ECM de Australia
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Descripción de la experiencia:

He aquí la experiencia más importante de mi vida. Primero, contaré las circunstancias que me condujeron a ella; luego el relato de los acontecimientos por boca de mis padres, mientras yo “estaba muerta”; mi ECM; y, finalmente, mis impresiones sobre el asunto.

Contexto: 24/02/1982, Sydney, Australia, 6:00 p.m. Salí de mi empresa de reparación de instrumentos ópticos para volver a casa en Raymond Terrace (una población al norte de Newcastle, NSW). Mi socio Mike iba en el asiento del pasajero, yo iba conduciendo, y un amigo y empleado de jornada parcial, Steve, iba en la parte de atrás. Estaba lloviendo tras 3 meses de sequía. Yo iba por la Carretera Industrial y estaba frenando para parar en el semáforo en el sitio donde rampa de salida de BHP cruza la carretera. Mis recuerdos terminan aquí.

Relato de Mike (mi ex socio): “Mientras nos aproximábamos al semáforo, la luz cambió a verde; cuando tomamos el cruce, el coche derrapó. A la velocidad de 43 Km/h, chocamos contra un gran poste industrial de electricidad, inmediatamente después de la intersección. Steve, que iba acostado sobre un colchón en la parte trasera de la furgoneta, se convirtió en un misil. Salió proyectado hacia delante, impactando la parte posterior de la cabeza de René, y propulsándola contra el volante”.

Informes médicos: La columna vertebral de Steve estaba fracturada a nivel de la L4 (cuarta vértebra lumbar), y quedó parapléjico. Yo sufrí fracturas en las áreas del occipucio, el lóbulo frontal, la órbita ocular derecha, el hueso zigomático derecho, todo hundido, 6 perforaciones de la duramadre. El volante se había roto, y los radios del volante y la palanca del indicador me penetraron el cuerpo en tres lugares: por la garganta llegando hasta el cielo de la boca, y me atravesaron la parte superior y la parte inferior del tórax. Mike sufrió una contusión menor causada por el cinturón de seguridad.

Mi madre contó que en la tarde del 25/02/1982 ella y mi padre se encontraban en el despacho de un profesor de neurocirugía. El profesor les informaba de mi muerte, diciéndoles que debían estar agradecidos pues si hubiese sobrevivido, hubiera quedado convertida en un vegetal. Durante esta conversación, una joven enfermera aterrorizada irrumpió en el despacho, diciendo precipitadamente: “¡Está viva, se ha sentado y ha hablado!”. El profesor la recriminó por haberle interrumpido tres veces, antes de sacarla afuera y sermonearla a propósito de los “cadáveres” que se mueven y hacen ruidos. La enfermera insistió: “¡Ella se incorporó y dijo: “No me den más medicamentos!”” En este momento, mi madre asió de un brazo al profesor, mi padre del otro, y lo arrastraron por el pasillo para verlo por sí mismos. Me encontraron en un pasillo de servicio donde al parecer me habían colocado para que la enfermera pudiese quitarme los aparatos antes de transferirme a la morgue. Yo estaba en un coma profundo y respiraba. Permanecí en coma 10 días más.

Mi ECM:

No sé en qué momento, en el curso de los acontecimientos anteriormente mencionados, ocurrió mi experiencia. No recuerdo el proceso de la agonía ni haber abandonado mi cuerpo. Me desplazaba con la cabeza por delante a través de una vorágine oscura que parecía hecha de nubes negras y agitadas. Sentía que algo me atraía hacia los lados, lo cual me espantaba. Delante de mí, había un pequeño punto de luz brillante que crecía y se intensificaba a medida que me aproximaba. Me di cuenta de que debía estar muerta y me inquieté por mamá, papá y mi hermana. También estaba un poco disgustada porque pensaba: “Pronto se sobrepondrán a mi muerte.” Todo esto fue un pensamiento fugaz mientras me precipitaba febrilmente hacia esa luz.

Llegué en un estallido de gloriosa luz a una habitación de paredes inmateriales, y me encontré de pie ante un hombre de unos treinta años, que medía alrededor de 1.80 metros, de cabellos pardo rojizos que le llegaban hasta los hombros y barba corta y bigotes increíblemente pulcros. Llevaba una sencilla toga blanca, la luz parecía emanar de Él y yo sentía que Él tenía una gran edad y una gran sabiduría. Me acogió con gran Amor, Serenidad, Paz (indescriptible), sin palabras. Sentí: “Podría permanecer sentada a tus pies para siempre y estar satisfecha.” Me pareció algo extraño pensar/decir/sentir algo así. ¡Estaba fascinada con el tejido de su toga, y trataba de comprender cómo se podía tejer la luz!

Se puso a mi lado y me indicó que mirara hacia mi izquierda, donde repasaba los momentos menos favorecedores de mi vida. Reviví esos momentos y sentí no sólo lo que había hecho, sino también el sufrimiento que había provocado. Nunca hubiera imaginado que algunas de esas cosas podían haber causado dolor. Estaba sorprendida de que ciertas cosas por las cuales podría haberme inquietado, como robar chocolate en una tienda siendo niña, no aparecían allí, en tanto que comentarios superficiales que habían causado sufrimiento sin que yo lo supiera, se tenían en cuenta. Cuando me sentía agobiada por la culpabilidad, se orientó mi atención a otros eventos que le habían dado alegría a otros. Aunque me sentía indigna, parecía que la balanza se inclinaba en mi favor. Recibí un gran Amor.

Se me condujo más adentro de la habitación, que se había convertido en un corredor, y allí, acercándose a mí, estaba mi abuelo. Se veía más joven de como yo lo recordaba, y no tenía labio leporino, pero sin lugar a dudas era mi abuelo. Nos abrazamos, me habló y me dio la bienvenida. Sentí la necesidad de perdonarle por haberse muerto cuando yo tenía 14 años, por haberme hecho romper mi promesa de hacerme médico y encontrar una cura para su problema cardíaco. ¡Hasta entonces, no me había dado cuenta de que había estado enojada con él!

Mi abuelo me dijo que mi abuela vendría pronto y que él estaba impaciente por que ella llegara. Le pregunté por qué iba a venir pronto, si durante muchos años, ella había viajado de su casa en Manchester, a Nueva Zelanda y a Miami con el fin de disfrutar de un verano ininterrumpido. El abuelo me dijo que ella tenía un cáncer de intestino y que vendría pronto. El abuelo parecía no tener noción del tiempo, cuando insistí en saber la fecha exacta. (El diagnóstico se le hizo a mi abuela 3 meses más tarde y murió en agosto. Preocupé a mi madre al revelárselo cuando recobré el conocimiento). Después de hablar un rato con mi abuelo, él me llevó más lejos en la habitación que de nuevo se había transformado en un corredor. Nos aproximamos a un grupo de personas que empecé a reconocer.

La Persona que me había acogido inicialmente se adelantó y me puso la mano sobre el hombro, me hizo girar hacia Él, y dijo: “Debes regresar, tienes una tarea que cumplir”. Quise discutir, quería quedarme. Volví la vista hacia mi abuelo y fui rápidamente propulsada hacia la entrada. En el umbral todo se volvió oscuro, nada, inconsciencia.

Después: Me fui despertando lentamente del coma, a lo largo de varios días, recordando memorias medio soñadas de voces familiares y rostros entrevistos. Los momentos más claros fueron varias ocasiones cuando me despertaba de un profundo sueño para ver a una enfermera con una jeringa, y yo rechazaba todo medicamento. ¡No tengo idea de por qué lo hacía!

Me sometieron a tres series de operaciones para repararme la cara, el cráneo y la órbita del ojo. Abandoné el hospital sufriendo de visión doble, pérdida del olfato, y daño al octavo nervio craneal, lo que me provocó náuseas y alteración del equilibrio. Durante dos años, estuve colérica con Dios por haberme devuelto a tales tormentos, con una tarea que cumplir, pero sin indicaciones ni instrucciones. Sólo una cosa, un mensaje claro, que no tengo idea de cómo transmitirlo, y que es: “¡Es hora de vivir de acuerdo con vuestras creencias, sean cuales fueren, de poner vuestra Casa en orden, porque el Fin de los Tiempos está cerca!”. Aún no acabo de creer que esta sea mi tarea: no hubo voz resonante, ni forma alguna de saber cómo el mensaje llegó a mí.

Tampoco estoy segura de la identidad del guardián: ¡nada de gafete de identificación, nada de presentación! Me ha tomado 5 años como zombi antes de rehabilitarme. Tengo un trabajo bien pagado, he fundado la Asociación de víctimas de lesiones a la cabeza en Nueva Zelanda, y me han exhibido para demostrar hasta qué punto es posible recuperarse de daños cerebrales adquiridos. Todavía no conozco mi tarea, aún tengo dolores, pérdida del olfato, diplopía, etc.

Esto es todo, excepto que el recuerdo de mi ECM es más real que lo que hice ayer.