muchos de ellos, con nuestra experiencia y métodos. Hemos sido testigos de un buen número de casos que la medicina ortodoxa consideraría como “remisiones espontáneas”. Desde nuestro punto de vista, estas remisiones no eran inexplicables, ya que habíamos desarrollado un método para llevar a cabo una apoptosis (muerte celular inducida) de las células cancerosas. Allí se han tratado muchas personas de todas partes del mundo.

He trabajado como asistente del médico jefe y era responsable de la coordinación de los procedimientos terapéuticos. A pesar de que nuestro personal se compone de una cantidad suficiente de miembros, era un trabajo muy duro al que nos enfrentábamos allí. La presión era enorme. Muchos pacientes llegan allí en una condición bastante pobre, y necesitan atención médica intensiva.

Habitaba un apartamento en una pequeña casa en la ciudad, que fue proporcionado por el hospital.

Una noche, después del trabajo, me senté en mi escritorio y escribí una larga carta a mi madre en Caracas, escrita en español, el idioma de mi madre. Le hablé de la presión en el trabajo y de mi estado de ánimo en lo referente a la vida en un país extranjero. También le describí el paisaje de Tegernsee.

El día después, hice la ronda clínica con el médico jefe. Tuve que acompañarlo a todas las diferentes unidades, debido a mis responsabilidades en el procedimiento de coordinación. En cada unidad, se nos unieron los médicos de guardia y las enfermeras a cargo de las respectivas salas. Por lo tanto, pasamos de un paciente a otro y de una habitación a otra, como de costumbre.

En una de las habitaciones, había una señora cuyo nombre no puedo recordar (más de treinta años han pasado desde entonces). Sufría de un carcinoma de mama, con metástasis en sus pulmones, el hígado y los huesos. Sólo el médico jefe le hizo preguntas, como de costumbre. No hablé con ella. Yo no había hablado mucho con ella desde su llegada.

Estábamos leyendo los informes de laboratorio, cuando de repente se volvió hacia mí y dijo: "La carta que escribió a su madre, ayer, fue muy hermosa." Al principio, no entendía de qué estaba hablando. Entonces recordé la carta. Todas las personas que estuvieron presentes, fueron testigos de sus palabras, y me miraron con sorpresa.

Yo estaba muy avergonzado, porque de este comentario, tal vez los médicos y enfermeras podrían haber pensado que solía mostrar mis cartas privadas a los pacientes.

Le pregunté qué quería decir con esto y ella dijo: bien, la carta que escribió a su madre ayer. 'Yo le pregunte cómo podía saber acerca de esto y ella respondió que sólo lo sabía. Yo no iba a continuar esta conversación delante de las otras personas y le dije que iba a volver después de la ronda. Después, un colega me preguntó de que estaba hablando ella. Sólo le dije, no lo sé.

Unas dos horas más tarde, después de la ronda de guardia, le pregunté qué quería decir al referirse a la carta. Ella respondió que ella veía, por lo que yo había escrito, lo mucho que quería a mi madre y me describió en detalle la carta. Insistí en preguntar cómo podía saber acerca de todo esto y me dijo que me había visto desde arriba, desde el techo. Me dijo también, que había escrito la carta en un escritorio y usando una bata de baño de color verde. Yo quería saber si podía hablar español. Ella dijo que no hablaba español, pero de nuevo me describió con precisión lo que había escrito. Describió mi pluma y cómo estaba ordenado todo en mi escritorio. Incluso pudo describir el estilo romano de la silla.

Pregunté bastante desesperado, ¿cómo puede ser esto posible? “No sé, nunca experimenté algo así ", respondió ella. No he podido encontrar una explicación y terminó la conversación.

Murió tres días más tarde.

No sé por qué se intereso por mí. Sólo habíamos intercambiado unas pocas palabras antes. Tal vez ella había construido una relación emocional. Eso puede ser posible. En lo que a mí concierne, ese no fue el caso, al menos no antes de nuestra conversación. No era más que un paciente entre otros. No es habitual en los hospitales permitir una estrecha relación con los pacientes, porque de lo contrario, se corre el riesgo de sufrir y por lo tanto, perder la objetividad. He reflexionado sobre este evento, pero desde hace un año que no hablaba con nadie de ello. He tenido otras experiencias extrañas con enfermos terminales. No podía darles el seguimiento porque yo estaba muy involucrado en oncología, en ese período de mi vida.

La experiencia que he descrito aquí es la más impresionante que he tenido.