ECM de Mario D
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Descripción de la experiencia:

Hace algunos años tuve un accidente de tráfico. Era una brumosa tarde de noviembre, mi coche chocó frontalmente con otro, sufrí fracturas por todo el cuerpo y entré en estado de coma profundo. Hospitalizado en cuidados intensivos, suspendido dos días entre la vida y la muerte, viví por primera vez en mi vida una serie de inimaginables experiencias extra-corpóreas. Me encontré en un espacio-tiempo en el que percibí una luz, un perfume y una increíble sensación de amor, un éxtasis profundo y consciente que envolvió todo mi ser. Una situación de amor universal, de extraordinaria beatitud que va más allá de la percepción sensorial ordinaria y que me es imposible comunicar o compartir. Siempre que trato de describirla en palabras, el resultado es invariablemente un pálido sustituto de la experiencia vivida. En esta situación de felicidad sin límites (¿será tal vez el Paraíso?) llegué a conocer a mi abuela muerta en el ya lejano 65.

Ella no hablaba, pero yo percibía sus pensamientos. Me sonreía, me abrazaba, y me sentí amado y feliz. Me mostró una moneda de 100 liras, brillante, como la que me daba todos los jueves en los años sesenta cuando iba a visitarla con mi hermana. Siendo yo el único varón entre seis hermanas, era el ojito derecho de mi abuela, la cual regularmente me daba una propina de no menos de 100 liras. A mi hermana solo le daba 50 liras. Esta tácita costumbre se había convertido en un secreto entre mi abuela y yo.

Cuando después de unos tres meses de estancia salí del hospital, fui al depósito de chatarra a inspeccionar mi coche destruido en el accidente. El coche estaba en el césped, sin cristales y a esas alturas todo oxidado. Escudriñando en la cabina retorcida, noté que en el asiento del conductor todavía había una mancha de sangre visible y en medio de ella había una brillante moneda de 100 liras, como si hubiese sido recién acuñada y depositada un momento antes de mi llegada. En ese preciso momento comprendí el significado de la visión experimentada durante el coma. Recogí la moneda que ahora conservo como un extraordinariamente precioso regalo de amor recibido desde una dimensión ultra terrena.

Pero volvamos ahora a la visión de la abuela durante mi coma.

En un determinado momento, con gestos cariñosos pero firmes, me alejó suavemente, comunicándome con el pensamiento: “Ahora debes irte, tienes muchas cosas que hacer, muchas cosas nuevas; vete, aquí estamos nosotros, aquí estamos todos”. Yo no entendía este extraño comportamiento y con los ojos le decía: “¿Abuela, por qué no quieres que me quede contigo? Quiero quedarme aquí, no me mandes de regreso”. Pero ella se mantuvo firme con su mano en mi hombro y me invitó a mirar hacia abajo, donde me vi unos cuantos metros más abajo yaciendo moribundo en una cama de la unidad de cuidados intensivos, rodeado de médicos y enfermeras afanándose por arrancarme de la muerte. Oía todo lo que decían: era como si estuviese asistiendo a una película, a la película de mí mismo. Llevaba puesto un chándal negro que una enfermera estaba cortando con unas tijeras. Un médico de baja estatura, con el pelo rizado y una corta barba me estaba intubando, yo estaba alarmado por los dolores y molestias corporales. Yo sabía que ese cuerpo torturado era yo, pero no me cuestionaba cómo podía estar en dos lugares al mismo tiempo, consideraba aquello como la cosa más natural del mundo. En vez de eso, increpé a ese cirujano hirsuto que se ensañaba furiosamente conmigo, le dije: “Asqueroso puercoespín, para de atormentarme, no ves que estoy bien, déjame en paz”. Pero el médico, que parecía el más agitado, no desistía y seguía maniobrando sobre mi cuerpo, pasándome la mano sobre el tórax y difundiendo una luz azul. Más tarde supe que en esos momentos los médicos ya me habían dado clínicamente por muerto y ya estaban pensando en la posible donación de órganos. En vez de eso, me desperté inesperadamente tras unos dos días (pero hablaba y escribía al revés. Después de unos días logré hablar de nuevo normalmente, sin embargo he conservado esta asombrosa capacidad de invertir de inmediato todas las palabras) y le pregunté a la enfermera que dónde estaba ese médico bajito y con el pelo rizado (el puercoespín) que había abusado de mí (¿o salvado la vida?) durante el coma. Espeluznada, me preguntó si había sido capaz de ver lo que sucedía a mi alrededor, pues tenía los ojos cerrados y estaba prácticamente muerto. Entonces me trajo la foto de un grupo de médicos y enfermeras durante una fiesta y le señalé al médico “puercoespín”: al ser de muy baja estatura se había colocado de pie en primer plano. Le dije: “Éste es. No lo he vuelto a ver. ¿Adónde ha ido? ¿De vacaciones quizás?”

La enfermera respondió atónita: “¡Sí, en realidad este médico trabajaba aquí en reanimación, pero murió hace unos años!”

Me quedé sorprendido y conmovido, totalmente aturdido.

Mientras tanto, en mi lecho de dolor, tuve que sufrir algunas intervenciones (en la mandíbula, en el abdomen, en los pómulos, en el cráneo) consideradas por los médicos de muy alto riesgo dadas mis precarias condiciones físicas. Las superé sin ningún problema.

Después de algunos meses me dieron de alta en el hospital. Los médicos me recomendaron al menos seis meses de convalecencia y de reposo absoluto. Me dijeron que, dado el fuerte estrés del trauma, tendría que sufrir períodos de depresión y que con los cambios atmosféricos percibiría dolores con los cuales tendría que convivir mejor o peor. Me despidieron con un hermoso paquete de recetas médicas que se convertirían en mi droga cotidiana.

Bueno, me siento sano, no sufro ningún dolor. En cuanto llegué a casa, tiré todas las recetas y no tomé ningún medicamento. Además, soy alérgico a la mayoría de los fármacos alopáticos. Después de una semana retomé mi trabajo. Me sentía bien y en perfecto estado de salud. Solo me quejaba de la continua y fastidiosa sensación de picor en la punta de los dedos de las manos, como si tuviera pequeñas espinas. Consulté con un par de médicos pero sin resultado.

Un amigo me habló de una organización en Milán, fundada por el doctor Massimo Inardi (conocido parapsicólogo e investigador de lo paranormal, que triunfó en los años 70 en el programa “Rischiatutto” (arriesgo todo) de Mike Bongiorno) que se ocupa de investigar y experimentar con la energía bio-radiante. Con un poco de renuencia, mezclada con escepticismo, decidí someterme a unas pruebas con la cámara Kirlian para medir la emisión de energía pránica de las manos. El veredicto fue: "Que tenía elevada energía pránica y podría convertirme en un exitoso terapeuta pránico”. Me quedé incrédulo y sorprendido por esta noticia, pues siempre he ejercido una profesión altamente gratificante para mí y que era la pasión de mi vida: creativo publicitario. Para aprender los secretos de esta actividad, había incluso abandonado prematuramente mis estudios superiores para catapultarme a un estudio gráfico. A partir de aquí, empezó una experiencia de varias décadas que me llevó de Vicenza a Verona y después a Milán, donde tuve la oportunidad de realizar campañas de comunicación para grandes empresas multinacionales.

Estaba seguro de que hacía el trabajo más bonito del mundo. Me resultaba tan fácil que a menudo bromeaba diciendo que nunca había trabajado, sino que siempre me había divertido. Anuncios de televisión, anuncios en revistas, lanzamientos de productos, diseño de espectáculos y eventos… éste era mi mundo. Me consideraba una persona con suerte que hacía el trabajo para el que había nacido y que seguramente lo haría el resto de mi vida.

Además, yo no sabía hacer otra cosa que no fuera traducir en imágenes cualquier idea que se me ocurriese. Esto era lo que creía, hasta que ocurrió el bendito accidente.

Les respondí a los investigadores en bio-energía que no podía ser verdad, que seguramente se habían equivocado o al menos habían exagerado. “Tome un trozo de hígado, téngalo en la mano 10 minutos cada noche durante una semana y luego llámenos por teléfono y díganos lo que ha ocurrido”: me dijeron, notando mi escepticismo.

“¿Y qué se supone que debe suceder?”

“Hágalo y luego infórmenos”. Me fui a casa molesto y confuso.

Sin embargo, yo había decidido que aquello debía quedar entre Antonieta, mi mujer, y yo. No quería que personas extrañas supieran de aquello.

Ya había experimentado muchas cosas, pero esto ya era demasiado…

Simplemente no me veía como sanador que imponiendo las manos resolviese enfermedades y achaques. “Se diría de ello que el accidente me había trastornado el cerebro. ¡La gente pensaría que estaba loco!”

En casa hablé con Antonieta de los resultados de las pruebas sobre las facultades prano-terápicas, tratando de minimizar el asunto, para no alentarla en relación con esta hipótesis que me inquietaba. Así que me decidí a comprar tres trozos de hígado: uno para mí, otro para mi mujer y un tercero para tenerlo como base comparativa.

Así lo hicimos. Cada noche y durante 10 minutos, empezamos a sostener en la palma de la mano esta poco atractiva pieza de carne. Eran calurosos días de verano. El hígado que dejamos en un plato, empezó a pudrirse después de 2 días y lo tiramos. El de mi esposa pronto empezó también a oler nauseabundamente mal y lo tiramos. En cuanto a mi trozo, empezó por contra a volverse progresivamente duro y muy oscuro. Después de 5 días, parecía una tabla de madera durísima y paré el experimento. Llamé a la A.MI. (Academia Milanesa) y me confirmaron que el experimento había tenido éxito. Me dijeron: “Esta bioenergía, por razones aún inexplicables científicamente, interviene a nivel de las células de los tejidos, bloqueando el proceso degenerativo”. Me pidieron que les enviara un trozo para un examen histológico, cuyo informe positivo me fue luego remitido.

Técnicamente, este proceso se define como “momificación”.

Mi mujer sufría desde hacía unos diez años de dos hernias discales que se manifestaban periódicamente con dolores agudos y grave incapacidad. Para los médicos lo único factible era la intervención quirúrgica. Los fármacos que tomaba actuaban solo como breve alivio temporal, pero el problema solo se posponía.

Así que valía la pena probar: puse las manos sobre la parte dolorida durante algunos minutos. Lo volví a hacer varias veces durante un par de días. El dolor cesó completamente y la espalda se volvió ligera y flexible.

Han pasado casi ocho años. Mi esposa desde entonces practica también el yoga y no ha tenido la más mínima molestia. Una mañana, después de haber soñado toda la noche que curaba con la prano-terapia a personas desconocidas, tuve súbitamente una intuición: era el “médico puercoespín” quien me había transmitido este exceso de energía pránica. Ahora todo estaba claro: en reanimación me estuvo curando pasándome la mano por el cuerpo, ahora recuerdo la emanación de aquella luz azul. Me curó y me dio su energía pránica, casi como si ahora tuviese que ocupar su puesto.

Turbado y excitado, compartí con mi mujer estos pensamientos. “Estoy seguro de que es realmente así. Ahora ya no soy el mismo de antes. He vuelto a la vida con un regalo increíble. A mí me toca decidir si quiero usarlo y cómo”. Entonces empecé a realizar esta práctica, en secreto, con parientes y amigos que se quejaban de varias dolencias, siempre con resultados positivos y a veces sorprendentes. Debo decir que todo esto me halagaba y me emocionaba a la vez. Mientras seguía ejerciendo mi habitual profesión, empecé paralelamente a frecuentar cursos teóricos y prácticos sobre el modo más adecuado para dirigir esta energía. Todo lo que tenía que ver con la energía me interesaba. Asistí a un curso trienal de medicina homeopática, donde no se hablaba de fármaco-sustancia sino de la energía de la sustancia, una aproximación holística que trata a la persona, no a la enfermedad. Luego asistí a dos cursos en dos instituciones diferentes para convertirme en prano-terapeuta profesional. Después hice un curso de reflexología podálica. Además, cursos en profundidad sobre psico-energética, fisionomía y terapia holística anti-estrés. Luego, después de haber asistido a los cursos de curación y auto-consciencia del americano Sir Martin Brofman, recibí del Instituto Mundial de Tecnología Curativa de Lausana la calificación de Sanador Profesional y Técnico en Chakras.

Que mi vida se había modificado profundamente me lo demostraban continuamente “rarezas” y eventos que sucedían en mí y en torno a mí. Antes que nada, yo era zurdo de nacimiento; ahora puedo comer y escribir usando indiferentemente la mano derecha o la izquierda. Tocaba la batería para zurdos, es decir los elementos de la batería estaban invertidos, ahora la toco sin problemas en el sentido de las agujas del reloj. Semanalmente debo llevar mi coche a que le cambien algún dispositivo luminoso y en casa siempre tenemos una reserva de bombillas. Incluso la alimentación ha sufrido notables cambios: la carne ya no me gusta, me he convertido en un devorador de plátanos, como si de una droga se tratara me tomo tres o cuatro al día. Me he vuelto abstemio y no fumador y si noto olor a tabaco me entran ganas de vomitar. Percibo el aura en todas las personas que encuentro. Creí que tenía un defecto visual, pero las veo envueltas en una luz de diferentes colores, según el estado de consciencia en el que estén. Cuando estalla una tormenta, me siento invadido por extrañas vibraciones y si puedo corro hacia alguna colina para disfrutar de los rayos, como si me recargaran.

Un día le confié cierta inquietud a un maestro mío indio, pues me preguntaba por qué después de practicar con entusiasmo la profesión de creativo publicitario tantos años, me encontraba en el umbral de una extraña actividad que me parecía completamente distinta de aquella que conocía.

Me dijo: “No te preocupes, ha ocurrido un pequeño salto cuántico en tu evolución en esta tierra. Antes usabas tu energía creativa y tu sensibilidad para la publicidad, ahora usa siempre tu energía creativa y tu sensibilidad para curar a las personas.

Has tenido esta energía en “incubación” durante muchos años usándola de modo horizontal, monocorde, ahora por fin la usarás verticalmente, para la curación espiritual y la evolución de las personas. Porque cada curación es una evolución de la consciencia. Ahora al fin sabes cuál es tu misión en esta vida”.

Sin embargo, seguí manteniendo ocultas a la mayoría de la gente estas habilidades mías de “sanador” y seguí practicando mi trabajo habitual.

Un amigo mío periodista me estuvo solicitando largo tiempo una entrevista sobre mi historia en el diario de mi provincia. Siempre rechacé esta idea pues temía que me cubriera el ridículo al alimentar a la prensa con eventos míos tan personales y singulares. Una mañana, sin embargo, empujado por un misterioso impulso que incluso ahora no puedo explicar, me dejé entrevistar. El domingo siguiente fue publicada ocupando una página entera y fui asaltado por cientos de llamadas telefónicas de personas sufrientes deseosas de curarse. Al día siguiente, una persona me ofreció utilizar un estudio amueblado en un sitio encantador, rodeado de verdor. El ideal para empezar la nueva profesión de sanador. Dejé la actividad de publicitario, cediendo los clientes a una amigo-colega y abrazando con entusiasmo esta nueva fase de mi vida.

Una tarde, volviendo a casa en coche, estaba reflexionando sobre mi médico-puercoespín de la visión durante el coma. Los faros del coche iluminaron una “pelota” oscura en un jardín. Me bajé y fui a ver de qué se trataba: era un puercoespín que lentamente se alejaba hacia el seto. Desde entonces, de vez en cuando veo que me espera, siempre de noche; de día se esfuma. El año pasado fui de camping con la familia; del bosquecillo vecino, ya casi de noche, apareció un puercoespín. A veces en casa de noche cuando estoy solo con mi gato, me sucede que siento ligeras vibraciones intermitentes en las manos; el gato de repente se pone rígido mirando fijamente algo en el vacío. Siento una energía cálida y eso que “siento” que está junto a mí es mi ángel-médico-puercoespín.

Mario D (Vicenza) ITALIA.