ECM de un Soldado
Home Pagina ECMs actuales Comparta su ECM



Descripción de la experiencia:

En 1969, estaba en Vietnam cumpliendo con mi deber patriótico y enseñándoles a otros cómo cumplir con el suyo. Era instructor de las fuerzas especiales conocidas como Green Berets (Boinas Verdes) y enseñaba técnicas de combate cuerpo a cuerpo en la guerra de guerrillas. Para mí, el trato infligido a los soldados enemigos era como un videojuego o una partida de ajedrez gigante. Nunca pensaba que el enemigo realmente tenía personalidad, nombre, padres, esposa, hijos, que tenía sus propios temores, metas, esperanzas y sueños. Para mí no eran más que números. Cuantos más de ellos murieran, mejor. La consciencia no contaba para nada en el ejército, un gran número de enemigos abatidos, sí.

Yo era violento, duro y macho. Podía utilizar cualquier parte de mi cuerpo para matar. Era instructor y enseñaba a otros para que fueran como yo. Un día, me pasé en mi papel y estuve a punto de pagarlas todas juntas. Fui sorprendido y alcanzado por un obús de mortero. Me encontré flotando por encima de mi cuerpo, sin sentir ningún dolor. No podía creer que todavía podía pensar, ver, oír, e incluso oler. Intenté tomarle el pulso a mi propio cuerpo debajo de mí, pero para mi sorpresa, mis dedos pasaron a través de mi cuello. Sabía que estaba gravemente herido. Llegó un enfermero, al que sólo conocía como Skip, y sentí alivio. Skip empezó a llamarme por mi nombre y a preguntarme si podía oírle. De repente, me encontré cara a cara con él, respondiendo a sus preguntas, sin embargo, él no me oía. Observé que se inclinaba muy abajo sobre mi cuerpo, pero a pesar de ello, estábamos cara a cara. Sea cual fuere la naturaleza del cuerpo en el que me encontraba entonces, me di cuenta, para mi gran sorpresa, de que estaba dentro del suelo. Sólo el pecho, los hombros, el cuello y la cabeza me sobresalían por encima del suelo.

Pensé que esto era verdaderamente raro, pero se volvió más extraño aun cuando me sentí succionado hacia abajo, y repentinamente me encontré en una trinchera. Esta trinchera estaba llena de sangre, tripas y pedazos de cuerpos. Aquello tenía la consistencia de un espeso guisado de carne. Para empeorar la situación aún más, vi hombres, mujeres e incluso niños de rasgos asiáticos, de pie a ambos lados de la trinchera. Me señalaban con el dedo y gritaban. Intentaban agarrarme mientras que yo chapoteaba abriéndome paso a través de aquel horror nauseabundo en dirección a un punto de luz en la distancia. A aquellas gentes en las orillas les faltaban miembros y partes de la cara o del cuerpo. Una madre sostenía a su bebé, y ambos tenían impactos de bala en la cara. Aunque hablaban vietnamita, yo sabía que gritaban que yo era de algún modo responsable de su estado y de su muerte. Eran tan horriblemente espantosos que intenté permanecer concentrado solamente en la luz. Sentía que si sólo pudiera llegar a la luz, estaría a salvo. Ninguna de esas personas desmembradas a los lados de la trinchera me tocó, no obstante tengo la sensación de que faltó poco.

Uno de los recuerdos que más me atormenta de ese trayecto insoportable es el de una niñita flaca de seis años, a quien yo me había referido como Señorita Cerdita (porque siempre andaba mendigando comida y dulces, y estaba mugrienta). Un día llegó a nuestro campamento, y llevaba algo escondido en un saco que llevaba al hombro. Parecía como si supiera que estaba a punto de hacer algo que no debía. Cuidadosamente le apunté desde unos 15 metros de distancia y pensé: “Si saca algo sospechoso, pasará a la historia.” La vi meter la mano en el saco y sacar algo que parecía una granada. Pensé: “¡Tiene una granada en ese saco, y la han enviado para hacer volar a mis muchachos!” De un solo balazo le volé la tapa de los sesos. Más tarde, su hermano les dijo a otros de los muchachos que la niña había estado tratando de encontrar un americano que pudiera esconder un cachorrito con el que se había encariñado, y evitar que se convirtiera en la cena de la familia aquella tarde. Varios de los muchachos me criticaron por haber reaccionado demasiado de prisa abriendo fuego, porque en realidad, a distancia yo no había visto más que la cabeza del perrito negro, y lo tomé por una granada. Me encogí de hombros como solía hacerlo, diciendo, “Es una desafortunada víctima de la guerra”. Una de las personas a la orilla del río de sangre y tripas era esta pequeña vietnamita. Me gritaba con lo que le quedaba del rostro. Yo estaba horrorizado y abrumado por la culpabilidad.

Después de haber marchado por esta trinchera por lo que parecían kilómetros, oí la voz de mi mejor amigo de la preparatoria, para entonces ya fallecido, diciéndome que podría llegar. Podría llegar. Yo sabía que él me estaba dando ánimo. El ánimo que necesitaba para llegar a la luz.

Mi amigo, Ed, había muerto un año y medio antes, en un accidente de caza. Sin embargo, allí estaba, ayudándome a salir de la trinchera y abrazándome cálidamente. Sentí una enorme sensación de alivio, amor y aceptación. A ambos nos corrían lágrimas de alegría por el rostro. “Eh, muchacho”, dijo, “sé que esto ha sido duro. Pero lo necesitabas; te estabas volviendo demasiado insensible, y eso no va contigo. Ese no era el Keith que conocí cuando jugábamos al fútbol y andábamos juntos en el colegio”.

Miré a mi alrededor, y quedé sobrecogido ante la increíble belleza del lugar donde ambos nos encontrábamos. Era como una pradera con un río centelleante que la atravesaba. Los colores eran mucho más vívidos que en la tierra. Por primera vez noté que Ed resplandecía, y miré mis propios brazos y éstos también resplandecían ligeramente. Ed me dijo “Lo que haces no está bien, no deberías perpetrar esta matanza. Tu misión es ayudar a los demás y protegerlos. Con el tiempo aprenderás más sobre tu misión, pero por ahora debes regresar. Este es tu hogar, y volverás, pero por ahora tienes que regresar y descubrir tu misión en su totalidad”. En cuanto dijo eso, sentí un “pop”, e instantáneamente sentí dolor y me encontré en una cama de hospital.

Más tarde ese mismo día, Skip el enfermero vino a verme. Le agradecí que me hubiese salvado la vida. Él no comprendía cómo yo sabía que era él quien había intentado salvarme, menos aún cómo sabía que él había gritado mi nombre, me había tomado el pulso y había trabajado conmigo hasta que

llegaron refuerzos sanitarios. Permanecí evasivo y decidí guardar en secreto el resto de la historia. Varias semanas más tarde, embarqué para volver a casa y empecé a estudiar para maestro. Tras mi experiencia en Vietnam, sentía la imperiosa necesidad de proteger a las mujeres y a los niños. Incluso ayudo haciendo labores voluntarias para construir hogares para mujeres y niños maltratados y desplazados. Desde entonces he tenido algunas experiencias paranormales, pero dejaremos eso para una próxima vez. Espero que esta ECM sea útil para vuestras investigaciones.