ECM de un Prisionero
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Descripción de la experiencia:

Me llamo Philip y les escribo en relación a la entrevista del Dr. Long y de usted en el programa de Art Bell ayer noche concerniente a las ECM. El 24 de septiembre de 1995, a eso de la 1:30, durante un robo frustrado, fui herido de bala por un sheriff del condado. La bala me destrozó la rodilla y me seccionó la arteria de la pantorrilla. Me dijeron que tuve una hemorragia durante la operación.

Me acuerdo de dos incidentes específicos, ambos diferentes. La primera vez, me encontré flotando por encima de una mesa de operaciones. En aquel momento, me hallaba muy interesado por lo que pasaba y me inquietaba la agitación que reinaba. Una lámpara quirúrgica me obstruía el campo visual, de manera que me “desplacé” hacia abajo para observar por encima del hombro de una cirujana. Recuerdo que me reí, porque era demasiado pequeña y estaba parada sobre un objeto para poder alcanzar la mesa. También vi a un hombre con atuendo quirúrgico recostado contra una pared, a quien reconocí como el oficial que me había acompañado en la ambulancia, y con el que había entablado un trato amistoso. Tuve confirmación de ambas cosas tras mi convalecencia.

Entonces la “burbuja” estalló (esto no es exacto, pero es la mejor descripción que puedo dar), y todo se volvió negro. Era como moverse, pero al mismo tiempo dormirse lentamente. Me encontré de pie, descalzo, en una hermosa pradera en las montañas, y tenía cuatro años. Me tenía tomado de la mano el hombre más hermoso que jamás había visto. ¡Cien veces más bello que un dios griego! De él emanaba una luz que irradiaba amor del mismo modo que el sol irradia luz; y yo sabía que con él me hallaba seguro. Era la sensación más amorosa y apacible que había sentido jamás. Comenzamos a caminar de la mano por un sendero que atravesaba la pradera. Sabía que me llevaba a un lugar específico, pero que el trayecto era igualmente importante. Veía cosas asombrosas. Colores, formas, olores, todo era tan claro y hermoso. Era como si viera por primera vez. Mi guía disfrutaba de este paseo tanto como yo, señalándome cosas nuevas y riéndose al ver mi placer. El único sonido que emitía era la risa, y era tan maravillosa como todo lo demás. Era como la música de un riachuelo de montaña, como el primer llanto de un bebé, como el tintineo de campanillas y como el estruendo del trueno. Jamás lograré describir ese sonido.

Al final de la senda, llegamos a un sitio que dominaba un valle. El valle estaba cubierto de niebla o nubes, de tal modo que no sólo no se veía lo que había más abajo, sino que tampoco era posible formarse una idea exacta de su dimensión. Del valle provenían sentimientos y emociones tan tristes que comencé a llorar. Eran sentimientos de pena y nostalgia, como desear que algo no hubiera sucedido así, sabiendo que era demasiado tarde para cambiar las cosas, pero deseándolo a pesar de todo. Mi guía también lloraba. Una vida desperdiciada es algo demasiado triste para expresarlo con palabras.

La luminosidad que rodeaba a mi guía palideció, mientras que una luz más inmensa y más brillante nos envolvió, y escuché una voz dentro de mi cabeza. La voz decía, “Philip, éste es el final del sendero por el que caminas. Recuerda que siempre te amaré”. La luz se desvaneció, mi guía sonrió y me secó las lágrimas, y la burbuja “estalló” otra vez.

Desperté en la sala de recuperación llorando como un niño. Una enfermera estaba inclinada sobre mí, tratando de tranquilizarme, y me decía que ya todo había pasado y que iba a estar bien. Me preguntó por qué lloraba. Le dije que había tenido un sueño triste. Se rió y me dijo que los anestésicos que se administran durante la operación bloquean la capacidad del cerebro para soñar. Luego me preguntó qué había soñado. No le pude contar todo, luchaba contra la somnolencia, pero le dije lo suficiente. Ella me reveló que los médicos habían tenido dificultades conmigo (había estado en cirugía por más de seis horas), y que había perdido mucha sangre. Luego me comentó que ella no creía que hubiese sido un sueño, y me dijo que durmiera. Soñé con una vida y un futuro mejores para mí, y supe que era posible.

Desde entonces, les he preguntado a otros médicos si es posible soñar bajo anestesia. Todos han respondido que no. Todavía trato de convencerme de lo contrario; por lo menos en mi caso fue así. De vez en cuando, justo antes de dormirme, veo a mi guía cerca de mí. Personalmente, creo que he vislumbrado tanto el Cielo como el Infierno, que no sólo he visto a mi Ángel Guardián, sino que he caminado de su mano, y he oído la voz de Dios.