ECM de Linda B 1030
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Descripción de la experiencia:

Mi historia es muy larga pero los eventos que me llevaron a la experiencia cercana a la muerte son tan importantes como los eventos que tomaron lugar después de la experiencia. Si estás interesado(a) solamente en la experiencia cercana a la muerte entonces sáltate la primera parte y ve hacia el medio. Tú decides.

Todo esto tomó lugar en 1969

2 de Abril - Miércoles

Estaba con un embarazo muy avanzado y ya había pasado la etapa de tener al bebé. Nuevamente estaba en mi cita con el doctor. Había bajado 1 [Kg] y estaba por debajo de los 62 [Kg] así que mi doctor no estaba nada contento. Le dije al doctor que era por el dolor, parecía como que lo sintiera siempre y no podía dormir ni comer. Esperaba que él me dijera que yo ya estaba en labor pero no. Me dijo que estaba dilatada solamente un centímetro y al describirle dónde estaba sintiendo el dolor nuevamente me respondió que no era nada más que una labor falsa. Para mí se sintió como una labor verdadera. Sentía mucho dolor y ya estaba harta de eso.

Él vio lo deprimida y cansada que estaba. Intentó darme ánimo. Me dijo que tendría al bebé en dos horas, dos días o dos semanas. Yo no me estaba riendo.

Cuando se puso serio, me dio las noticias que realmente quería escuchar. El bebé estaba en la posición correcta, su peso era cercano a los 3 kilos y no tendría ninguna otra cita de control por esa semana. Mi próxima cita sería el lunes 7 de abril a las 10 am pero él esperaba que para ese día el bebé ya hubiera nacido y si no intentaría inducir el parto el lunes. Eso por supuesto si todo le parecía correcto. Me dijo que me fuera a casa, descansara y me dijo que tuviera un buen fin de semana porque ese era un fin de semana de 3 días para la mayoría de las familias.

3 de Abril - Jueves

No dormí el miércoles en la noche. El dolor que sentí me afectó hasta las rodillas. Después de que cedió el dolor no sentí más dolor por una hora o más. Después, cuando el dolor regresó estuvo punzándome y molestándome cada 5 minutos por una hora. Esperaba que se me rompiera la fuente o que el bebé cayera al piso a cada minuto. Nunca dejé de preocuparme y de imaginarme lo peor. Poder dormir un poco estaba fuera de toda posibilidad. No le dije a nadie por todos los temores que estaba pasando.

Mi suegra vio que yo no estaba siendo yo misma. Yo intentaba parecer alegre e involucrada pero era una lucha. Mi suegra y yo estábamos muy ocupadas porque mi cuñada y su pequeño hijo habían ido a la casa a quedarse con el resto de la familia y el niño estaba en todo. Yo no quería ser una carga para mi suegra, quería ayudar pero estaba fallando miserablemente.

Cuando no comí el almuerzo, mi suegra tuvo doble trabajo y me preparó sopa y tostadas. Intentó alentarme a comerlo. Yo quería mucho poder comer pero tan pronto como me sentaba en la mesa comenzaba el dolor acompañado con nauseas. Comer estaba fuera de toda posibilidad.

Yo estaba tan cansada y estaba teniendo muchas dificultadas para controlar mis emociones. Constantemente estaba al borde de las lágrimas. Estaba verdaderamente decepcionada de cómo iba progresando la experiencia y me sentía miserable y ansiosa. Nada era como imaginé que sería. Se supone que sería una época de felicidad y alegría. Todo lo que sentía era temor y ansiedad.

Rich, mi esposo, salió la noche del jueves del trabajo y quería hacer el largo camino a casa. Tenía tres días libres y quería que los disfrutáramos solos y no con el resto de su familia. Todo lo que yo quería hacer era esconderme en un oscuro armario en alguna parte.

Le expliqué que no me estaba sintiendo bien (no le dije toda la verdad) pero Rich insistió en que se iba a casa. Yo, no quería causar mucho escándalo así que acordé ir a casa con él.

Después de preparar la cena vimos televisión en silencio y después nos fuimos a la cama. Estaba acostada en la cama mirando el reloj y contando las contracciones. Cuando no se detuvieron y tenían un periodo de dos minutos desperté a Rich y le dije que era tiempo de que me llevará al hospital de la ciudad. Rich estaba alterado. Yo por supuesto estaba avergonzada y mortificada de haber tenido que decirle que tenía dolor.

Rich no estaba contento cuando le explique que había estado teniendo dolores de parto por algún tiempo. Estaba molesto de que no le hubiera dicho antes de que fuéramos en el largo y ventoso camino a casa pero entonces yo había estado comunicándome mucho. Había sido una parte que no estaba contribuyendo a nuestra relación.

Había estado lloviendo y el viaje de vuelta a casa bajando la colina fue húmedo, lento y oscuro. Para el momento en que volvimos a la ciudad los dolores se habían detenido y yo estaba temiendo haber causado un alboroto sin razón y que llegaría al hospital sólo para que nuevamente me enviaran a casa con una falsa labor. Le dije eso a Rich. Él me preguntó qué quería hacer y que tomara una decisión. Yo elegí volver a la casa de sus padres. Rich se fue a la cama y yo elegí quedarme en el living donde podía continuar con mis ahora muy familiares paseos de un lado a otro y sentarme y pasear un poco más.

No pasó mucho antes de que el dolor volviera con todas sus fuerzas y mi miedo al dolor con la carga de que mi miedo me hiciera hacer un escándalo. Llamé al hospital y hablé con una enfermera que me dijo la misma vieja explicación que me había dicho el doctor hacía unas horas. Ella también pensó que el dolor que describía era de falsa labor. Me explicó que si decidía ir al hospital y era falsa labor me enviarían a casa. Pero agregó que si estaba asustada, lo que definitivamente podía percibir en mi voz, entonces podía ir.

Me paseé, y lloré un poco antes de ir al cuarto donde Rich estaba durmiendo y tomar las llaves del auto del tocador. Había decidido conducir al hospital en mi pequeño Volkswagen Beetle rojo. Pensé que si yo misma conducía al hospital no estaría haciéndole un escándalo a nadie.

Rich se despertó cuando estaba saliendo e insistió en que él me llevaría. Yo le dije que yo misma conduciría y que probablemente no era nada. Lo llamaría desde el hospital si es que era realmente labor. No quería hacer un alboroto. Rich tomó las llaves de mis temblorosas manos y conducimos en silencio por las tranquilas calles bajo la lluvia. Estaba siendo una tonta y no sabía cómo detenerme a mí misma.

No llevé nada conmigo excepto mi cartera, mi miedo, y mi depresión. Me sentía estúpida, infantil, avergonzada y sola. Elegí hacer frente a todo lo que sentía sola.

* * *

4 de Abril - Viernes

Justo después de la media noche llegó el doctor a revisarme y, oh, oh, tenía 4 centímetros de dilatación. Nunca había escuchado palabras tan maravillosas. No estaba en falsa labor, estaba real, realmente en labor. Quedaba por esperar sólo 6 centímetros y entonces tendría un bebé en camino. O eso pensaba.

El doctor y las enfermeras venían como un reloj para examinarme y la respuesta siempre era la misma, sin cambio. El doctor tuvo que romperme la fuente y estaba preocupado porque no había agua. Yo estaba esperando mucho de esta etapa de la aventura. Estaba decepcionada y el doctor estaba preocupado.

El doctor rápidamente me explicó que el bebé ya no estaba en la posición propicia para nacer pero dijo “No es para preocuparse”, y me pusieron de lado para dejar que la gravedad y la “naturaleza” tomaran su curso. El real problema con ese plan era que los días previos a la labor en casa durmiendo tan poco y casi sin comer o beber definitivamente habían cobrado su precio. La “naturaleza” ya me había dejado en un estado de debilidad, agotamiento y miedo. Decirme que no me preocupara era como decirle a un pájaro asustado que no volara. ¡YA ES TARDE!

En poco tiempo, las enfermeras me conectaron una vía intravenosa en un intento por hidratarme y nutrirme. Ese líquido “carne con papas” como lo llamaba el doctor con suerte me daría la fuerza y energía que necesitaba para la prueba que aún estaba por venir. El optimismo del doctor expresándose.

El doctor también me explicó que si el bebé no volvía a la posición correcta yo no debería preocuparme. Simplemente tendría que doblar y magullar un poco al bebé para poder sacarlo. No era algo por lo que preocuparse, me dijo el doctor. ¡Yo estaba preocupada!

Mi esposo, Rich, estaba a mi lado al principio de este calvario. Era la única persona que no era doctor permitida en mi habitación. El resto de mi familia estaba en la sala de espera para vivir su calvario afuera.

No pasó mucho tiempo hasta que se presentó el verdadero dolor del parto real y más. El dolor insoportable era constante, sin alivio a la vista y las preocupaciones agudizadas del doctor podían leerse en sus ojos.

El doctor quería que descansara tanto como pudiera y que conservara la fuerza pero ya se había ido más allá del ámbito de lo posible. Fue entonces cuando el doctor sugirió encarecidamente que quería aliviarme el dolor dándome calmantes por un corto periodo de tiempo de forma que yo pudiera descansar. Antes de que pudiera hablar percibí una presencia familiar cerca de mí. En ese momento no supe qué era pero definitivamente estaba ahí.

Mi madre había perdido a su primer bebé en 1944 porque los doctores le habían dado demasiado éter para enlentecer el trabajo de labor. Yo no quería tomar nada que afectara el flujo sanguíneo de mi bebé o sus pulmones y que pudieran interferir con su vida. Quería que mi bebé tuviera las mejores opciones de luchar que pudiera darle. Algo en mi cabeza seguía diciéndome eso. ¡Le dije a mi doctor que no tomaría nada que afectara a mi bebé! Así que los calmantes estaban fuera de discusión.

Pude oír en la voz del doctor que su preocupación había aumentado más de unos pocos niveles. El medicamento que él tenía en mente para utilizar afectaría el flujo sanguíneo del bebé. Así que esa idea estaba fuera de discusión y fuera de la mesa para mí. Cuando le dejé este punto perfectamente claro al doctor fue su turno de empezar a preocuparse.

Rich estaba muy alterado por el giro de los eventos. Tampoco nada iba como él esperaba. Su modus operandi para enfrentar el estrés era bromear con la gente con la esperanza de cambiar la atmósfera de una estresante o infeliz a una relajante y tranquila. Una pequeña risa puede hacer un largo camino para esto y eso es una de las cosas que amo de él. Con todo el estrés flotando en la habitación él comenzó a intentar hacer su magia en mí. Esta vez no funcionó. Las bromas de Rich alrededor sólo me estresaron más.

Rich comenzó a sacar de su bolsa de la risa todas las bromas terribles que en general me provocan alguna reacción. También comenzó a hablarme de la comida y se burlaba de mí diciendo que la comida en la sala de partos era mala cuando de hecho era inexistente. Con una palabra mía él saldría del hospital y luego entraría furtivamente a mi habitación con una comida gourmet. Esta comida consistiría en tacos y pie de limón con merengue rematada con una malteada de chocolate. Normalmente esta comida me hubiera hecho feliz pero bajo esas circunstancias sólo pensar en comida me hacía sentir enferma. Le supliqué que se detuviera con las bromas y de hablar de comida pero él seguía intentando animarme.

No podía lidiar con molestar a Rich. No podía mantener una cara feliz en su presencia. Sentía que sus bromas sólo me hacían sentir peor y no sabía cómo expresarme sin herir sus sentimientos. En algún lugar profundo en mi interior yo sabía que estaba realmente en problemas y que estaba en una lucha por mi vida. De alguna forma supe que esta era una pelea que tenía que dar sola. Necesitaba concentrarme en mí, en mí misma y no podía hacer eso con Rich intentando hacerme sentir mejor así que le pedí al doctor que lo sacara de mi habitación. El doctor lo entendió por completo e hizo lo que le pedí sin hacerme preguntas. Eso me sorprendió y me hizo preocuparme y peguntarme muchas cosas más.

Hoy en día nunca sacaría a Rich de mi habitación, pero en ese momento Rich y yo no éramos buenos para comunicarnos ninguna cosa de naturaleza seria. Ahora eso me avergüenza porque esa crisis hubiera sido un buen momento para aprender y crecer pero yo elegí estar sola sin explicarle nada a Rich. El doctor sólo le dijo a Rich que yo necesitaba descansar y estar sola y Rich no cuestionó la autoridad del doctor o su poder de sacarlo de mi habitación. Hoy Rich diría que él pelearía el cielo y la tierra para quedarse en mi habitación. El tiempo nos cambia y estoy encantada de eso, pero en ese momento elegí ir sola y nadie lo cuestionó.

El doctor quería que descansara pero descansar no estaba en mi futuro, sino que un terrible dolor. En este punto yo no estaba más cerca del parto que al principio cuando estaba caminando por el hospital y el dolor se hacía insuperable así que el doctor tomó una decisión. Todos habíamos sufrido suficiente. Mi cuerpo ya no podía tolerar más sufrimiento, y estaba exhausta. Ya era suficiente. Hacer una sección de cesárea no sonó tan mal cuando el doctor propuso esta vía de acción.

Estaba agradecida de escuchar la idea de hacer una cesárea y feliz de aceptar. Sentía como que había estado una semana en la misma cama, en la misma habitación, en la misma posición cuando en realidad había gastado buena parte del día. Estaba lista para un cambio de escena y más que nada deseando terminar el día con una nota alta.

En lo profundo de mi mente, tenía miedo de que la premonición de morir en el parto que había tenido se hiciera realidad en la sala de operaciones pero rápidamente alejé esos temores. Sólo quería que el dolor y la pesadilla terminaran.

Rich y yo firmamos felices los papeles, con todas las renuncias de responsabilidad, dándole permiso al hospital de realizar la cirugía. Las enfermeras me prepararon para la cirugía y yo pensé que me guiarían a la sala de operaciones cuando la “naturaleza” y la gravedad decidieran cambiar el resto de mi vida.

El bebé se volteó. No fue un giro suave sino que el tipo de giro “sin tabúes, todo fuera, ondeando la bandera, ponerse de pie y continuar”. El movimiento fue tan violento que pude ver y sentir cómo se formaban las estrías en mi abultado abdomen. ¡El bebé quería salir y quería salir ahora! El único problema real es que no había forma segura de salir.

Como el bebé estaba intentando sacar su cabeza a través de la apertura aún muy pequeña de cuatro centímetros, su flujo sanguíneo hacia la cabeza estaba siendo cortado. Su ritmo cardiaco se disparó y se salió de la tabla. La falta de oxígeno en el cerebro forzaba que su corazón latiera más y más rápido en un intento de mantenerse con vida, pero de hecho, el bebé estaba muriendo. Y también lo estaba yo.

De una sola vez, pude sentir que mi cuerpo entraba por sí mismo en un estado de dolor y pánico. Mi mente le decía a mi cuerpo que simplemente me desacelerara y me calmara, pero mi cuerpo no estaba escuchando. Yo no podía detener a mi cuerpo ya que estaba cambiando a doble tiempo, luchando por salvar al niño que había sido alimentado y protegido por nueve meses en vano. De la misma forma yo luchaba por salvar mi propio cuerpo. Mi cuerpo se estaba haciendo cargo y mi mente y fuerza de voluntad habían sido dejados de lado. El resultado era que mi hijo no nacido y yo estábamos muriendo y no había nada que pudiera hacer al respecto.

¡Todo lo que pasaba a mi alrededor se convirtió en pánico y confusión y todo estaba pasando “AHORA”!

Instantáneamente, mi cuarto se convirtió en una colmena de actividad ya que me pusieron una máscara de oxígeno en la cara y me enseñaron cómo respirar para evitar la hiperventilación, por supuesto yo hiperventilaba de todas formas. Me dijeron que el oxígeno agregado que entraba en mi sistema era para el bebé porque él estaba teniendo problemas para obtener el oxígeno suficiente para su sistema.

Seguía intentando de no entrar en pánico. Aunque no tenía suerte con eso. Seguía diciéndome a mí misma que debía permanecer calmada, cálmate, pero aparentemente “yo misma” tenía problemas para escuchar. Al borde del pánico, era como si estuviera en medio de ver una película de terror excepto que estaba viendo y participando al mismo tiempo, sólo que lo que pasaba a mi alrededor no era en cámara lenta sino que acelerado.

Me llevaron urgentemente no a la sala de operaciones sino que a rayos X donde continuó la pesadilla. Los doctores (ahora había más de uno) me dijeron que tenían que ver qué pasaba dentro de mí por lo que los rayos X eran extremadamente necesarios. No mucho después descubrieron que no había esperanza de que yo tuviera un parto normal. De hecho, nunca había habido ninguna esperanza.

Los rayos X mostraron que yo había estado dilatada 12 centímetros por Dios sabe cuánto tiempo pero que tenía una deformidad. Estaba dilatada sólo cuatro centímetros en el centro y 12 centímetro hacia los lados como formando un número ocho. El doctor nunca había sido capaz de ver eso.

Entonces los doctores me informaron que mi esperanza de una cesárea también estaba fuera de discusión. Ahora los doctores estaban embarcados en una lucha desesperada para evitar que mi exhausto cuerpo entrara en shock. Era un shock del cual no podría recuperarme. La decisión de los expertos fue unánime. Mi pronóstico había ido de mal en peor. No había forma de que pudiera tener a mi bebé de la forma normal, cotidiana o tradicional y tampoco, coincidían los médicos, podía sobrevivir una operación. Ahora realmente estaba entre la espada y la pared.

La opinión final de los doctores era que mi única esperanza de salir con vida de esta experiencia era abortar a mi bebé. Me explicaron el proceso a grandes rasgos. Me pondrían un tranquilizante pero que no me pondría a dormir. Sería una especie de sueño crepuscular, me explicaron. El bebé no nacido también sería tranquilizado mediante una inyección en la cabeza. Cuando ambos estuviéramos calmados, cortarían al bebé en secciones y podría tener al niño vaginalmente, en piezas, con la esperanza de convencer a mi cuerpo de que estaba teniendo un parto normal.

No podía entender cómo podían estar diciéndome todo eso. Sólo el pensar en hacer tales acciones podría haberme puesto en shock. Pero ellos debían darme todas las estadísticas antes de firmar los papeles para hacer el procedimiento.

Este procedimiento no estaba libre de riesgos. Si entraba en shock con la muerte del bebé, ellos asumían que no sobreviviría. Mi posibilidad de sobrevivir al aborto era sólo de 50/50 pero la vida del bebé estaría perdida. No eran buenas probabilidades para una mujer que comenzó esta jornada joven, fuerte y saludable. No había ninguna probabilidad para ese niño de término aún sin nacer que fue fuerte y saludable y que también estaba peleando por su vida con sus latidos que se incrementaban a cada momento.

El especialista a cargo comenzó a explicarme (en porcentajes) la seriedad de la situación en la que ahora me encontraba. Ahora una cesárea estaba 100% fuera de discusión. Yo estaba muy débil para sobrevivir a la cirugía. Se determinó que había más de un 75% de probabilidad de que mi cuerpo entrara en shock en la mesa de operaciones antes de que pudieran remover al bebé. Si entraba en shock, moriría. Aún estaba teniendo contracciones fuertes y esto estaba siendo problemático de una forma que no entendía. La probabilidad de vida del bebé al terminar la cirugía era del 5% o menos.

En el profesional y monótono tono de voz que asumen todos los doctores cuando sienten que no son de ayuda, continuaron solemnemente explicándome otras opciones disponibles de la misma forma con porcentajes y estadísticas. 25% de oportunidades para mí, 0% para el bebé, o 50% para mí y 0% para el bebé. Eran porcentajes borrosos pero lo único que se mantenía constante era que el bebé había sacado la pajita más corta y que tenía muy pocas o ninguna posibilidad.

Repentinamente, me sonó como si todos estuvieran hablando en tonos bajos y susurros, como si alguien ya hubiera muerto. De hecho, no estaba lejos de la verdad. En mi interior yo estaba muriendo por piezas con cada sílaba y porcentaje susurrado. Estaba siendo forzada a aceptar que la posibilidad de dejar el hospital viva era de un mero 50%, y por tanto yo tenía que estar de acuerdo en dejarlos matar a mi bebé.

La necesidad del procedimiento me ponía furiosa y aterrorizada pero también sonaba razonable y bien pensado bajos las circunstancias. Yo no quería, pero sonaba como si no hubiera otra forma. Simplemente quería que toda esta pesadilla terminara. Quería que el dolor terminara. Quería que todos mis miedos se fueran. Quería vivir.

Todos los doctores estaban de acuerdo en que el proceso de aborto funcionaría para salvarme la vida si y sólo si comenzaban inmediatamente y se hacía todo rápido. El tiempo era esencial. Sentí como si me estuvieran empujando a un precipicio sin nadie que me pudiera dar la mano para sacarme de ahí. Tenía una sala de espera llena de gente que me amaba para que me sostuvieran pero ni siquiera pensé en ellos. Ahora eso me parece tan extraño.

Los doctores me explicaron que el bebé, aunque aún seguía vivo en ese momento, de hecho tenía muerte cerebral por la falta de oxígeno en su cerebro. Por cualquier intento o propósito, me dijeron “El bebé ya está muerto” pero aún si esperaban el corto periodo de tiempo que le tomaría al bebé morir realmente, con toda probabilidad yo estaría muerta también. No había tiempo para esperar. Yo ya había adivinado esa posibilidad.

Me trajeron los documentos para firmarlos y comenzaron a hacerse los preparativos. “La rapidez” me dijeron, “es esencial”. Tenían que comenzar a ahora y tenían que hacerlo rápido. Un minuto gastado era un punto menos en mi puntaje de sobrevivencia que ya era bajo.

En ese momento de mi vida nunca había estado en contra del aborto para salvar la vida de la madre. Lo que me sugerían los doctores era razonable. Estaba atormentada por el dolor y casi al punto de un miedo incontrolable y ya estaba llorando por mi bebé. Mi cuerpo estaba más allá del agotamiento. Quería estar a salvo. Quería irme a casa. Sólo quería que todo se detuviera. ¡Haría cualquier cosa simplemente para que se detuviera! No quería tomar esa horrenda decisión pero tenía que hacerlo. Después los doctores harían el resto. Todo lo que los doctores necesitaban de mí era un SÍ, o sólo un leve movimiento de cabeza y un pequeño garabato en un papel. Debería haber sido tan fácil. No lo fue.

Quería decir sí, simplemente parar esta locura, ¿pero cómo podría tomar ese tipo de decisión en ese periodo tan corto? Quería que alguien más tomara la decisión y se hiciera cargo de mí.

Comencé a rezar. Quería que de alguna forma Dios tomara la decisión por mí. Pero el hospital y los doctores necesitaban que la respuesta saliera de mis labios. “Por favor Dios”, fue toda la oración que pude rezar antes de que me urgieran a dar una respuesta y firmar el papel.

La decisión estaba hecha. Continuaría con la única respuesta que había y dejaría que el procedimiento empezara. La respuesta salió de mis labios tan suavemente que me sonó (y a todos los demás en la habitación) como la palabra “NO”. Ahora, eso era extraño. ¡Esa no era la palabra que tenía en mente! Yo quería decir “sí”.

Oí nuevamente la palabra “no” en mi mente, esta palabra estaba rodeada por las palabras espera, fe, no temas, reza-----. Había oído suficiente. Supe en el momento que mi rezo había sido escuchado, ¡y respondido! Se me dio a conocer que la respuesta era “No”. Dios había hecho la decisión y Dios no quería que ellos mataran a mi niño. Eso puso mi tenacidad en su lugar. Dios y mi mente se decidieron y todo estaba bien. O por lo menos, yo pensé que todo estaba bien.

Podía sentir el pánico y miedo disolverse en mi interior. No había escuchado todas las palabras claramente y la comprensión de todo lo que me estaban pidiendo que hiciera no estaba exactamente clara como el cristal pero supe que no estaba sola en esa horrible decisión. Supe que de alguna forma tanto el bebé como yo misma estaríamos a salvo. Lo que no sabía en ese momento era que para estar a salvo yo tendría que morir y en la muerte mi vida cambiaría para siempre.

Las lágrimas que comenzaron a brotar de mis ojos no vinieron del sufrimiento sino que del alivio. El luto fue removido de mi corazón. Ese “No” que se dijo no surgió de mí. Había venido de algún lugar fuera de esta vida pero aún así se dijo por mi boca y sentí alegría. La decisión estaba hecha y el hacer la decisión había sido quitado de mí.

Esta presencia permaneció conmigo para darme valor así que respondí con más fuerza y convicción. Mi respuesta ya no fue un débil susurro. Mi respuesta fue un obstinado y turbulento “¡NO!”.

Esa palabra “NO”, que hacía sólo un momento me había sonado tan ajena fue un shock total para los doctores. No podían creer lo que yo estaba diciendo. ¿Cómo podía refutar cualquier persona sana lo que ellos, como médicos entrenados habían dicho tan elocuentemente? “No” no era una respuesta aceptable para ellos.

Al sobrepasar su shock inicial, comenzaron a hablar. Esta vez hablaron con un poco menos de simpatía y mucha más autoridad. Los doctores expertos estaban convencidos de que aparentemente yo no entendía que iba a morir si no aceptaba realizar inmediatamente el procedimiento. “Acepte los hechos” me dijeron, “El bebé es un vegetal y no hay nada más que nadie pueda hacer por el bebé. Piense en su propia vida” dijeron. Tenía que dejar que los doctores me salvaban. Podría tener más niños si sobrepasaba este tormento. Ellos querían salvarme, ellos tenían que salvarme, pero no podían hacer nada a menos que les diera permiso de proceder. Entonces me dijeron que mi esposo y mi familia ya habían aceptado la decisión. Mi esposo sabía que eso era lo correcto por hacer y ya había firmado los papeles y ahora yo debía escuchar a la razón y firmar los papeles también.

Yo no estaba convencida. Ni siquiera remecida. Estaba obstinada. La paz interior que había llenado todo mi ser con calidez me había dado mi respuesta y era la única respuesta que podía aceptar con respecto a eso. La suerte estaba echada y ahora ellos hablaban con una roca.

En este punto los doctores comenzaron a hablar más y más rápido sobre el bebé, repitiendo palabras como “vegetal” y “muerte cerebral” una y otra vez. Después, un especialista en particular comenzó a golpearme en la frente. Giré la cabeza buscando hacer contacto visual con mi ginecólogo personal. Silenciosamente le rogué ayuda. Estaba llorando más fuerte que antes. Sentía realmente pánico de que esos doctores pudieran cortar a mi bebé y sacármelo sin mi permiso. ¿Lo harían? ¿Podrían? Ahí tenía más miedo que antes. Podía sentirme a mí misma nuevamente entrar en pánico pero esta vez por una razón completamente diferente.

¡Sorprendí a todos en la habitación, incluyéndome a mí misma, cuando repentinamente los eché a todos gritando que se fueran y que me dejaran sola! Nunca había sido tan grosera en toda mi vida pero funcionó y todos se fueron, con gran reticencia, pero me dejaron sola. Mi doctor personal volvió tranquilamente a la sala de parto. Se sentó al borde de mi cama y con tonos suaves comenzó consolarme. “Nadie” me aseguró, “hará nada sin tu permiso explícito”. Estaba aliviada de tener al menos un doctor a mi favor.

Comencé a relajarme y muy lentamente el pánico comenzó a ceder pero no mis lágrimas. “¿No dejarás que maten a mi bebé, o sí?” le pregunté entre lágrimas. Aún tenía dudas. Tenía miedo de que salieran y lograran que algún juez firmara una orden judicial para cortar y sacar a mi bebé sin mi permiso porque pensaban que estaba loca, o era incompetente o cualquier otra cosa (Yo veía mucha televisión).

“No, claro que no” repitió mi doctor. Entonces él, sin esconder muy bien su frustración me preguntó “¿Qué es lo que quieres que haga ahora?”

* * *

¿Qué quería que hiciera el doctor? ¿Qué se supone que debía hacer? ¡Ahora tenía que pensar en eso! Realmente no sabía qué hacer con respecto a nada. No podía escuchar la voz en mi cabeza diciéndome nada más sobre lo que se supone que tenía que hacer ahora. Sólo algo sobre esperar. Si simplemente esperaba algo pasaría y el bebé y yo saldríamos de esto bien.

¿Qué era lo que tenía que decirle a este doctor cuyo rostro de impotencia era su expresión primaria ahora? Dios perdóname por preguntar pero ¿dónde está la voz ahora? “¡Aún nada!” No podía pensar en nada más que decir así que decidí decir la verdad. Di un profundo suspiro y dije “Simplemente voy a esperar y ver qué pasa”

No quería decirle al doctor que una voz me dijo que esperara. No podía decirle a este doctor que el “No” que se dijo la primera vez ni siquiera era mi voz, ¿O sí? Por supuesto que no podía hacer eso. Él pensaría que estaba loca. Llevaría un tipo de doctor totalmente diferente (psiquiatra) a mi habitación y seguramente llevarían a cabo el aborto sin mi permiso. “¡Ellos no preguntan a la gente loca qué quieren!” pensé.

Podía decir, por la dolorosa expresión de dolor en la cara del doctor, que él quería mucho más que la respuesta que le había dado. Corrían muchos pensamientos mezclados en mi mente. El menor de ellos era qué iba a pasar o qué tenía que pasar para que mi vida continuara. En realidad, lo que salió de mi boca era vacilante y confuso pero simple. Tenía que decir algo lógico así que dije la cosa más lógica en la que pude pensar en ese momento. “Si yo muero primero, entonces quiero que hagas todo lo que puedas para salvar a mi bebé y si el bebé muere primero, entonces puedes hacer todo lo tengas que hacer para salvarme. ¿Entendido?” logré decirle al doctor.

Extrañamente, cuando dije las palabras, la idea no me pareció loca o en realidad no estaba mal bajo esas condiciones, por lo menos no para mí. Sonaba lógico. Sabía, tanto en mi mente como en mi corazón, que mi bebé y yo sobreviviríamos esto. Estaba segura de que eso es lo que la voz había dicho, “todo estará bien”, aunque no lo oí exactamente de esa forma. En mi corazón yo lo sabía. Estaba arriesgando mi vida por ello. ¡No sentía que estuviera loca! Simplemente supe que íbamos a sobrevivir. Cada vez que me lo repetía a mí misma aumentaba mi confianza y mi voluntad se hacía más fuerte con cada respiro que tomaba.

Mi diligente doctor, sin nunca quitarme la vista, intentó explicarme tranquilamente qué es lo que le estaba pidiendo. Mi idea no era nada simple o lógica para él como lo era para mí. Cuando el volvió a la familiar retórica de explicarme los procedimientos médicos, hechos y figuras, me divertía más y más. Él estaba tan preocupado por mí. Yo deseaba poder darle una explicación suficientemente razonable para quitarle la ansiedad pero no podía. No quería causarle confusión pero es exactamente lo que estaba haciendo y lo estaba haciendo muy bien.

En esencia, lo que me dijo (quitando la terminología médica) es que iba a morir. El doctor admitía que no podía salvarme o al bebé si yo esperaba más para tomar la decisión correcta. Esperar no cambiaría nada. Si el bebé moría primero entonces yo podía morir. Con la muerte de mi bebé nonato mi cuerpo entraría en shock y yo moriría, me dijo. Si yo moría primero había muy pocas posibilidades de que él pudiera sacar al bebé antes de que él también muriera. Cuando yo muriera, mi sangre que ahora estaba manteniendo apenas con vida a mi bebé dejaría de fluir y el bebé se sofocaría antes de que el doctor pudiera hacer cualquier cosa por evitarlo.

Al lanzar esa bomba, él hizo su mejor esfuerzo para apaciguarme y terminó la conversación diciendo “Pero haré lo mejor que pueda”.

Le dije que no esperaba ni más menos de él. El doctor estaba cabizbajo por frustración o dolor, no podría decir cuál. “¿Así que esperamos?” fue la respuesta del doctor con el signo de pregunta al final. Con eso dejó la habitación.

* * *

El dolor que había estado soportando por días ya no era esporádico sino que constante e iba aumentando en intensidad. Ese no era el momento en que quería aprender que tenía un alto umbral de dolor. Antes de eso, siempre había pensado que un ser humano podía soportar mucho dolor y luego se desmaya. Eso es lo que había visto en las películas. ¡Estaban mal! Esperé para desmayarme. Recé para desmayarme pero fue todo en vano.

Desde este punto en adelante no faltaba mucho para que comenzara a verdaderamente cuestionarme mi sanidad. Estaba confiando en voces que en realidad no escuché claramente, No estaba aceptando los calmantes que el doctor, debería confiar, deseaba darme para aliviar mi tormento. ¿Estaba loca? ¿Quién era yo para decirles a profesionales médicos especializados que estaban equivocados? Debí haber perdido la cordura por el dolor. Eso era lo que pensaba pero mis últimos pensamientos siempre eran que tenía que esperar...

Comencé a meditar. Comencé a tomar el dolor y moverlo hacia arriba y fuera de mi cuerpo hasta los paneles del techo a los que ahora estaba íntimamente acostumbrada. Conté los puntos y las marcas de agua que rompían la monotonía de los blancos paneles del techo.

A través de todo esto, podía oír a otras mujeres en diferentes etapas de labor, algunas gritando de dolor, yendo y viniendo a otras salas de parto. Yo continuaba ahí. Me estaba desanimando mucho y perdía parte de mi confianza y determinación.

Mi doctor debió haber estado hablando con alguien más porque un poco después llegó con una sugerencia. Había una inyección que se ponía directamente en el cérvix y que prometía no entraría al sistema del bebé pero que podía quitarle algo de intensidad al dolor que estaba sintiendo. No me garantizaba nada pero me dijo que era mejor intentar. Consentí en intentar. Esta fue una pequeña victoria para el doctor. Cuando salió se veía más feliz que lo que se veía hacía un momento.

El doctor esperaba mantenerme viva lo suficiente como para que tomara la decisión del aborto y yo esperaba que esto aliviaría mi dolor mientras esperaba.

Cuando el doctor me ayudaba a ponerme en una posición incómoda y difícil para que pudiera ponerme la inyección, le pregunté si no estaba siendo infantil con todo el dolor. Había estado escuchando a una mujer en la sala de parto de al lado pasar por tanto dolor que gritaba en agonía. Tuve que admitirle al doctor que sus gritos estaban volviéndome loca. Le pregunté al doctor si podía darle algo a la pobre mujer para ayudarla. Él se rió y me dijo que la mujer de al lado estaba en el parto de su tercer hijo y que siempre gritaba. Me dijo que no estaba siendo infantil. Que yo había soportado muchas veces el dolor de un parto normal. De alguna forma, el saber que no estaba sobreactuando o imaginando el dolor me hacía sentir mejor. Hizo que de alguna forma el dolor fuera más fácil de soportar.

Después de que el doctor me dio la inyección lo escuché ir a la habitación de la gritadora y no muy delicadamente le dijo en voz alta “¡Baje la voz, hay una señora muriendo en el cuarto de al lado!”. “Oh, de acuerdo” fue la respuesta de la mujer. Después de eso ya no escuché gritos.

Tuve que admitir que la medicación me hizo algo de efecto en aliviarme el dolor. Como el doctor venía cada par de horas para ubicar la aguja correctamente en mi cérvix conversábamos un poco. Parecía como que los dos estábamos en modo de espera. De alguna forma, yo estaba esperando que el bebé naciera. El doctor sólo estaba esperando que yo le dijera una cosa, que había terminado de esperar y que estaba lista para proceder con el aborto que los doctores habían sugerido. No había espacio para ninguna otra conversación.

Durante este tiempo de espera y dolor, me vi a mí misma meditando sobre todos los aspectos del cuarto. Conté los paneles acústicos del techo una y otra vez y también los agujeros que los cubrían. Escuchaba los ruidos y memorizaba los olores. Intenté meditar a mi propio modo sin entrenamiento. Me focalicé en transferir mi dolor hacia afuera de mi cuerpo, a esos aburridos paneles del techo una y otra vez esforzándome casi en un trance. Estaba haciendo todo y nada en mis manos para no concentrarme en el dolor. Comencé este proceso una y otra vez.

El mantener mi mente completamente enfocada en alejar el dolor de mí no me permitía pensar en absolutamente nada más. Sabía que el dolor me mataría así que tenía que enfocarme en dejar el dolor y el miedo. Era el mismo truco que usaba cuando tenía que ir al dentista para que me sacara una muela. Tenía que focalizarme en alejar el dolor y el miedo y sitiarme a mí misma en otro lugar para continuar. Todos esos días en la consulta del dentista se veían pagados en este momento.

No pensé en mi esposo, familia o amigos. No pensé en el bebé. No contemplé la vida o la muerte. No recé o siquiera consideré a Dios. No hice nada excepto quedarme acostada en esa miserable cama hora tras hora concentrándome en mi dolor llenando todos los pequeños agujeros de los paneles acústicos blanco/grises del techo.

Esa era mi forma de enfrentarlo. Ese fue mi método para mantenerme cuerda. Esa era mi esperanza de seguir viva hasta que recibiera la respuesta de cierta forma prometida de salvación. Concentrarme y mantenerme viva era mi única meta hasta que la siguiente inyección pudiera darme un poquito de alivio a la pesadilla de dolor.

No tenía sentido del tiempo. Las enfermeras iban y venían y yo tenía muy poco que decir mientras me revisaban los signos vitales. El doctor iba y venía para verificar que el bebé y yo siguiéramos vivos. Yo simplemente estaba callada con los ojos abiertos y trabajando en mantenerme viva.

Le decía a mi cuerpo que no tenía dolor porque todo el dolor pertenecía al techo y esa es toda la fuerza que tenía. “Tienes que esperar sólo un poco más” seguía repitiéndome a mí misma. Pero realmente el dolor se había vuelto tan potente y tan constante que había momentos en que sentía que ni siquiera podía respirar. Sentía que me volvería loca. Ahora me veía en la situación de tener que agregar un nuevo ítem a mi concentración. El simple acto de respirar.

En el fondo de mi mente, comencé a cantar las palabras que la voz me había dicho “espera, fe, no temas, reza”. En el fondo de mi mente, comenzaba a saber que estaba dando una batalla perdida pero no podía rendirme o renunciar ahora que ya había comenzado la batalla. El tiempo pasaba tan lento, o eso me parecía, hasta que empezó a volar. Estaba pendiente de que el doctor entrara a mi habitación, estaba más que lista para mi próxima inyección. Esperaba que el doctor me inyectara la droga de nuevo cuando me di cuenta de que estaba tomando mucho tiempo. Me fijé e inmediatamente noté que el doctor no podía mirarme a los ojos. Había algo muy malo y ese pensamiento hizo que se me encogiera el estómago con más estrés. El doctor me explicó en términos simples que ya no podría darme inyecciones. Ya había alcanzado el límite. Si continuaba, el medicamento me mataría y el hospital ya no le permitía administrarme más.

¡La ironía no pasó desapercibida para mí! Estaba muriendo y ELLOS no querían hacer nada que me matara “prematuramente”. No querían leer en el reporte de mi autopsia “muerte por sobredosis de medicamento administrado de forma impropia”.

El doctor se sentó al borde de mi cama y me dio los detalles. No estaba para nada contento de darme esa información pero fue conciso, franco y al grano. En su opinión, yo quizás tenía dos o tres horas de vida. A lo mucho no pasaría la noche. Sin las inyecciones para amortiguar el dolor, él pensaba que pronto comenzaría a experimentar todo el impacto del dolor. De por sí, esto pondría a mi cuerpo en estado de shock y eso, simplemente, me mataría. No había nada que él, o el hospital pudieran hacer. ¡Nada! Le pregunté si una cesárea estaba fuera de la mesa. Me estaba aferrando a cualquier cosa. El doctor me dijo que la cirugía estaba completamente descartada. Si ellos me cortaban, el shock me mataría. La única cosa que me quedaba por hacer era... ¡morir!

* * *

Debo admitir, que con este nivel de novedades no podía pensar en nada que decir. ¿Qué podía decir? “OK, oí lo que dijiste ¡pero eso no es lo que va a pasar!” es lo que pensaba pero no había forma de que pudiera decirlo.

Así que, lo que había pasado no era exactamente lo que esperaba. Hasta este punto realmente yo no sabía lo que pasaría pero la muerte no estaba ni cerca a ser parte del trato que yo tenía. Se suponía que esperara y que trabajara duro para mantenerme viva, entonces algo pasaría que haría que todo estuviera bien. Sólo esperaba que toda la cuestión se resolviera correctamente y para mejor. Esa era yo. Al final yo era la Gran Optimista. Hasta ese momento mi lema era hacer lo que se me dijo, trabajar duro y hacer el menor escándalo que pudiera. Si yo hacía todo eso, entonces sencillamente todo saldría bien. ¡Bla! ¡bla! ¡bla!

Aún no estaba lista para renunciar a la vida. Aún no había visto la señal de alto pero no podía decírselo al doctor. Aunque no estaba lista para gritar “¡Me rindo!” y morir acostada, estaba abriéndose una grieta en mi armadura.

La habitación estaba muy tranquila y nadie decía nada. Sentía la vista de todos sobre mí y esperaba que dijeran algún brillante discurso de la muerte. Necesitaba romper el silencio. Por algún tiempo, una enfermera había estado vigilando calladamente a un lado de mi cama. Me volví hacia ella a preguntarle “¿Cómo se ve afuera? ¿Cómo está el clima?”. La conversación insignificante siempre es buena para romper el hielo. Siempre me había preguntado cómo estaría el tiempo afuera el día que muriera así que la pregunta igual tenía mérito.

Recordé lo extraño que estuvo el tiempo cuando murió el presidente Kennedy en 1963. Después de su muerte, el clima estuvo lluvioso y triste como si toda la gente en el mundo estuviera llorando y hubieran llenado el cielo, así que los cielos lloraban con nosotros. Ahora estaba sintiéndome melosamente dramática. Eso no podía ser real, tenía que despertar pronto. Recuerdo que en esos tristes días de 1963 yo quería que el día de mi muerte fuera soleado y brillante por ninguna otra razón que hacerle la vida más fácil a mi familia. Ahora este podía ser el día que descubriría si el deseo que pensé se había vuelto realidad muchos años después.

Le pregunté a la enfermera por el clima. Ella me respondió dulcemente. Me dijo que cuando había llegado a comenzar su turno había estado lloviendo. “¡Así que ni siquiera puedo morir un día soleado!” Esos eran mis débiles pensamientos. “Está muy mal que pueda morir un día lluvioso”.

Nunca había pensado en la hora del día en la podía morir así que esa fue la siguiente pregunta que salió de mi boca. Le pregunté por la hora. La enfermera miró su reloj, “Son las 9 en punto” fue su respuesta. Dejé que eso rondara mi mente por un momento. Después me di cuenta que no sabía si era de día o de noche. “¿Pero es de día o de noche?” ese fue mi siguiente pensamiento. Había perdido completamente la noción de los días y mucho más de las horas.

La habitación estaba tan callada que se podría haber oído un alfiler al caer pero yo tenía que preguntar. “Disculpe, ¿pero puede usted decirme si son las 9 de la mañana o de la noche?”.

Por primera vez en un buen rato quité mi vista de los paneles del techo y miré realmente a la enfermera a la cara. Fue entonces que me di cuenta de que yo estaba llorando y que esta paciente Nightingale [Nota del traductor: En el original “night-in-gale”. Puede referirse a Florence Nightingale, quien fue una enfermera inglesa, considerada pionera de la enfermería profesional moderna] había estado tratando de secar mis lágrimas con un pañuelo de papel. La miré a sus ojos llenos de gran simpatía y ella me dio suavemente la respuesta.

“Son las 9 en punto de la tarde”, me dijo. Rápida y deliberadamente la enfermera quitó sus ojos de mí pero no suficientemente rápido. Oí que de los labios de la enfermera salió un lastimero sonido por lo que se disculpó rápidamente y salió de la habitación a la carrera bañada en lágrimas. El doctor se disculpó por la enfermera rápidamente diciéndome que su reacción fue muy poco profesional. Me enojé con él por su falta de simpatía.

Mi corazón casi se rompió de dolor por la enfermera. Había hecho que esta pobre profesional de enfermería perdiera el control frente a un paciente, yo. Y este doctor no tenía nada de compasión por ella. Para él todo era reglas y regulaciones. “Qué triste” pensé. Y ahora mi corazón estaba herido por este doctor de quien no sabía nada después de todo este tiempo. Simplemente había querido tener un bebé sin escándalo ni desorden en este lugar. Muchacho, si que había estropeado esto.

En un segundo, el doctor estaba molesto porque la enfermera había perdido su profesionalismo al llorar frente a un paciente y eso dijo. Detuve sus críticas diciendo que todo estaba bien. Lo entendía. Pero entonces comencé a sentir rabia por toda esta situación que estaba saliendo tan seriamente mal.

Yo era una mujer sana que iba a morir en un parto en los Estados Unidos de América. Hasta ese momento yo era lo suficientemente inocente para creer que este tipo de muerte ya no pasaba más. Continué llorando agregando las lágrimas de la inocencia perdida a la creciente colección de pérdidas.

El doctor aún no podía mirarme a la cara. Yo creía que si lo hacía, lo abrumarían sus propias lágrimas. Él no podía permitir que yo viera sus lágrimas. No podía verme a la cara así que se sentó en mi cama al lado mío. No habló pero tampoco dejó el cuarto. Los dos nos mantuvimos en silencio por el tiempo más largo.

Comencé a estudiar a este hombre al que realmente nunca había visto tan cercano hasta ese momento. El doctor se veía tan cansado como me sentía yo. Egoístamente no había pensado en lo que había puesto a este hombre. Él estaba perdiendo a una paciente en el parto. Se veía más viejo y más pequeño que cuando llegamos juntos a compartir este largo calvario. Este hombre de gran fuerza de voluntad ahora estaba peleando para mantener bajo control sus propias emociones confiando primero en sí mismo para hablar, así que esperé.

Finalmente, bajo una fachada inestable de control, el doctor me dio el discurso que tenía preparado. “Hay mucha gente en la sala de espera que quiere verla. Algunos de ellos han estado aquí por un largo tiempo. Normalmente ve contra las reglas del hospital dejar que cualquier otra persona que no sea el esposo entre a la sala de parto pero voy a dejar que toda tu familia y amigos entren a tu habitación para que puedan estar contigo”.

El doctor no dijo que estaba trayendo a mi familia y amigos a mi habitación para que me vieran morir pero ese fue el golpe eléctrico que llenó de miedo mi corazón. No quería que nadie me viera en ese tipo de dolor y sufrimiento. Nunca quise que nadie me viera llorar no dejarlo sentarse para verme morir. El pelo de la parte posterior de mi cuello se erizó y se me puso la piel de gallina en todo el cuerpo. Sentí el pánico surgiendo en mi pecho como algo viviente.

No podía sobrevivir viendo a otros sufriendo por mí. “¡NO!” grité, “¡No quiero que nadie entre en mi cuarto ahora!” El pensar en todas esas personas que amo llorando o tratando de no llorar mientras me veían tratando de controlar mi llanto era hacer más que tan sólo matarme. Me daría el peor dolor y sufrimiento de todos.

Toda mi vida había tratado de no provocar dolor en otros y ahora, el pensamiento de llevar tanta agonía era más de lo que podía cargar. No tenía el suficiente coraje para hacerlo.

Tuve que enfrentar el hecho de que hasta este punto no había pensado en nadie más excepto en mí misma, Había oído una voz susurrante diciendo “espera” y había recorrido el camino en mi propia cruzada sin decirle una palabra a nadie sobre lo que intentaba hacer o por qué. Pensaba en eso ahora y el dolor que se formaba en medio de mi pecho estaba intentando ahogarme. Tuve que tragármelo y mantenerlo bajo control para poder pensar en qué hacer a continuación y así poder ver este evento hasta el final.

No podría hacerlo si estaba rodeada mis bienintencionados pero sufrientes familia y amigos. Vivir o morir por cualquiera que fuera la razón, yo sabía que tenía que pelear esta batalla sola. De una forma u otra la lucha comenzaría pronto. Tenía confianza en eso.

Ni siquiera intenté explicárselo al doctor. Simplemente dije que no quería a nadie en mi habitación “viéndome morir”. Afortunadamente era capaz de sonar con la suficiente fuerza para que el doctor no discutiera conmigo. Él sólo quería saber qué era lo que yo quería que él hiciera ahora.

“¡Quiero que alejes todas estas cosas de mí!” le dije, mirando la máscara, las agujas y todos los dispositivos conectados a mi cuerpo. Después de una larga mirada silenciosa, hizo una ligera inclinación de cabeza y se dispuso a hacerme sentir cómoda. El doctor me quitó toda la tecnología del cuerpo y me ayudó a ponerme más cómoda en la cama. Eso me hizo sentir libre de nuevo.

Cuando el doctor terminó de hacerme ver y sentirme más cerca de lo humano nuevamente, se volvió a sentar en la silla de al lado de mi cama, juntó las manos y bajó la cabeza como si estuviera rezando. Esperé a que hablara y entonces me di cuenta de lo que estaba haciendo pero yo necesitaba oírlo de sus labios así que le pregunté. Su respuesta fue simple. Él se iba a quedar conmigo cada minuto hasta que estuviera muerta. Fin de la historia.

Aunque eso era un lindo pensamiento, aparentemente no era parte del plan, porque me enfureció. Comencé a darle un largo discurso que vino de una parte de mí que había estado oculta por un largo tiempo. “Tom,” le dije, “Eres un buen hombre pero sólo eres es, ¡un hombre! ¡No eres Dios! Has hecho todo lo que podías por mí y ya no está en tus manos ahora. Quiero que te vayas a casa y estés con tu familia. Olvida que me conociste. Ahora mi vida está en manos de Dios. ¡Por favor! ---- ¡Ve a casa!”.

El doctor no se movió. Él sólo me miró como si fuera un sapo de dos cabezas que descubrió en la cama de un paciente. Se veía como si fuera a hablar y después pensó mejor lo que fuera que tenía en mente y simplemente bajó la cabeza de nuevo y permaneció en silencio.

Comencé una segunda ronda, “Escucha Tom, ¿No me oíste? ¡Vete a casa! Quiero que te vayas ahora. No hay nada más que puedas hacer por mí así que vete a casa.”Continué hablando usando más palabras en voz alta y rápidamente, Intentaba persuadirlo de que se fuera y sentía que no estaba teniendo suerte. Era importante que estuviera sola. No estaba segura de por qué necesitaba estar sola pero en mi corazón, el estar sola se había vuelto mi nuevo campo de batalla.

El doctor, intentando retomar el control de la situación me dijo “¡Voy a quedarme contigo! ¡No dejaré que un paciente muera solo!”. Las palabras salían lentamente de sus temblorosos labios. Podía ver que estaba frustrado y muy enojado conmigo. Para él fue una experiencia dura pasar por eso y entenderlo. Pero se suponía que yo tenía que estar sola porque mi obstinación era fuerte y no había vuelta atrás. Tenía la necesidad desesperada de estar completamente sola.

Sin mostrar mi desesperación pero mostrando lo determinada que estaba, simplemente dije “No estaré sola Tom, lo prometo”. El oír esas palabras que salían de mis propios labios me sorprendió. Este hombre me decía la verdad, yo iba a morir pero ¿debería creerle? ¿Malinterpreté o malentendí algo durante el camino? Mis propias lágrimas amenazaban con ahogarme, Por primera vez entendí que no iba a estar sola porque iba a estar con Dios. Yo iba a morir.

Ahora sabía que necesitaba hablar con Dios. No me entraría “suavemente en la noche”. Tenía mucho que decirle a Dios, palabras como “injusto y engaño”. Esas eran las cosas que necesitaba decir en privado antes de aceptar esta sentencia de muerte.

“Quiero que te vayas a casa Tom. Quiero que te vayas ahora. Y cuando te vayas, apaga las luces y cierra la puerta. Necesito tiempo para prepararme”. Esto fue lo que le dije al doctor con la voz extraña, fuerte y determinada que pude sacar de entre mis lágrimas. Odiaba mis lágrimas. Para mí era una debilidad y esta debilidad era completamente opuesta a lo que yo estaba intentando hacer.

Estaba diciendo cosas que no comprendía completamente. Sólo sabía que eran palabras que transmitían que quería estar sola. Era obvio que el doctor no quería irse. Quería quedarse conmigo, o rezar conmigo o hacer lo que fuera que yo le pidiera con tal que lo dejara quedarse. Por alguna razón estaba lleno de culpa que nunca debió haber sentido necesidad de cargar. De alguna forma yo era capaz de convencer al doctor de irse pero no sin pelear.

Él me dijo que se quedaría justo afuera de mi habitación si cambiaba de opinión y quisiera que mi familia estuviera conmigo (o cualquier otra cosa con respecto a eso). Yo sólo seguía diciéndole una y otra vez que se fuera a casa.

Antes de que el doctor se fuera, tranquilamente sacó el botón para llamar a una enfermera de su soporte en la pared y me lo puso en la palma de la mano. Él cerró mis dedos alrededor del botón. “Ahora escúchame, todo lo que necesitas hacer es presionar este botón y yo estaré de vuelva acá, ¿ok? ¡Bien entonces! Estaré justo afuera de la puerta. Recuerda que si necesitas o quieres cualquier cosa, estaré aquí. Sólo presiona el botón de llamada”. El doctor lo repetía una y otra vez mientras lenta y renuentemente hacía el camino hacia la puerta.

Viendo lo cerca que estaba de cumplir mi deseo de estar sola, le prometí agradecidamente que “Haré lo que me dices” le dije. “Presionaré el botón de llamada si necesito o quiero algo, lo prometo, Ahora por favor vete y apaga las luces. Y no olvides cerrar la puerta al salir”. Por fin, las luces de la habitación se apagaron, y la puerta se cerró lentamente tras el atribulado doctor. Estaba sola.

Cuando se cerró la puerta mi habitación quedó sumida en completa oscuridad. La oscuridad fue impresionante al principio. Podía sentir el miedo y el pánico a mi alrededor como una niebla viva. ¡Alto! dije, intentando razonar conmigo misma. Nunca antes había tenido miedo de la oscuridad. De hecho, siempre había pensado que la oscuridad era cómoda y genial. La oscuridad había sido para mí un pacífico amigo. No tenía intención de dejar que mi mente convirtiera ahora la oscuridad en un lugar tenebroso para mí.

Lenta y metódicamente miraba la habitación que se había grabado en mi memoria cuando las luces estaban encendidas y no vi más que una negrura total y completa. Miré a la puerta cerrada que daba al pasillo y ni siquiera vi una pequeña línea o un poco de luz colándose bajo la puerta hasta que mis ojos se hubieran acostumbrado completamente.

Levanté la mano y la mantuve frente a mis ojos y finalmente le encontré gracia a la frase “Estaba tan oscuro que ni siquiera se podrías ver tu mano en frente de tu cara”. Mi sentido del humor volvió. No tenía siquiera algún recuerdo de haber estado en tal oscuridad antes. “Que divertido que mi último descubrimiento antes de morir sea mi introducción a la total oscuridad” pensé.

Cuando me calmé a mí misma volví mis pensamientos a morir. No podía encontrar humor en ello. El doctor tenía que estar equivocado. Yo no estaba muriendo. Era un gran error. Aún estaba ahí. Intenté recordar cómo empezó todo, Ahora, ¿qué era lo que la voz dijo? Dijo “espera” y algo más. Tenía que recordar y tenía que escucharlo de nuevo para poder saber qué hacer. ¿Tenía que haber algo que aún pudiera hacer aún acostada en la cama de hospital?

“Reza”, volvió a gritar la voz en mi cabeza. Mi pregunta fue respondida.

* * *

Nunca sentí que fuera buena rezando. Si las palabras no sonaban como que hubieran saltado de la versión del Rey James de la Biblia, simplemente no me parecían suficientemente buenas. Aún así, estaba dispuesta a hacer un intento. Comencé a rezar.

“Querido señor, te lo ruego; estoy muriendo. No quiero morir. Ven a mí y sáname. Te ruego”. Recé lo suficientemente fuerte para oír el eco de mi voz desde las paredes. Al principio, el sonido me avergonzó pero después me dio consuelo. Si podía abrir la boca y oír el sonido que salía de ella entonces todavía estaba viva. Necesitaba hacer ruido porque quería concentrarme en los sonidos y así poder sacar mi dolor en ellas en vez de al techo.

Dejando escapar un largo y lento suspiro de decepción, recuerdo que pensé “esto no va a resultar, sueno tan estúpida”. Me sentía incómoda con este tipo de plegaria y simplemente no era yo. Decidí dejar de lado los rezos por un momento.

Empecé a cantar. La canté a los proverbiales paneles acústicos del techo que yo había llenado con tanto dolor. No eran visibles en la oscuridad pero sabía que aún estaban ahí esperando que ahora los llenara con sonidos que ahora estaban cargados de dolor. Así que canté.

Había reemplazado mi meditación y concentración en adentrar mi dolor en cada sonido. Entonces llené cada agujero en cada sombra de la habitación. Las palabras y notas de las canciones subieron al techo y pasaron a través del tejado hasta el cielo y a los oídos de Dios. Ahora había sacado el dolor de mi exhausto y atormentado cuerpo y se lo había enviado a Dios.

En mi vida, no había gastado muchos domingos en la Iglesia pero había aprendido un par de canciones (o por lo menos eso pensaba yo). “Jesús ama a los pequeños niños del mundo” canté.

Pronto se volvió evidente que aunque podía empezar a cantar varias canciones de la escuela dominical, tenía realmente muchos problemas para recordar todas las palabras, sin mencionar para recordar la melodía.

El concentrarme en las canciones no me estaba aliviando el dolor. ¡Cantar no me estaba ayudando! A medida que se incrementaba el dolor, mi habilidad de recordar alguna cosa adicional a respirar comenzó a disminuir. “¡Sigue respirando! ¡Sigue respirando! Mientras sigas respirando, seguirás viva” me recordaba a mí misma.

Pasé de las canciones de la escuela dominical a canciones de navidad y aún así mi tarea n se había hecho más fácil. El no ser capaz de recordar las letras más simples de las canciones de navidad con las que había crecido me alteró y mi llanto no me hacía más fácil respirar. “Señor, tú sabes qué es lo que hay en mi corazón y en mi mente aunque yo no pueda decirlo. Por favor señor, ¡escucha mi plegaria!” dije a la oscura habitación.

Ahora, para mí era más que obvio que estaba muriendo y ningún caballero blanco iba a entrar a este lúgubre cuarto a salvarme. Tener que admitirme a mí misma la verdad fue aplastante. Estaba muriendo. Estaba teniendo problemas para respirar, pensar, hablar, recordar o siquiera levantar la mano para secarme las lágrimas de la cara.

El dolor se había vuelto tan grande que me arrollaba como olas a través de todo mi cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. Cada ola amenazaba con sacarme de esta vida y entregarme a los brazos de la muerte, pero yo luchaba, aún esperando algún tipo de milagro. Un milagro que yo pensaba que me habían prometido.

A través de una niebla de dolor, me di cuenta de que había parado completamente de cantar. Aún sintiendo que todavía me quedaba algo por hacer, busqué en mi mente en un esfuerzo de recordar algún versículo de la Biblia que hubiera aprendido en el Campamento vacacional de la Biblia. Comencé a recitar audiblemente versículos de la Biblia en la silenciosa oscuridad, pero el dolor no me dejaba recordar. Al intentarlo, no pude recordar más de una línea o dos.

Fui forzada a encontrarme cara a cara con la certeza. Ya no podía vivir con el dolor. La muerte era mejor que este sufrimiento. La muerte ya no era algo a lo que tener miedo. Ahora le tenía más medo al dolor que a la muerte. Había peleado contra la muerte tanto como había podido; ahora estaba casi lista para aceptarla. Estaba lista para rezar.

“Padre nuestro que estás en los cielos, Santificado sea tu nombre. Venga a nosotros tu reino. Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo. ----”

Mi mente se puso en blanco. El dolor ya no me dejaría decir ni una palabra del Padre Nuestro. Intenté de nuevo y de nuevo. Sólo por un momento, el tiempo de un latido, la frustración y la rabia me sobrepasaron tan enormemente que incluso superaron el horrible dolor.

“¿Cómo pudiste dejar que pasara esto?” Le grité a Dios. “¡Soy muy joven para morir! ¡Mi bebé ni siquiera ha nacido aún! ¿Por qué no puedes dejarnos vivir? ¿Qué hicimos mal? ¿Por qué me estás haciendo esto? ¿Me estás castigando por algo?” Lloré en la habitación vacía en un arranque de ira.

En la desesperación, intenté calmarme a mí misma para poder pensar lo suficiente para hacer un acuerdo con Dios.

“¡Dios! ¡Puedes dejar que el bebé viva y llevarme a mí! ¿Qué te parece, funcionará? ¡Dios! Podrías dejarme vivir y tendría más bebes. Podría gastar mi vida sirviéndote. ¿Te parece? ¡No, tonta, no puedes hacer tratos con Dios! Aprendí eso en alguna clase de la escuela dominical, ¿no es así? ¿Es así Señor? ¿Tú no haces tratos?” supliqué en la habitación vacía.

“Dios hace lo que hace por una razón. Él y sólo él sabe. No es de mi incumbencia cuestionar lo que Dios hace” seguía hablando en el intento de convencerme a mí misma y quitarme la decepción y la rabia.

Así, como una forma de consolarme o premio de consuelo, repentinamente entendí lo que la pacífica voz me susurraba al principio de este largo calvario. Había dicho “Tú vas a morir, ¡pero no tengas miedo! Espera, ten fe, no temas, reza-- muere”

Ahora la estaba escuchando tan claramente. Si lo hubiera escuchado así la primera vez, seguramente las cosas se habrían desarrollado diferentemente. Yo teorizaba que así habría sido.

“¿Todo esto se trata de la muerte?” le dije enojadamente al cuarto vacío. “Dios, ¿este es mi tiempo de morir lo quiera o no? Muy bien, ¡entonces me moriré!” intentaba calmarme a mí misma.

“Querido Señor, tú sabes que siempre te he pertenecido, así que yo, con mucha renuencia y tristeza, te devuelvo mi alma”. Comencé mi plegaria final con rabia y dolor. “Mi alma te pertenece a ti, Señor. Puedes llevártela de vuelta. Siento no haber sido la mejor hija que debí haber sido” lloré. “Querido Señor, también te doy a mi bebé. Estoy lista, ¡así que hazlo rápido y detén este dolor!”.

Me puse a mi misma lo más cómoda que pude en la cama del hospital. Intenté parar de llorar y aclarar mi mente. Cuando sentí que mi cuerpo y mente estaban tan tranquilos como podían bajo esas circunstancias, comencé a concentrarme en el dolor. Dejé que me envolviera el 100% del dolor. Rechiné lo dientes y dejé que el dolor tomaba todo lo que quedaba de mí. Imaginé que todo el dolor que había forzado en los paneles del techo, en el cielo y a Dios me llovía de vuelta. Luché para silenciar cualquier grito que amenazara con escapar de mis labios.

Así, muy rápidamente terminó. Morí.

* * *

En un instante fui transportada a un túnel o pasillo lleno de una pura y hermosa luz azul/blanca. La luz era tan brillante que debería haberme herido los ojos, pero no lo hizo.

Miré mi cuerpo hacia abajo para descubrir que estaba vestida con una larga túnica blanca. Estaba de pie, mirando hacia mis pies descalzos, buscando en mi mente para ver si podía recordar cómo había llegado desde estar acostada de espaldas en una cama de hospital a estar de pie en este nuevo y hermoso lugar. Me reí del lugar de mis pies descalzos.

No tenía miedo. Estaba llena de gozo y asombro. Tenía completa memoria de todo lo que había pasado antes de que entrara a este lugar de luz. Supe que definitivamente este era el primer minuto de un nuevo y glorioso día. Me estaba riendo, no llorando.

Comencé a hacer una revisión mental. “¿Estoy embarazada?” miré a mí misma hacia abajo. “No”, marqué esa de la lista. “¿Siento miedo, dolor, tristeza, frustración, confusión y rabia? ¡No!” revisaba y marcaba.

Entonces, ¿qué estaba sintiendo? Estaba feliz, tibia, relajada, confiada, amada, cuidada y extremadamente curiosa y expectante. Estaba feliz simplemente de estar donde tan gentil y cuidadosamente me habían dejado sólo sumergiéndome en la calidez y comodidad que esta luz me estaba entregando. No tenía dolor y amaba este lugar. Era amada. Estaba sucediendo algo maravilloso y había más por venir. Podía sentirlo.

Mi curiosidad trabajaba a toda marcha. “¿Estoy viva o muerta? ¿Qué es este lugar? ¿El cielo?” seguía haciéndome preguntas a mí misma sin obtener respuestas. Me rompía la cabeza intentando recordar alguna lección de la escuela dominical que aprendí de niña que hubiera tocado el tema de la muerte o del cielo. El pensamiento de que este maravilloso lugar fuera el Infierno nunca se me cruzó por la mente y nunca había estudiado nada del purgatorio así que en este punto en realidad no estaba segura de qué se supone que era.

“Veamos, ¿Puertas del Cielo? ¡Nop!” pensé y comencé otra revisión. Miré tan lejos como pude a través de la luz y no vi nada remotamente parecido a la silueta o sombra de ninguna puerta. “¿Ángeles?” pensé. “No, ninguno de ellos tampoco”.

Desde donde estaba, no podía ver nada más que la luz. Todo lo que sabía, hasta este punto como un hecho es que estaba siendo cuidada, acariciada y rodeada por esta impresionante y radiante luz. No me sentía sola ni cansada. Me sentía amada y protegida. Estaba cómoda y serena. Me sentía viva, realmente viva pero recordaba que sólo hace unos segundos estaba apretando los dientes contra el dolor de saber que iba a morir. Había rezado por que la muerte me tuviera compasión y terminara rápidamente su trabajo.

Recordaba todo lo que había pasado antes así que estaba convencida. “Estoy muerta” pensé. Y no es tan malo. De hecho, yo pensaba que estaba bastante bien.

Ahora, el único misterio era, ¿qué pasaría después? Estaba lista, dispuesta y capaz de averiguarlo.

Recuerdo haber escuchado historias que decían que cuando morías, miembros de la familia que habían muerto antes que tú, llegaban todos a recibirte. ¿Vendrían y me llevarían al cielo? No sabía, sólo esperaba.

Esperé a que alguien se encontrara conmigo y me mostrara el camino al cielo. ¿Quién será? Pensé. No podía recordar ni un solo miembro de la familia que hubiera muerto y que pudiera reconocer, y que él pudiera reconocerme. “Así que, ¿Quién vendrá por mí?” seguía reflexionando.

“¿Un ángel quizás?” consideraba la posibilidad de que al no tener un miembro de la familia que me llevara al cielo lo haría un ángel. Comenzaron mis preguntas. ¿El ángel será masculino o femenino? ¿Tendrá alas? ¿Vendrá volando? ¿Me llamará por mi nombre? Tantas preguntas y tan pocas respuestas. El pensamiento de ver un ángel me emocionaba, Este lugar me emocionaba y energizaba. Pero no llegó ningún ángel.

Estaba lista para dar el siguiente paso. Cualquiera que fuera ese paso. Mi mente siguió corriendo, haciéndome preguntas que luego intentaba responder. ¿Qué teología religiosa será verdad en el cielo? ¿Qué historias de la escuela dominical debería recordar? ¿Debería quedarme parada y seguir esperando indicaciones o debería actuar por mi cuenta y ver qué pasa? Tenía muchas más preguntas y ninguna respuesta. El hecho de tener tantas preguntas me divirtió y me hizo sonreír. Era como un entusiasta niño alistándose para su primera visita a la tienda de dulces y con muchas ganas de ir.

Esperé. Aquieté mis pensamientos y simplemente gasté el tiempo escuchando el silencio. No había absolutamente ningún sonido. Estaba envuelta en un increíble silencio. Me di cuenta de que nunca en mi vida había vivido sin ningún sonido. En este lugar, el silencio era absoluto.

Mientras estaba viva, aún en el lugar más tranquilo que podía encontrar, había sonidos. Estaba el sonido de mi propia respiración y los latidos de mi corazón. Había tenues zumbidos dentro de mis propios oídos o el rugir de mi sistema digestivo que hacía ruidoso el lugar más tranquilo. Pero en este lugar no había nada más que un pacífico silencio. ¡Me encantaba!

Así como este lugar de luz no tenía sonido, tampoco tenía movimiento. Desde donde estaba el túnel parecía infinito. No podía ver puertas, ventanas, techo o instalaciones de ninguna clase. No había sombras o movimientos que llamaran mi atención. Pero este lugar no se sentía vacío en ningún sentido. El lugar estaba lleno de vida así que decidí dejar de jugar a la “Pregunta de los $64.000” conmigo misma y salir a esta nueva aventura y encontrar algunas respuestas. Siempre me había cuestionado todo en la vida, así que ¿por qué tenía que ser diferente en la muerte? ¿Cierto? No sabía qué esperar pero no tenía miedo de averiguarlo.

Decidí comenzar mi búsqueda caminando en línea recta hacia el centro del túnel para poder hacerme una mejor idea de qué tan largo y grande era realmente. Mantuve los ojos bien abiertos y mis oídos atentos mientras caminaba alegremente hacia el centro del túnel diciendo “Hola, ¿Hay alguien ahí?”. Yo esperaba que en cualquier momento alguien llegara y se presentara. ¿San Pedro quizás?

Caminé por un rato hasta que sentí que debía estar al medio del túnel. Claro que no tenía forma de saberlo con seguridad pero estaba satisfecha. Me detuve, me di vuelta y comencé a mirar a lo largo del túnel para ver si alguna cosa contrastaba con la luz brillante. Todavía nada, así que simplemente decidí caminar hacia el centro para ver qué podía ver.

Antes de que mi pie pudiera terminar el primer paso, yo estaba levitando en el aire. Sentí como si tuviera una banda elástica gigante amarrada a la cintura y que con ese paso hubiera alcanzado a llegar a su límite de estiramiento. Fui tomada y empujada tan fuerte en un movimiento hacia atrás que mi cuerpo se dobló tanto que los dedos de mis manos casi podían tocar los dedos de mis pies. Me podía sentir a mí misma siendo trasladada hacia atrás a gran velocidad.

No tenía tiempo para preguntar dónde iba o por qué cuando me encontré de vuelta al hospital siendo dejada en la sala de parto en forma horizontal y sin peso sobre mi propio cuerpo.

Cerré los ojos cuando noté que mi cuerpo se veía con un movimiento de vaivén como si fuera una hoja que cae suavemente a la tierra. Al principio, no tenía la sensación de que me estuvieran poniendo de vuelta a mi cuerpo pero lentamente todas las sensaciones comenzaron a volver. Primero sentí mis manos, luego los pies y después todo el peso de mis huesos y músculos reposando en la cama de hospital. No sabía cuánto tiempo había estado fuera de mi cuerpo. Sabía que no podía haber sido por mucho tiempo pero en ese tiempo había perdido el sentido del peso y del volumen. Ahora mi cuerpo se sentía extremadamente pesado e incómodo. Podía oírme respirar y sentir mis pulmones expandirse en mi pecho. Podía oír los ruidos del pasillo entrando en la habitación, por debajo de la puerta cerrada.

Había vuelto a mi cuerpo. Y el ruidoso mundo asaltó mis oídos. Yo no estaba para nada encantada por eso y nuevamente comencé mi juego de preguntas. “¿Estoy viva? ¿Volví al hospital?”. Podía sentir mi cuerpo pero ya no sentía ningún dolor. Así que la gran pregunta era “¿Qué diablos acabo de experimentar?” pensé.

A través de mis ojos cerrados, podía ver luz, una luz brillante. Respuesta número uno,

“¡Estoy viva! Debo haberme quedado dormida. Estaba soñando”. Me reí internamente.

“El doctor debe haber vuelto a la habitación y encendido las luces. Cuando él encendió las luces me desperté de mi hermoso sueño. Realmente necesitaba dormir. ¡Me siento mil veces mejor! El doctor debe estar por volver a la habitación para verificar si es que ya estoy muerta” pensé con una sonrisa.

Esperé. Estaba atenta para escuchar al doctor. Sentir el tacto de sus manos. Revisé a ver si mi miedo de esta realidad o de la muerte había regresado. Aún absolutamente nada. La dicha y paz que había experimentado en el sueño aún permanecían aunque ya estaba bien despierta por algunos minutos.

Busqué el sentimiento de cansancio y cualquier dolor y no encontré nada así que abrí mis ojos para poder ver y hablar con el doctor.

Miré al techo en el que había gastado horas memorizando y llenando de dolor los pequeños agujeros de los paneles acústicos y descubrí que las luces no estaban encendidas. Me sorprendí. N se suponía que viviera para ver un nuevo día pero lo hice. “Debe ser de mañana” pensé.

El cuarto estaba completamente irradiado por una agradable luz blanca. Me dije a mí misma que debía ser un nuevo día y que el brillo del sol provocaba que la luz entrara por la ventana de la habitación. “Qué forma más agradable de despertar y comenzar un nuevo día” pensé.

La adrenalina corrió por mis venas, cuando tuve la convicción de que no era posible que fuera la luz matutina del sol brillando en mi habitación. Me senté en la cama.

Tomé nota de los hechos. “Estoy completamente despierta. No estoy soñando. Aún estoy embarazada”. Miré si la puerta de mi habitación aún estaba cerrada. Lo estaba. Aún estaba en el hospital en la sala de parto en medio del quinto piso. No había ventana en la habitación por la que pudiera entrar la luz del sol. No, ninguna.

Las luces no estaban encendidas pero aún así podía contar cada pequeño agujero y defectos en el piso, paredes y el techo. Lentamente inspeccioné la habitación. Todo estaba ahí. El lavatorio, los gabinetes, el poste metálico en que colgaba la bolsa de líquido “carne con papas” y encima colgaban los tubos blancos que alguna vez había tenido inyectados en el brazo. Ahora notaba dolor en mi mano y brazos donde habían estado las agujas por mucho tiempo. Examiné mi mano hinchada. Podía ver todo perfectamente en este blanco y brillante resplandor.

La única diferencia en la habitación era que ya no era un espacio frío, hostil ni aterrador. La luz brillante que llenaba la habitación había traído esta transformación con ella. Era la misma luz blanca de mi sueño. La luz llenaba con tanto brillo la habitación que me debió haber herido los ojos pero no ------ Yo no estaba sola.

* * *

“¡NO PUEDES DÁRMELO PORQUE ÉL YA ES MÍO!” escuché y sentí la retumbante voz. Las palabras vibraban en mi cabeza y mis oídos. El ruido hizo vibrar mis dientes. Las palabras sacudieron mi cuerpo haciendo que me sentara aún más derecha en la cama. No tenía dudas, ninguna duda sobre quién era yo, dónde estaba y que estaba muy despierta y viva. Estaba dándole toda mi atención a esta voz incorpórea. La voz emanaba de la luz brillante que llenaba mi habitación y cubría mi cama.

Antes de que pudiera abrir la boca para hacer la pregunta más obvia, el impacto y todo el significado de esas retumbantes palabras comenzaron a inundar mi cerebro más rápido de lo que yo podía comprender todos sus significados. Yo era el computador y estaba disfrutando una descarga completamente nueva.

Las preguntas que aún no se habían formado en mis pensamientos estaban siendo respondidas libremente sin que tuviera que preguntar. Yo no iba a morir (por lo menos, no ese día). Mi bebé era un niño y él no sólo no iba a morir ese día sino que nacería sin daño cerebral. El bebé que aún tenía dentro de mí iba a nacer vivo, completo y sano. El bebé nacería por cesárea.

Había escuchado correctamente el mensaje, yo tenía que “esperar, tener fe, no temer, rezar y morir”. Había hecho la mayoría de eso. Lo había hecho a regañadientes por supuesto, pero eso no contaba. Era un mensaje increíble.

Me gustaba lo que estaba escuchando y estaba lista para escuchar más y las lágrimas de dicha corrían por mi cara libremente. Ni siquiera intenté detenerlas. Me bebí toda la información que podía mantener y la información continuó.

Dios nos da hijos pero ellos nunca nos pertenecen. Le pertenecen a Dios. A nosotros nos han dado el privilegio de criarlos, enseñarles y amarlos sólo por un corto tiempo, y después debemos dejarlos experimentar el mundo. Debemos dejar nuestros hijos en las manos de Dios ya sea que sus vidas existan en este mundo sólo por un respiro o por 100 años.

Cada vida llega a este mundo con un propósito, un plan, y una razón para nacer. Nunca sabremos completamente cual es el plan de nuestra vida pero Dios sabe.

A cada persona nacida en este planeta se le envían ángeles para entregar el mensaje de que Dios está con nosotros. Los ángeles nos hablan y tratan de ayudarnos para completar nuestro propósito en esta vida. Necesitamos aprender a escuchar y a ser capaces de hacer lo que necesitamos para encontrar silencio dentro de nosotros mismos.

La muerte, incluso el camino más cruel y horrendo que tomamos antes del momento de morir tiene un propósito. La muerte de uno puede salvar a muchos. (Esto tiene múltiples significados que se me mostraron) La muerte de cualquier tipo no es un castigo. La muerte nunca es un castigo. La muerte es un cerrar de ojos y volver de nuevo a la vida. La muerte es ir a casa al principio. La muerte ES el principio, no el fin. Dios no causa nuestras muertes, nosotros aceptamos la muerte. La esperamos un largo, largo tiempo atrás cuando fuimos creados primero como seres espirituales. Dios reconoce que hemos elegido dejar esta vida. Es raro cuando Dios no nos deja morir en el tiempo que elegimos. Tenemos el don (o la maldición) del libre albedrío y eso no cambia cuando tomamos la decisión de morir. Es nuestro trabajo mantenernos vivos todo lo que podamos. Yo entendía eso a nivel espiritual y había peleado por esa vida.

Yo estaba en éxtasis. Mi milagro se había vuelto más, mucho más. Muchas de mis preguntas estaban siendo respondidas y estaba obteniendo respuestas a preguntas en que aún no había pensado. Pero aún quería más. Sentí la presencia de seres de pie alrededor de mi cama, lo suficientemente cerca como para tocarlos. Tenía tantas preguntas. No podía ver un rostro o figura, sólo la exquisita luz y las voces se volvieron claras como el cristal.

Comenzó a distinguirse otra voz. La voz era muy familiar. Había estado escuchando esa voz toda mi vida. La voz que oí tenía el mismo sonido que la mía. A medida que oía las palabras, me llenada de vívidos recuerdos del pasado. ¿Mi vida pasada estaba pasando frente a mis ojos como una caricatura? Estaba increíblemente cerca. Podía ver, oler, oír y experimentar el pasado pero completamente como un observador, sin miedo.

Un ejemplo de lo que re-experimenté pasó cuando era una niña, excepto que esta vez podía ver a mi ángel de pie tras de mí con su mano descansando en mi hombro derecho. El ángel, mi ángel me hablaba suavemente.

“¿Ves a la niñita rubia al otro lado del parque de juegos?” susurraba la voz.

“Sí, la veo” respondí en mi mente. “Nunca antes la había visto en la escuela. Debe ser nueva aquí”. Yo creía que estaba hablando con mis propios pensamientos, mi propia voz. “Se ve graciosa”. Recuerdo haberme preguntado si estaba enferma. Tenía círculos negros bajo los ojos

El ángel continuó hablando en mi mente sonando como mi propia voz. “¿Por qué no vas y hablas con ella? Se ve tan temerosa y solitaria, ¿no es cierto?”.

“Habla con ella, ¿por qué? Ella no está en mi clase. Tengo miedo. No me gusta hablar con gente que no conozco. No sé qué decir”. Continué lo que yo pensaba era una conversación conmigo misma. Los niños pueden ser temerosos y crueles y yo no era diferente. Pero el ángel insistió.

“Sólo camina hacia ella, levanta la mano y di hola. Dile tu nombre. Pregúntale su nombre. No te hará daño. Necesita una sonrisa. No tengas miedo, no te hará daño”. El ángel habló gentilmente y después me dio un pequeño empujón en dirección a la niña.

Escuché y me moví lentamente pero finalmente crucé el patio de recreo hacia la niña rubia. Levanté mi mano y con mucha vergüenza me presenté. Hablamos sólo un momento durante el recreo y ella me contó que no había ido a la escuela por mucho tiempo porque tenía polio. Como el ángel dijo, se había estado sintiendo sola y asustada y yo podía ver en sus ojos que sólo estar de pie charlando conmigo le daba fuerzas y calmaba sus miedos. El ver que ella tenía miedo y estaba en una situación tan poco familiar como yo me hacía sentir más cómoda y menos torpe. También me hizo sentir valiente e importante.

Cuando estaba caminando a mi sala de clases y ella a la suya, recuerdo sentirme henchida y felicitarme a mi misma por superar mis miedos esta vez e impulsarme a mí misma a hacer algo que normalmente no haría. Me había sentido bien y esperaba que en el futuro pudiera sobreponerme de nuevo a mis miedos. Me había dado todo el crédito a mí misma. Qué chiste era yo.

Viendo esta nueva perspectiva, vi que él ángel tenía su mano sobre mí todo el tiempo en que tuve el encuentro. El ángel me estaba ayudando a sentirme valiente y ayudándome a sentir una fuerza interior. Yo estaba destinada a aprender una lección y a crecer en el amor hacia otros.

Se me mostraron otras veces en que entidades celestiales me pidieron que hablara o ayudara a otros de pequeñas formas pero en que yo había ignorado la gentil y suave voz y su tacto en esas ocasiones. Las cosas simples, se me dijo, pueden hacer que cambie un momento, un día o toda una vida para quien rechazó el acto y para quien debió haberlo recibido. Tan a menudo nos negamos a dar de nosotros mismos aún la más pequeña cantidad de tiempo y esfuerzo, lo que nos daría inmensas recompensas. Podía sentir cómo me sonrojaba de vergüenza. Podía recordar todas las veces que me había negado a escuchar, moverme y actuar. Todas esas preciosas veces en que el miedo o el trabajo habían hecho que le diera la espalda a la posibilidad de demostrar un simple acto de gentileza que hubiera tocado la vida de alguien más así como la propia. Estaba arrepentida.

Podía ver las veces en que esta gentil voz me advirtió que me alejara caminando o corriendo de gente que después demostró ser malvada y que pudo haberme dañado en forma extrema con fuertes efectos perjudiciales. Con gran tristeza, vi las veces en que repetidamente el ángel trató de llevarme de vuelta al camino correcto pero yo con gran testarudez me negaba y caminaba libremente hacia el camino dañino. Qué testarudos somos los humanos. Qué testaruda e irreflexiva era yo.

Vi todas estas cosas y más en un instante. El ángel estaba conmigo cuando estaba herida, triste, sola y confundida. El ángel estaba conmigo cuando yo estaba bien o mal. Aunque yo eligiera escuchar o ignorar al ángel, él permanecía siempre detrás de mí. Vi todas esas cosas y más. El ángel permanecía conmigo sin importar si yo escuchaba o no. El ángel me amaba. El amor del ángel era un pálido reflejo del amor de Aquel que me había enviado al ángel, el amor de Dios.

Qué diferente pudo haber sido mi vida si hubiera escuchado cuando el ángel intentaba guiarme y yo simplemente le dije al ángel “¿Por qué no me dijiste? ¿Por qué yo no sabía?”

“Tú sí sabías” fue la respuesta. Yo sabía la respuesta antes de que me la dieran. Mi espíritu sabía, siempre lo había sabido. Mi espíritu sabía que a través de toda mi vida esta presencia había estado conmigo. Ahora reconocía la verdad ante las luces y ante mí misma. Era tan importante que entendiera y aceptara la verdad.

Este ser de luz que me había traído el conocimiento y la aceptación de que él era el mensajero de Dios y mi mensajero hacia Dios al que yo llamaba mi Ángel de la Guarda. Él siempre había estado conmigo. Él siempre había estado amando, ayudando y enseñando. Yo nunca había aceptado lo que había sentido. Él se reveló ante mí esa vez en que yo siendo una niña sentía más su presencia. ¡Como niña yo sabía! ¿Cuándo, cómo y más importante, por qué perdí esa habilidad?

Antes de que pudiera hacer mis mil preguntas, escuché otra voz. Esta voz sonaba igual, pero aún así, de cierta forma noté una diferencia. Supe sin preguntar que esta voz también era la voz de un Ángel, un mensajero de Dios.

En vez de llevarme al pasado, este ángel me mostró el futuro. Me tomó un momento comprender exactamente qué era lo que me estaban mostrando. Todo estaba en cámara rápida y me veía a mí misma en el futuro. Era demasiado rápido como para que comprendiera todo hasta mucho después en mi vida en que los eventos que vi finalmente sucedieron.

En el momento no sentí lo que esta otra mujer, la futura yo, estaba sintiendo pero podía sentir que ella estaba luchando y que tenía miedo. Se me dijo que simplemente observara y que recordara.

Me sentí muy presumida al principio. Pensé que entendía los hechos fundamentales de lo que se me estaba mostrando. Así que la vida no es fácil y a veces puede desbaratarse.

Sentía que los eventos de hoy habían cambiado por completo para mí porque había escuchado la voz de Dios. Estaba en la presencia de ángeles. No podía ver cómo, después de ese día, el mundo podría lanzarme algo que me pudiera deprimir. ¿Por qué siquiera tendría algún motivo para sentir miedo o decepción o tristeza de nuevo? Descubriría que esos pensamientos estaban muy equivocados.

¡Ese orgullo y arrogancia tenía! Qué joven tonta era. Pertenezco a la raza humana que está llena de arrogancia y miedo. En la Biblia, los israelitas fueron liberados de la esclavitud en Egipto. Dios abrió el Mar Rojo para que pudieran escapar. ¿Y qué hicieron los israelitas? Hicieron un becerro de oro al que adorar cuando Moisés los dejó solos un par de días.

Los israelitas tenían miedo de morir de hambre en el desierto y le clamaban a Dios casi todos los días. Dios les dio maná en el desierto. Entonces ellos se cansaron del maná y se quejaron por eso. “Ay de mí. Pobre de mí”. “¿Qué? ¡Maná de nuevo!”

Nada ha cambiado. Me tomaría un tiempo el darme cuenta de que yo no era diferente a los israelitas de antaño. Me diste un milagro una vez Señor, ¡¿Pero qué has hecho por mí últimamente?! Es un gran pozo en el que todos los humanos caemos y yo no soy diferente. Es importante que trabajemos todos los días para evitar este pozo. Es aún más importante que no seamos nosotros los que estemos cavándolo. El mundo ya es lo suficiente mente bueno en cavar pozos para que caigamos. No necesitamos ayudar al mundo en eso. El antiguo refrán “Cuando estés en un hoyo, aprende a dejar de cavar” lo dice. Nunca lo había entendido hasta ahora.

Les anuncié arrogantemente a las luces que yo no caería en las trampas que el mundo me pusiera en el futuro. No cavaría mis propios hoyos. Les dije que nunca podría sentir nada más que felicidad y que nunca perdería la fe de nuevo. Entonces, me mostraron a mí misma en el futuro llorando.

Podía verme a mí misma sentada en un banco de madera en lo que parecía una Iglesia llorando incontrolablemente como si mi mejor amigo hubiera muerto. Podía oír mis propios pensamientos. Estaba enojada con Dios. ¡Le estaba gritando a Dios! “¡Tú hiciste esto!” gritaba. “¡No te escucharé! ¡No haré lo que quieres! Me diste libe albedrío así que déjame usarlo. Tengo derecho a hacer lo que quiera y se supone que no debes detenerme ni interferir” lloraba en mis pensamientos.

Estaba atónita viéndome a mí misma en el futuro mostrando tal rabia y desobediencia hacia Dios. Esa no podía ser yo. Yo nunca podría, después del día de mi milagro, hacer nada como eso sin importar qué hubiera pasado o quién hubiera muerto. Esa no podía ser yo. Estoy segura de que los ángeles estaban divertidos.

Continuaba gritándole a Dios, entonces una voz igual a la que estaba escuchando me dijo suavemente que el camino que yo estaba eligiendo estaría lleno de dolor y sufrimiento. Eso me hizo llorar aún más y mostrarme más enojada.

“¿Cómo crees que me siento ahora? Lo que quiero hacer no podría causarme más dolor o sufrimiento del que tengo ahora. Déjame ir”, en mi mente le hablaba a la voz.

Ninguna otra voz me habló y parece que eso me hizo sentir aún peor de lo que ya estaba. Pero podía sentir que percibía algo. “Muy bien, muy bien. Tú quieres que vaya por esa vía, bien, entonces lo haré pero hay que pagar un precio. ¡Después de hoy nunca más pisaré esta Iglesia de nuevo!”. Con esas enojadas palabras y más el llanto de mi futura yo era tan alto y feroz que no escuché más conversación. Pero podía sentir los sentimientos de total desesperanza, impotencia, terquedad y resolución. Chico, ¿No es esa una combinación mortal?

Después vi un ángel de pie detrás de mi furiosa yo con su mano en mi hombro derecho. Entonces aparecieron uno a uno otros ángeles, sentado, de rodillas y de pie a mi alrededor. No estaban ahí para criticar, reprender, o castigar. Estaban ahí para darme fortaleza, consuelo y guía. Los ángeles estaban ahí para mostrarme el amor de Dios. Estaban ahí para brindarme el consuelo, comprensión y amor de Dios.

Qué sorprendente fue para mí el que se me mostrara el gran rol que tenían los ángeles y Dios en nuestras vidas. ¿Cómo siquiera podía sentir miedo, tristeza o soledad? ¿Cómo siquiera podía decir no a lo que Dios me pedía de nuevo? ¿Cómo podía perder la fe? ¿Cómo podía siquiera pecar? Pero los ángeles me habían mostrado que yo podía hacer y sentir esas cosas y que haría todas esas cosas. Pero Dios y sus ángeles estarían conmigo siempre para ayudarme.

Podía sentir el amor, comprensión y alegría que sentían los ángeles cuando yo balbuceaba que nunca podría ser esa persona y que cambiaría. Comencé a perder más tiempo defendiéndome que escuchando.

Después de experimentar todos los milagros de este día, aún veo mi futuro desenvolviéndose tal como lo había visto. Y a medida que sucedía conocería el miedo, la tristeza y falta de fe tal como lo predijeron. Yo pecaría y más. Los ángeles lo sabían pero a mí me tomaría años comprender por completo todo lo que me habían mostrado y que querían que entendiera. Ellos sabían todo el tiempo que no me convertiría en la santa perfecta. Ellos me amaban tal como era. Dios me ama todo el tiempo, no sólo cuando soy obediente y perfecta. Qué hermoso sentimiento es ese. Sólo tengo que recordarme a mí misma que Él está aquí y aprender a dejar de hablar lo suficiente para escuchar su voz.

Sentía que había estado pasando la obra navideña de Scrooge. Había visto parte del pasado y parte del futuro así que ¿qué sigue?

Tenía miles de preguntas pero antes de que pudiera siquiera preguntar alguna, la segunda voz terminó de hablar y la voz masculina que emanaba de la luz comenzó a hablar de nuevo. Esta voz no sonaba como los ángeles. Era el sonido de la primera voz que me había llamado la atención. Era la voz que me había dicho que mi bebé le pertenecía. La voz ya no me hizo retumbar los dientes. La voz estaba llena de amor, gentileza y comprensión. Yo estaba lista para escuchar “Te he dado un nombre desde tu nacimiento. Cuando escuches decir este nombre, sabrás que estoy contigo”. Yo no tenía idea de lo que estaba hablando en ese momento pero escuché.

Él dijo este nombre especial, que no era inusual de ninguna forma, pero cuando lo escuché, el nombre corrió hacia mí como algo vivo. El amor y la alegría me colmaron. Nunca antes o después había escuchado algo que estuviera tan lleno de poder. Las lágrimas seguían brotando de mis ojos y amenazaban con consumirme. Mantuve mis ojos y oídos abiertos para poder escuchar cada una de las palabras que Su voz me decía. Su voz por sí sola era tremendamente poderosa.

Supe que lo que se me estaba diciendo era extremadamente importante. Cuando Él hablaba, no sólo escuchaba sus palabras; recibía impresiones y conocimiento más allá de lo que podía comprender en ese momento. Traté de absorberlo lo mejor que pudiera. Por una vez en mi vida estuve sin habla mientras Él me hablaba.

“Has estado buscando la verdad. No hay pecado en la búsqueda. Buscar es parte de tu propósito. Busca Mi rostro. Busca Mi verdad. No encontrarás la verdad completa en este mundo en tus vidas. Continua buscando todos los días de tu vida, nunca pares de preguntar. Cuando te sientas cómoda con una filosofía, quédate con ella por un tiempo. Si después encuentras que es falsa, entonces avanza. No tengas miedo. Las verdades pueden llegar de lugares inusuales. Aprende todo lo que puedas de todas las cosas, lugares, gente y eventos. Escucha con tu corazón, mente y oídos. Sabrás cuando encuentres una verdad. Te ayudaré. Tú eres mi .........” (Él me llamó por mi nombre especial). Él habló, yo lo escuché desde el interior porque ahí es donde Él me estaba tocando y su tacto era cálido y amoroso.

La comprensión total iba más allá de mí. Entendí menos del 10% de lo que se me había dado en el momento luego de más de 30 años después. Aprendo más de su significado cada día. Estaré aprendiendo todos los días de mi vida y más allá.

Continué escuchando la voz y enfoqué en ella todos mis sentidos hasta que las palabras, visiones e impresiones se detuvieron abruptamente. Yo estaba esperando todavía más. Lo que vi es que la brillante luz blanca que había llenado la oscuridad, estaba desvaneciéndose lentamente. Estaba extremadamente decepcionada. Quería que esta experiencia, estos sentimientos continuaran toda mi vida. ¡No quería que la calidez, amor y serenidad que me envolvían se fueran nunca! Estaba disfrutando de tal paz. No quería que nunca se fuera. Quería que la luz me rodeara por el resto de mi vida.

“Espera, espera” le grité a la luz. Estaba riendo y llorando y las lágrimas de alegría corrían por mi rostro. “Tengo tantas preguntas”.

Con alegre diversión me ordenaron apretar el botón para llamar a las enfermeras que ya no estaba en mi mano, sino que yacía al lado de mi cama.

Al principio estaba confundida, no quería llamar a nadie a la habitación. Quería quedarme en la luz. Encontré el botón de llamado y lo apreté justo cuando la habitación se oscureció. “No te vayas todavía, quédate” le rogaba a la luz.

Aún cuando el cuarto volvió a la oscuridad total, continué sintiendo una gran dicha, amor y paz. La luz se había ido pero yo sabía que no estaba sola y que nunca estaría sola de nuevo. Aunque no podía verlo, sabía que mi ángel estaba ahí y que Dios me amaba sin importar nada. Y lo más importante de todo es que había aprendido que ¡DIOS ES REAL! Pero el milagro no paró ahí.

* * *

Era tiempo de que apretara el botón de llamado como me habían indicado que hiciera así que lo hice. Lo apreté con el pulgar hacia abajo y no lo solté. Esperé en la oscuridad total. Después esperé un poco más. Pasaron largos minutos mientras pensaba en todo lo que había pasado en esa cama de hospital en esa sala de parto. También me preguntaba qué les tomaba tanto tiempo para que tardaran tanto en responder el llamado del botón. ¿Qué tan sorprendido estaría el doctor o enfermera cuando me viera sentada en la cama, viva y riendo? Me preguntaba.

La puerta de la sala de parto se abrió volando. De pie, recortado contra la luz del pasillo había un hombre. Sólo se mantuvo en el marco de la puerta inmóvil. Podía escucharlo respirar. Sabía que era mi doctor. Podía sentir lo que él sentía. ¡Estaba de luto! El doctor pensaba que yo estaba muerta y que el rigor mortis de la mano de una mujer muerta había activado el botón para llamar a las enfermeras. Estaba reacio a entrar a la habitación. “¡Entra, entra!” le grité alegremente. “No estoy muerta. Entra y verás”.

Cuando escuchó mi voz, el doctor se asustó tanto que apenas cabía en sí mismo. Encendió la luz de mi habitación y me enceguecí por su brillo. Entró apresuradamente en la habitación y lo primero que hizo fue quitarme el botón para llamar a las enfermeras de mi mano. Yo lo estaba apretando todavía.

El doctor empezó a examinarme y yo simplemente seguía diciendo mis palabras de aliento. “No te preocupes. Ahora todo va a salir bien”. El doctor movía su estetoscopio para escuchar el corazón del bebé. “Créeme que el bebé también está bien. ¡Mira! ¡Mira! Aún puedes oír su corazón latiendo. Yo estoy viva y él está vivo” seguía repitiendo. “¡Mira! ¡Mira! Tienes que hacer la cesárea ahora y no te preocupes por nada. Todo va a salir bien. Lo prometo”. Yo estaba llorando, riendo y hablando apresuradamente. Debo haber sonado como una mujer loca. Lo que era, era una mujer extremadamente feliz.

El doctor seguía viéndome los ojos mientras yo hablaba. Estaba confundido y preocupado. Levantó la vista y habló por primera vez desde que entró a la habitación. “¿Estás segura de esto, Linda? La cesárea te matará”. Me dijo estas palabras lentamente como si yo fuera retardada o sorda y necesitara leer sus labios.

Él quería asegurarse de que yo entendiera exactamente lo que estaba diciendo. Me miraba a los ojos mientras hablaba como buscando la confirmación de que yo entendía exactamente las consecuencias de las acciones que quería que él tomara. Todo lo que yo sabía, es que de alguna forma tenía que convencer a este doctor de hacer la cesárea y rápido. El doctor todavía estaba mirándome con la confusión y preocupación dibujadas en su rostro.

“Estoy segura, absoluta y positivamente segura, por favor créeme” le rogué. “Mírame, estoy bien y mira, mira que todo el dolor se fue, no hay contracciones”. Ahora tenía miedo de que el doctor no me creyera. Tenía que convencerlo de que me hiciera la cesárea tal como las voces me habían dicho. Contuve mis nervios para decir las siguientes palabras.

“Estoy bien, el bebé está bien, todo saldrá bien pero tienes que escucharme y hacer la cesárea — ¡ahora! Mira, ¡mírame, mírame! Me siento genial y quiero que hagas la cesárea. Por favor créeme. Todo va a estar bien, lo prometo” Había subido la voz un par de decibeles con cada palabra que decía en un intento de persuadirlo. Ahora estaba gritando y estaba lista para salir de la cama y marchar alrededor del cuarto si eso es lo que era necesario para convencer al doctor de lo que estaba diciendo.

Podía ver el proceso de pensamiento que pasaba por la cabeza del doctor por la expresión de su cara. Estaba sopesando los pros y los contras de hacer la cirugía y pensando en las palabras dichas por una sonriente, en llanto y moribunda paciente. Debió haber pensado que estaba demente pero supe que el doctor había tomado una decisión porque la expresión de sus ojos cambió radicalmente.

El doctor, habiendo tomado una decisión, simplemente movió la cabeza en un gesto afirmativo y luego salió rápidamente de la habitación al pasillo. Podía oírlo gritando y llamado a la gente dando instrucciones. ¡La operación estaba en marcha!

Lo siguiente que supe fue mucha gente entrando en mi cuarto de hospital. Eran extraños para mí. Comenzaron a volver a pegarme las agujas en mi mano y brazo. Todo eso dolió pero estaba bien para mí. Tuve un poco de dolor pero con eso supe que de verdad estaba viva.

Sabía que de alguna forma había convencido al doctor de que la operación era necesaria y que era importante empezar ahora. Había convencido al doctor de que no iba a morir. Podía relajarme y dar un suspiro de alivio.

Estaba convencida de que aún con la cesárea por venir, ya había dejado atrás el mayor dolor. El pequeño dolor que me iba a producir la cirugía no me preocupaba. No tenía ansiedad.

La máscara de oxígeno volvió a mi cara. Yo no hiperventilaba esta vez. Estaba completamente desnuda en la cama con personas rodeándome, cada uno haciendo lo necesario para prepararme para lo que pensaban era una cirugía de emergencia. Yo no tenía ni una sola preocupación en el mundo. Estaba contenta.

Me afeitaron casi del mentón a las rodillas. Un hombre joven con una gran concentración estaba entre mis muslos y rodillas tratando sin mucha suerte de ponerme un catéter. Él seguía advirtiéndome de que eso iba a provocarme mucho dolor. Yo me reía. Sabía lo que era el dolor y lo que él estaba haciendo era nada en comparación. El hombre joven me miró como si estuviera loca, lo que me hizo reír todavía más.

Todos los que entraban en mi habitación me parecían tan jóvenes. Había sufrido un dolor monumental. Había muerto y vuelto a la vida. Me había comunicado con seres celestiales. Sentía como si fuera 100 años mayor que cualquiera que estuviera en la habitación. Había cambiado.

Un hombre joven vestido con un traje de tres piezas perfectamente planchado entró a la confusión y se mostró confundido. Miraba como si se hubiera despertado de un profundo sueño y luego lo hubieran empujado desde la puerta antes de que estuviera listo. Su pelo despeinado y sus ojos somnolientos estaban en completo contraste con su limpio traje. “Necesito que usted y su esposo firmen este documento. Usted entiende que ni su doctor ni este hospital recomiendan esta cirugía. Este hospital le ha advertido que esta cirugía puede conducirla a la muerte y/o a la muerte de su...” continuaba el hombre joven en su forma monótona.

“Sí, sí. He sido advertida, gracias gracias. Ahora, ¿dónde tengo que firmar? sonreí.

Los documentos, sujetos en un prolijo y ordenado portapapeles se me entregaron justo cuando mi esposo estaba siendo conducido dentro de la habitación. Rich estaba tan cansado, tan triste, tan joven, miraba la completa confusión de mi cuarto. Me miró asustado y confundido. Lo llamé a mi lado e intenté convencerlo con una sonrisa. “Todo está bien ahora. Firma los papeles. Van a hacer una cesárea. Confía en mí”. Le pasé los documentos. Rich no estaba seguro pero también firmó los papeles porque yo se lo pedí. También me miró con ojos interrogantes. Tenía miedo y estaba confundido al ver el remolino de actividad alrededor de la habitación.

Esta era la segunda serie de papeles que nosotros firmábamos. La segunda serie estaba obsoleta porque había pasado un día desde que firmamos la primera. Los nuevos documentos nos advertían que yo no tenía muchas posibilidades de sobrevivir la operación. Yo no estaba preocupada.

“No se preocupen. Todo va a salir bien ahora”. Les dije a todos en la habitación. Quería convencer a todos incluyendo a Rich. No tenía palabras para explicarle a Rich los eventos de la noche pasada antes de que el doctor entrara en mi habitación.

El doctor estaba notablemente molesto de ver que todos los preparativos para la cirugía aún no hubieran terminado. El doctor joven que había intentado varias veces ponerme un catéter había fallado. Mi doctor se movió para terminar el procedimiento. Me sonrió y me preparó. “Linda, esto realmente va a dolerte. Lo siento”. Nuevamente sólo sonreí.

“Saben tan poco del dolor” pensé. Sentí muy poco de lo que ahora consideraba como dolor durante el procedimiento.

Con todos los preparativos finalizados, el doctor los dispuso a todos, incluyendo a Rich, alrededor de mi cama para comenzar la procesión de empujarme, con todo el equipamiento, hacia la sala de operaciones. El doctor le pidió a Rich que lo ayudara a llevarme a la sala de operaciones y yo me alegraba de eso.

Fue en ese momento, mirando los ojos de mi preocupado marido, en que recordé al resto de mi familia. Habían estado en la sala de espera por más de dos días hasta ahora. Quería asegurarles que estaba bien y que todo iba a salir bien. Le dije al doctor que ahora tomaría su oferta de dejar que mi familia y amigos entraran a la sala de parto. El doctor no estaba divertido; de hecho, mi sugerencia lo irritó. El doctor estaba más seguro que nunca de que yo había perdido un par de tornillos durante la noche.

El doctor estaba en pánico para llevarme a cirugía y yo le sugería que quería socializar primero. Podía entender su frustración pero él rápidamente cambió la marcha para complacer al paciente. Había aprendido que yo podía ser muy testaruda.

La decisión fue rápidamente de no traer a mi familia y amigos a la sala de parto sino que llevarme en la cama a la puerta de la sala de espera. Tenía grandes planes de lo que iba a decir pero cuando vi la cara de mi padre los perdí. Él se veía tan pequeño. Estaba desgastado por la preocupación y falta de sueño. Me sentía horrible por hacerles esto a mis padres. Comencé a llorar.

Antes de que pudiera componerme lo suficiente para hablarle a mi padre a través de sus lágrimas, él me sonrió y dijo “No te preocupes ahora. Todo va a salir bien. Sólo aguanta. Te amamos”. Me dio una gran sonrisa de aliento y levantó el pulgar en el aire. “Un pulgar hacia arriba” esta era la forma de mi padre de decirme que permaneciera fuerte y tenía razón ahí conmigo deseando lo mejor.

No pude decir nada después de eso. Lloré aún más en la máscara de oxígeno. El doctor dijo que era tiempo de irnos así que sólo levanté el pulgar como signo de estar de acuerdo con mi padre y sin que ninguna palabra de aliento saliera de mis labios para mi padre fui conducida a la sala de operaciones.

Pensé que toda la excitación había terminado. Pensé que el resto de la noche sería aburrida. Pensé que mis sentimientos de miedo habían pasado. Pensé que mi milagro se había terminado. ¡Pues pensé mal! La noche recién había comenzado.

Me sacaron de la cama y me pusieron en la mesa de operaciones para exponer mi espalda desnuda. Permanecí perfectamente quieta mientras me insertaban la aguja en la espalda. Me dijeron que dolería pero no fue así. Sentí un pinchazo helado y nada más.

Me posicionaron en la mesa de operaciones y comenzaron a envolverme en sábanas. Yo esperaba que todo y todos estuvieran vestidos de blanco. Estaba equivocada otra vez. Mucha televisión reflejada en la vida real. Los colores eran alegres azules, verdes y morado. Era una maravillosa sorpresa.

Me presentaron a un doctor que iba a hacer la cirugía. Mi doctor iba a asistir. No lo mencionaron pero yo asumí que mi doctor simplemente estaba muy cansado. Yo no tenía problemas con este acuerdo.

Me burlé del doctor y le dije que quería ver la operación. El comenzó a mover lo que yo pensé que eran espejos que colgaban del techo y me dijo “No esta vez señorita. Puedes ver la operación la próxima vez, no ahora”.

Cuando empezó la operación, yo estaba despierta e interesada en lo que pasaba a mi alrededor pero pronto me cansé. Vi cómo un poco de sangre le salpicaba al lienzo que imagino que pusieron en frente de mí para evitar que la sangre me salpicara. Eso me hizo sentir un poco mareada así que moví la cabeza a un lado lo más cómodamente que pude bajo esas circunstancias y rápidamente me quede dormida. Me desperté por el horrible ruido de mis propios ronquidos.

Mis doctores estaban haciendo comentarios divertidos entre ellos sobre mis ronquidos. Escuché los comentarios y sonreí. Todos estaban felices y yo también lo estaba. Me relaje y como no sentía dolor, rápidamente volví a quedarme dormida.

La segunda vez me desperté, no con el sonido de mis ronquidos sino que con el sonido de gritos, tristeza y confusión. Escuché voces altas, gritos y maldiciones. Como estaba confundida por lo que estaba pasando, mantuve los ojos cerrados y sólo escuché.

Mi cansado y sufrido doctor era el que estaba gritando. Él era el que maldecía. “¡Apúrate, apúrate! ¡Saca al bebé de ahí!” Los gritos del doctor se mantenían en el tiempo con su vocabulario más colorido. Después volvería a gritar, pero esta vez con una plegaria agregada. “Por favor Dios, danos un poquito más de tiempo, sólo un poquito más. Ella ha pasado por tanto, Apúrate, apúrate, ¡lee los números! #&^+##@%**@@.” Mi doctor terminó de despotricar con maldiciones.

Yo estaba confundida y preocupada. “¿A qué se debe todo este griterío? ¿Por qué mi doctor está tan alterado?” pensé. Una voz masculina detrás de mí empezó a gritar los números tal como mi doctor le había pedido. Esta voz recitando los números intentaba hacerse oír sobre los otros ruidos en la sala de operaciones. Intenté darle algún sentido a los números y al ruido y a por qué eran tan importantes. No tardó en encendérseme una bombilla de luz en la cabeza.

Los números eran mi presión sanguínea, ritmo cardiaco y ritmo respiratorio. Cuando me di cuenta de lo que representaban los número, yo estaba impactada del bajo nivel que tenían. “¿Mi presión sanguínea no debería ser más baja que 110 sobre qué?” pensaba para mí intentando recordar cuales se suponía que eran los niveles normales. Nunca antes me había preocupado.

“¿Cuántas respiraciones debería estar teniendo y cuántas veces late el corazón en un minuto?” pensé.

Como la voz que leía los números siguió gritando, los números seguían bajando y bajando. A medida que los números bajaban la voz de mi doctor se hacía más y más alta. Él continuaba mezclando las maldiciones con las plegarias. “Por favor Dios, danos más tiempo. Ella ya ha pasado por demasiadas cosas. Todo lo que pedimos es sólo un poco más de tiempo. Dios, ¿no puedes darnos un poco más de tiempo? ¡Demonios! Demonios, ¡¿no te puedes mover más rápido?!” rezaba, maldecía y gritaba instrucciones, todo al mismo tiempo.

Yo quería disipar los miedos de todos. Todo estaba saliendo bien. Claro que yo lo sabía pero también necesitaba decírselo a todas las personas que estaban alteradas en la habitación. A pesar de los números que había, todo iba a salir simplemente bien. Yo no quería ser la causa de toda esa angustia y alboroto.

Intenté mover la cabeza desde la posición lateral hacia el centro. Mi cabeza no respondió a mi orden, “¿Qué es esto? No, ahora no es momento de pánico, Linda” me dije a mí misma. Los números sólo seguían bajando.

No podía sentir mi propia respiración. Necesitaba tomar un gran respiro y hablarles a esas personas. Intenté tomar una respiración de limpieza [Nota del traductor: En el originar “cleansing breath”, parte de la técnica Lamaze para el parto. Consiste en una respiración profunda que se toma por la nariz y se bota por la boca]. No pude tomar ni un pequeño respiro ni mucho menos una respiración profunda para purificarme. Intenté abrir los ojos pero no pude. Necesitaba que alguien me viera. Necesitaba ver a alguien, cualquiera. Necesitaba moverme, respirar y hablar. Necesitaba abrir los ojos. Nada pasaba, No tenía control sobre ninguna parte de mi cuerpo. Todo lo que podía sentir era frío. Sentía tanto frío y el frío seguía aumentando. Todo mi cuerpo era como un cubo de hielo. Ahora era el momento de entrar en pánico y eso fue exactamente lo que hice, mientras los números llegaban a cero.

Podía oír que se acercaba al lado de la mesa de operaciones lo que yo pensé que era un carrito de ruedas rechinantes. Yo había visto muchos programas de televisión de doctores. “¿Están trayendo un desfibrilador? ¿Mi corazón se detuvo? ¿Me van a desfibrilar? No pueden hacerlo, ¿pueden? ¿No deberían desfibrilarme mientras mi bebé aún esté dentro mí? El golpe le llegará al bebé. No puedo dejar que lo hagan, ¡No puedo!” me decía a mí misma en un estado de pánico que crecía mientras el doctor gritaba. Entonces él empezó a repetir “NO, NO, NO, ¡por favor Dios NO!”.

Entré en pánico. Comencé a gritar en mi mente repitiendo una y otra vez “No voy a morir. No voy a morir. No estoy muriendo. ¡No estoy muriendo! Jesús dijo que yo no iba a morir. ¡No moriré! No estoy muriendo. Voy a salirme de la mesa. Déjenme salir de la mesa. No voy a morir. Que alguien venga aquí y me toque. ¡Vengan! No estoy muriendo. Escuchen, que alguien me escuche” gritaba en mi interior.

Luchaba por abrir los ojos, respirar, mover el cuerpo de cualquier forma que les hiciera saber a las personas de la sala que yo aún estaba viva y que no tenía intención de morir.

No sé por cuánto tiempo luché y lloré en mi interior. La voz que gritaba números estaba en silencio y los números eran casi todos cero. La voz de mi doctor sonaba llena de desesperación y cuando sonó a que se dio por vencido en su lucha fue cuando yo gané la mía.

Mis pulmones se llenaron de aire y grité muy fuerte. Sacudí la habitación con mi fuerte grito. Oí el sonido del aire a medida que la gente recuperaba el aliento y se sobresaltaba con el sonido de mi voz al gritar. Estaba escuchando mi propia voz, más fuerte de lo que nunca antes la había escuchado pero no paré de gritar porque ¡yo estaba gritando por mi vida!

“¡No voy a morir! ¡No voy a morir!” gritaba tan fuerte que debieron haberme escuchado en todo el hospital. “Que alguien venga y me toque. Mírenme. No estoy muerta. No estoy muerta. ¡No moriré! Jesús dijo que no iba a morir. Véanme el rostro. Mírenme. ¡MÍRENME! Les digo que NO MORIRÉ” les gritaba más y más alto mientras las lágrimas me corrían por las mejillas.

“Sigue gritando Linda. Sólo sigue gritando” Ahora era el turno del doctor de gritarme. Yo estaba llena de terror. Estaba en pánico. No me tomó mucho para que continuara gritando. Mi garganta estaba en carne viva por gritar. Estoy segura de que los nervios de todos los que estaban en la sala también lo estaban.

Luchaba por calmarme a mí misma pero necesitaba desesperadamente ver un rostro humano. Quería sentir el tacto de una mano humana. Necesitaba tener a alguien cerca para poder asegurarme del hecho de que aún estaba viva. Continuaba llorando “Que alguien venga. Déjenme verlos, Tóquenme, tóquenme, ¡que alguien me toque! Miren, no estoy muerta”. Estaba haciendo alboroto y me avergonzaba de mí misma pero no me importaba.

Mi doctor le ordenó a una enfermera que se moviera a la cabecera de la mesa de operaciones para que yo pudiera ver su cara. Ella estaba toda vestida de azul. Se paró a mi derecha, parecía que sólo sus hombros y su cabeza estaban más altos que la mesa de operaciones. Me habló suavemente. Yo estaba teniendo dificultades para escuchar su voz porque estaba llorando muy fuerte. Llevaba guantes con los que me quitó las lágrimas que corrían por mi rostro. Continuó hablándome suavemente. Yo continuaba pidiéndole ver su cara y que me tocara. Yo me sentía tan fría. Ella llevaba una mascarilla para cirugías y yo quería verle la cara. Yo necesitaba el contacto humano piel a piel para poder asegurarme y así poder asegurarle a todos los demás en la sala que yo no estaba muerta ni muriendo. Comencé a llorar y a hacer demandas a medida que me sentía cerca de estar en pánico.

Mi doctor le gritó a la enfermera. “Quítate la máscara, tócala, adelante, está bien, adelante”. La enfermera parecía renuente a seguir las órdenes del doctor pero se quitó los guantes y la mascarilla que le ocultaban la cara.

Le vi la cara y eso me dejó en silencio total. Ella era hermosa y para mi rostro frío como el hielo, sus manos eran como un golpe de vida. Me miró como los ángeles que había visualizado como una niña. Podía ver lo que parecía una pálida cabellera blanca bajo su gorro azul. Tenía los ojos azules perfectos, labios rojos, piel suave y pálida y una suave voz para rematar.

“Todo está bien ahora. Te tengo” me dijo. Continuó tocándome la cara con sus manos sin guantes. Me besó en la mejilla y con sus labios me quitó el miedo y el pánico. Me susurró suavemente palabras tranquilizadoras al oído e inmediatamente me calmé. Le dije que yo estaba bien ahora. Le dije que sencillamente todo iba a salir bien y que yo no iba a morir. Ella me aseguró que yo tenía razón. Me alentó a continuar hablándole pero entonces no pude pensar en nada más que decir. Pero ella siguió hablándome.

Recordé que las voces me habían dicho lo importantes que éramos las personas unas a otras. Qué razón tenían. Para mí, el tacto de esta mujer no tenía precio.

Estaba avergonzada de haber estado tan llena de miedo. Sólo hacía un momento había estado en presencia del Señor y de ángeles que me dijeron que el bebé y yo viviríamos pero aún así yo había estado llena de miedo y pánico por mi vida y la vida del bebé. Qué pronto lo había olvidado. Ahora, mi miedo y pánico me habían dejado una vez más.

Mi doctor me anunció emocionadamente que el bebé estaba siendo sacado. Yo podía sentir el peso del bebé dejando mi cuerpo. Podía escuchar el sonido húmedo del cuerpo del bebé siendo sacado a través de la incisión en mi abdomen.

El Dr. Peterson, rodeado de su equipo de neonatología, se estaba haciendo cargo del bebé recién nacido. Podía escuchar aunque no entender muchos de los sonidos y voces lejanas a mi derecha. El Dr. Peterson comenzó a hablar con una voz irritada “¡¿Me sacaron de la cama para esto?! ¡Miren a este grande y hermoso niño!” podía oír la diversión y la sonrisa de alivio en su voz.

“¿Qué?” fue la enojada respuesta de mi doctor. Escuché sus pasos alejarse rápidamente de la mesa de operaciones. “Por Dios, ¿Quieres verlo? Linda, este bebé es hermoso. Pesa 3 kilos y medio. Tiene balas en el trasero”. [Nota del traductor: en el original: “He has bullets in his butt” referido a que tiene mucho empuje y determinación]

La sala de operaciones se lleno de pequeñas risas con lo que había dicho el doctor. La voz de mi doctor estaba llena de risa, alegría y alivio. “Es perfecto”. La voz del doctor se enmudeció y estaba llena de preguntas sin responder. Mi niñito era perfecto y eso era una sorpresa fenomenal para mi doctor. Estaba sosteniendo un perfecto niño vivo en sus manos que tan solo ayer había condenado a muerte.

El doctor volvió a ponerse profesional de nuevo y anunció “Bebé niño Ballasch, nacido (yo podía oír el cambio en la voz del doctor cuando movió la cabeza hacia el reloj y/o el calendario en la pared) el 6 de abril, a las 2 AM...”

Escuché a una voz no identificada interrumpir “Domingo de pascua”.

La voz de mi doctor estaba llena de veneración y lágrimas cuando repitió “Sí, domingo de pascua”.

Yo estaba sonriendo. Estaba feliz. Pero me sentía agotada. “¿Cuánto más necesito estar despierta? Estoy muy cansada” no se lo dije a nadie en particular en la sala. Ahora que la emergencia había pasado y sabía que estábamos libres de cualquier peligro, yo estaba lista para dormir. Mi doctor me respondió “Al Dr. Goldstien le tomará otros 20 minutos cerrar el corte pero puedes dormir ahora. Todo está bien. Puedes dormir” me aseguró. Las palabras de agradecimiento apenas salieron de mis labios cuando cerré los ojos y me dormí rápidamente.

* * *

Desperté en recuperación 8 horas después. Había una mujer tras las cortinas a mi lado que estaba gimiendo y sonaba como si tuviera mucho dolor y necesitara ayuda. Intenté girarme y ver quién estaba ahí pero estaba demasiado atrapada en la cama con una intravenosa colmada de sangre que llenaba mi hinchado brazo. Llamé a una enfermera.

Me saludó una alegre señorita “¡Hola! Bella durmiente. ¿Cómo te sientes?” Corrió las cortinas de mi cama que me separaban del resto del mundo y descubrí que era de día.

Todavía estaba muy cansada y extremadamente sedienta. Estaba viva y de vuelta a la normalidad. ¿Lo estaba? Realmente no estaba segura. Había pensado mucho y tenía mucha información que aún no había absorbido ni entendido todavía. “Quizás no he vuelto a la normalidad. He cambiado. El mundo ha cambiado. ¿Qué hago y a dónde tengo que ir desde ahora?” pensé.

La enfermera me explicó que la mujer en recuperación a mi lado estaba saliendo de la anestesia y que iba a estar bien. La enfermera cruzó las cortinas y le dijo a la mujer que ya era tiempo de despertarse y los gemidos se detuvieron.

Le dije a la enfermera que estaba sedienta y me trajo un vaso de agua con un sorbete y me ayudó a sujetar el brazo en mis temblorosas manos. Ella me alentó a beber. Bebí el agua pero luego amenazaba con devolvérseme.

La enfermera me dijo que sabía que yo había tenido una noche difícil pero que ya estaba perfectamente bien y que no tenía nada de qué preocuparme de aquí en adelante. Todo lo que se me ocurrió decirle fue “Gracias” y le pregunté qué hora era. Parezco haberme hecho fanática con respecto a saber qué hora es porque había perdido mucho tiempo. Yo quería estar orientada en el “tiempo”.

Ella me sonrió y me dijo que eran las 10 am. Yo estaba satisfecha. Había dormido 8 horas en recuperación. Sentía como si me hubiera atropellado un camión pero estaba viva. Comencé a hacer un chequeo de mi cuerpo y ver si tenía alguna herida. Lo único que pude encontrar fue que mi mano y brazo estaban atados y le estaban inyectando sangre. Lo otro es que simplemente estaba cansada.

Entonces la enfermera me dijo que un hombre joven había estado esperando afuera toda la noche y que si yo quería, lo dejaría entrar para verme un momento. Yo asentí.

Entró un hombre joven a mi habitación. Yo sabía que era Rich, mi esposo, pero casi no lo reconocí. Se veía tan joven y cansado. También se veía cambiado.

Rich trajo flores y juguetes (uno era un conejito) y una caja de dulces con forma de corazón. Me preguntó si sabía qué tenía él de diferente. No estaba segura de a qué se refería así que respondí que no. El me explicó que yo había sido tan buena chica que él se afeitó el bigote. Me avergüenza decir que no lo noté pero no se lo dije.

Rich, durante el calvario que sufrió alejado de mí no había dormido, comido o bebido mucho. No sólo se había afeitado sino que también había bajado 5 kilos. Comencé a pensar en su sufrimiento y en lo que él y el resto de mi familia debieron haber soportado durante esta odisea y me sentí culpable de no haber pensado más en ellos hasta ese momento.

Rich me entregó la hermosa caja de chocolates y estaba listo para abrirla, pero lo detuve. Soy fanática del chocolate pero en ese momento, el sólo pensar en chocolate me revolvía el estómago. Estaba recordando a la enfermera en la sala de operaciones que me había tocado y hablado tan maravillosamente. La llamaba “Mi Ángel”. Le pregunté a Rich si podía buscarla y darle los dulces. Él dijo que lo haría. Pero después de buscar a la mujer que le describí, nunca la encontró así que les dio los dulces a las enfermeras de la estación para alegría de todos.

Pregunté por la enfermera en la sala de operaciones muchas veces durante mi convalecencia en el hospital porque quería agradecerle, pero nadie pudo decirme quién era. Mi descripción debió haber sido alejada de la realidad. No estoy diciendo que ella fuera un ángel real porque en realidad era una persona. Lo que quiero decir es que las enfermeras pueden ser la gracia salvadora de un paciente mientras hacen su trabajo y yo quiero agradecerles a todas.

Rich no se quedó mucho tiempo porque yo estaba muy cansada y él también. Me habló de mis parientes y del bebé que aún no había visto.

Es extraño pero yo sabía que todo estaba bien y sabía que todo era perfectamente seguro para que volviera a dormir. La noche anterior había combatido al sueño por miedo a no volver a despertar. Ahora, todo lo que quería era dormir.

Me cambiaron de habitación a medianoche. Desperté el tiempo suficiente para ver que me estaban subiendo a un ascensor y luego me volví a dormir. Yo estaba recuperando todo el sueño que me había perdido la semana anterior.

El doctor entró en mi habitación para revisar mis puntos con un grupo de estudiantes de medicina. Me quitó el vendaje y vio que había sanado y que no había sangre. Estaba sorprendido. Ocultó su sorpresa diciendo el maravilloso trabajo que él había hecho. Le agradecí y él y sus estudiantes se fueron.

Me dijeron que permanecería en el hospital por dos semanas o más para asegurarse de que me hubiera recuperado por completo pero el viernes, sólo cinco días después de salir de cirugía, me recuperé lo suficiente para irme a casa.

Yo fui la que insistió para irme a casa. No me gustaba la vida del hospital ni la comida de hospital. Rich me visitaba todas las noches y yo intenté que él me llevara tacos, pie de limón y merengue y malteada de chocolate de contrabando pero él tenía miedo de que si lo atrapaban lo sacarían. Estaba decepcionada.

Nombramos al bebé Stephan. Lleva el nombre del primer mártir cristiano. También es el nombre de su tío.

Stephan también tuvo una recuperación destacada. Lo pusieron en una incubadora en observación de 24 horas, pero lo sacaron en menos tiempo porque estaba maravillosamente sano. El Dr. Peterson bromeaba diciendo que tuvieron que sacar al bebé de la incubadora porque seguía empujando la tapa. Stephan se veía tan grande en la incubadora al lado de los pequeñitos bebés prematuros. Tenía las manos grandes así que mi padre inmediatamente lo apodó “El Alce”. Durmió la mayor parte del tiempo de su estadía de cinco días, igual que yo.

El reporte del Dr. Peterson sobre el bebé fue que Stephan resultó normal o sobre lo normal en todos las pruebas que se le pueden tomar a un recién nacido pero el doctor quería hacer pruebas a las 6 semanas, 6 meses y un año para verificar que no había daño cerebral. El Dr. Peterson dijo que no estaba preocupado y tampoco lo estaba yo.

Entré al hospital pesando 62 kilos y volví a casa pesando 45 kilos. No recomiendo estar cercano a la muerte como dieta.

Dos días después de dejar el hospital, mi hermana, su hija, mi hijo recién nacido y yo estábamos caminando en la playa disfrutando del calor del sol primaveral.

Después de dejar el hospital yo estaba perpleja. ¿Subiría a la montaña más alta para gritarle al mundo el milagro que sucedió? ¿Cambiaría de trabajo y entraría a algún tipo de servicio a Dios? ¿Lo guardaría para mí y no diría una palabra? Me pregunté y escuché pero no recibí respuesta. Las voces no me decían qué hacer o cómo vivir mi vida.

Me acerqué a Rich y comenzamos a discutir lo que me había pasado en el hospital y a lo que él no había tenido acceso. Antes de que pudiera entrar en detalles, él me dijo su teoría. Rich, en resumen, sugirió que mi experiencia había sido un sueño o alucinación inducida por la droga. Me sugirió que quizás yo no había recibido suficiente oxígeno.

Él no iba a escuchar, aceptar o creer que hubiera pasado algún milagro o hubiera alguna intervención divina involucrada en el nacimiento de su hijo.

Intenté contarles a mis padres lo que había pasado. Antes de que pudiera salir una frase de mis labios mi papá empezó a llorar. Con lágrimas en las mejillas me dijo “No quiero saber nada. El milagro es que estás aquí y viva. Ese es todo el milagro que necesito”. Nunca volví a hablarle a mi papá de mi experiencia cercana a la muerte. Él murió en 1976, menos de 7 años después. Pasaron 32 años desde el evento cuando mi madre me pidió que le contara sobre la experiencia, y fue una alegría decírselo.

Las Experiencias Cercanas a la Muerte se hicieron conocidas en 1969 pero yo no había oído gran cosa sobre el tema. Después la experiencia de intentar tocar el tema con mi marido y mis padres, me convencí de que lo que me pasó era sólo para mí. Decidí no contárselo a amigos o sacarlo a la discusión pública. Las voces no dijeron nada diferente.

* * *

Volví al hospital a las 6 semanas. El Dr. Peterson declaró que Stephan era un normal, sano y robusto bebé. Yo fui a una cita de control post-operatorio con mi propio doctor. Después del examen, el doctor me llevó a su oficina y me pidió permiso para examinar a Stephan. Yo acepté y el doctor me dejó sola esperando en su oficina. Esa no era parte de una rutina post-operatoria normal.

Cuando el doctor volvió, seguía manteniendo al bebé en su regazo. Estaba tranquilo, reservado y todo seriedad. Yo estaba preparada para eso. Yo estaba acostumbrada a una sonrisa y una broma para hacer agradable el momento.

Yo esperaba que este doctor y yo siguiéramos llamándonos por nuestros nombres de pila después de la crisis que habíamos compartido sólo 6 semanas antes. Pero lo que recibí fue un hombre actuando frío e impersonal conmigo. Estaba extremadamente confundida y decepcionada.

Después de que el doctor, en forma estéril, impersonal y profesional, me dijera que todo estaba bien y lo sano que estaba Stephan, yo sólo iba a dejarlo pasar y a irme de su oficina para nunca más volver a verlo pero antes de que pudiera salir recibí una ráfaga de valentía.

“Entonces ¿Qué pasó esa noche? Quisiera saber. ¡Actúas como si ni siquiera me recordaras!” levanté la voz lista para una pelea. Esto puso al doctor en modo defensivo. Mi pregunta me sonó completamente mal incluso a mí. Lamentaba haber abierto la boca y me estaba yendo de la oficina cuando el doctor decidió hablar. Me dijo que no sabía exactamente de qué estaba hablando. Me dijo que el fin de semana en que nació Estephan había sido largo para él. Había habido quince nacimientos y algunos de ellos fueron por cesárea de los cuales el mío fue sólo uno de ellos. Yo sabía que él estaba mintiendo sobre las cesáreas porque sólo se habían hecho dos en toda la semana que yo estuve en el hospital y una de ellas fue la mía.

Yo estaba avergonzada y estaba enojada. ¿Cómo algo tan emocional y profundo como ver morir a un paciente paso a paso no dejaba ninguna impresión? ¿Cómo podía no recordarme gritar en la sala de operaciones? ¿Cómo podía olvidarse de sí mismo perdiendo el control y gritando en la sala de operaciones? Lo confronté. “¿Por qué estabas tan alterado, gritando y maldiciendo en la sala de operaciones? ¿No sabías que pude oír cada palabra que dijiste?”

Su respuesta fue inmediata y enojada. “¡Tú no oíste nada! ¡Estabas inconsciente!”

“¡Así qué! El doctor sí recordó” pensé en mi interior.

“Escuché cada palabra y más” dije. Después empecé a repetir lo que él había dicho y los sonidos extraños que había oído. Mientras más decía, más se abrían sus ojos y más loco pensé que se volvía. Pero antes de que el doctor dijera una palabra, vi una suavidad caer sobre sus ojos y su actitud cambió. Comenzó a relajarse. Puso los pies sobre su escritorio y echó la silla hacia atrás.

“Tenías razón, Linda, cuando me dijiste que los doctores no somos Dios” me dijo. “Él ha estado escuchando” pensé. “He visto morir a un niño de 5 años de un shock por nada más que torcerse un pie. He visto a un hombre de 65 años con un muy dañado corazón revivir con RCP después de haberse caído de su bote y ahogarse. Vivió. No tiene ningún sentido” continuó.

“Dijiste que un doctor es sólo un hombre. Tienes razón. Estaba tan frustrado y cansado y enojado en esa sala de operaciones que simplemente empecé a gritar cuando estábamos perdiéndote. Fueron gritos y fue llanto. Estabas muriendo y no había ninguna maldita cosa que pudiera hacer para detenerlo. Tendré que repensar lo que le diga a un paciente inconsciente desde ahora, ¿no crees?” dijo el doctor ahora relajado y con un humor mucho mejor.

“Estabas muriendo en la mesa de operaciones y no había ni una maldita cosa que pudiera hacer sobre eso. Pero mírate ahora y mira a este hermoso y sano bebé. Los doctores no somos Dios y cometemos errores” se llevó el bebé al pecho y le acarició su sedosa cabeza.

No estaba segura si el doctor o yo iba a llorar primero pero cuando me devolvió a Stephan pude sentir que su humor había cambiado una vez más. Se había puesto tenso y estéril. Ese era el método de este doctor para contener las lágrimas que amenazaban con romper la fachada profesional que él había construido alrededor de lo que él pensaba que era debilidad. La conversación se terminó.

Había querido decirle al doctor toda la historia de lo que había pasado en esa sala de parto entre que él dejó la habitación y volvió por el sonido del botón para llamar una enfermera pero había una pared deteniéndome. Esa se convirtió en la respuesta a si era mi responsabilidad hacer pública mi Experiencia cercana a la Muerte y contársela al mundo. Esa fue la última vez que vi al doctor.

Ahora se me ha pedido que cuente la historia y así lo he hecho.

Medicamentos o sustancias asociados que hayan podido afectar a la experiencia: No

¿La experiencia fue difícil de expresar con palabras?

¿Qué cosa en la experiencia la vuelve difícil de comunicar? Cada vez que hablo sobre ella lloro, incluso hoy

En el momento de la experiencia ¿había una situación amenazante para su vida? Describe: Estaba muriendo en el hospital incapaz de alumbrar al bebé y sin querer tener un aborto. Lea la historia

¿Cuál era tu nivel de consciencia y de lucidez durante la experiencia? Total

¿La experiencia era de alguna manera parecida a un sueño? No

¿Has vivido una separación de tu consciencia y de tu cuerpo? Sí Sólo cuando volví a mi cuerpo

¿Qué emociones sentiste durante la experiencia? Todas las emociones felices

¿Oíste sonidos o ruidos no habituales? No hasta después de regresar. Entonces lo que podrías llamar seres espirituales me hablaron.

¿Has pasado en o a través de un túnel o espacio cerrado? No Me fui directo a él

¿Has visto una luz? Sí Lee la historia. Una maravillosa luz brillante

¿Has visto o te has encontrado con otros seres? Describe: Lee la historia

¿Has revisado acontecimientos pasados de tu vida? Sí Tuve una revisión del pasado de mi vida y diría de 15 años en el futuro, aprendo más cada día la experiencia me ayuda a vivir mi vida hoy

¿Has visto u oído, durante tu experiencia, algo concerniente a personas o acontecimientos y que pudo ser verificado después? Describe: Se me dijo qué hacer y que tendría un hijo, que él estaría bien y se me mostró mi futuro

¿Has visto o visitado lugares, niveles o dimensiones admirables o particulares? No

¿Tuviste el sentimiento de una modificación del espacio o del tiempo? Sí Perdí tiempo, no estoy segura de cuanto

¿Tuviste el sentimiento de tener acceso a un conocimiento particular, a un objetivo y/o a un orden del universo? Sí Hoy continúo recibiendo conocimiento especial

¿Has alcanzado un límite o una estructura física de delimitación? Sí Cuando llegué al centro de la luz, ésta me empujó de vuelta

¿Has tenido consciencia de acontecimientos por venir? Sí Todos eran completos y precisos

¿Has estado implicado en, o consciente de una decisión de vuelta al cuerpo? Describe: Se me dijo que necesitaba regresar y me llevaron de vuelta

Después de tu experiencia ¿has tenido dones especiales, paranormales, de videncia u otro, que no tenías antes de la experiencia? Describe: Continúo teniendo las voces hablándome y dándome información especial. No demoledoras para el mundo pero importantes para mí y aquellos a mi alrededor u otros con los que he entrado en contacto

¿Has tenido una modificación de comportamiento o de creencia tras la experiencia? Sí Mucho, mucho que contar

¿Ha afectado la experiencia tus relaciones, vida cotidiana, prácticas religiosas..., elecciones de carrera? Escucho lo que me dicen las voces y respondo. Ellas me mueven. Siento más por la gente. Veo un Dios personal que tiene una relación mucho más grande con la humanidad de lo que yo creía posible.

¿Has compartido esta experiencia con otras personas? Describe: Algunos incluso hoy piensan que necesito atención médica. Otros extraños han necesitado lo que digo y después no vuelvo a verlos más.

¿Qué emociones sentiste consecuencia de tu experiencia? Alegría, amor y después confusión cuando nadie quería escucharme hablar de eso. Dejo que Dios me diga cuándo hablar de ello.

¿Qué fue lo mejor y lo peor de tu experiencia? Lo mejor fue la relación personal con Dios. Lo peor fue nunca saber cuándo tenía que hablar de ello y qué tan lejos llegar al hablar de esto.

¿Hay algo más que querrías añadir sobre tu experiencia? He esperado mucho tiempo para contar la historia completa de una vez. Gracias

¿Tu vida ha cambiado específicamente como consecuencia de tu experiencia? Sí Pienso que todos los aspectos de mi vida hubieran sido completamente diferentes si no hubiera tenido la experiencia. La experiencia guía toda mi vida.

Tras la experiencia ¿otros elementos en tu vida, medicamentos o sustancias han reproducido una parte de la experiencia? No

¿Las preguntas planteadas y las informaciones que acabas de suministrar describen completamente y con exactitud tu experiencia?